“Y entonces, ¿qué vamos a hacer con las copas?”
Ya hace un tiempo que Marta Galimany (33) se fue de casa de sus padres. Pero las copas...
–Ahí siguen –nos cuenta su madre, María Teresa, que de cría jugó al voleibol y de profesión es enfermera.
–¿Y qué hacen con ellas? –Algunas se las lleva. Otras las metemos en cajas: al trastero. O a casa de los abuelos. –¿Tanto ocupan?
–No vea...
Desde ayer, uno de esos hogares en Valls guarda otro trofeo. Marta Galimany se lo ganó en la Jean Bouin: fue cuarta en la prueba de elite, tras Solange Pereira, la burundesa Cavaline Nahimana y Marta Pérez.
Le preguntas a Galimany, la mejor maratoniana catalana del momento, y ella se encoge de hombros:
–Pero yo no me puse a correr por los trofeos ni por el dinero, sino para sentirme bien –dice.
Lo que pasa es que una cosa lleva a la otra: corriendo, Marta Galimany se siente bien. Pero también gana cosas: este verano, sin ir más lejos, corría el maratón en el Europeo de Berlín (tiene 2h38m25s).
–De pequeña yo jugaba al baloncesto. Era alero. Aunque mi punto fuerte era el físico. Bajaba a defender más rápido que las compañeras. Y en la parte física, cuando las otras se quejaban, yo disfrutaba.
La facultad (Ciencias Ambientales) se la llevó a Barcelona. Y de allí, al atletismo. Tenía 18 años cuando aparecía en las pistas del Universitari. Empezó haciendo 800 y 1.500 m, hasta que se licenció y regresó a Valls, ya cargada de copas. Jordi Toda, su pareja, su entrenador, la alistó. La hizo fondista.
–¿Es usted feliz en esto? –Bueno, cuando corres, la sensación es extraña. Estás sufriendo y quieres que se acabe. Pero cuando acabas, y la cosa sale bien, entonces me digo: “Qué bueno es”.