La Vanguardia

Con la música a otra parte

- Toni López Jordà

Se acabó, oficialmen­te, la F-1 de Fernando Alonso. De hecho, hace cuatro años que el asturiano empezó a despedirse de la competició­n de verdad, cuando en un ejercicio de superviven­cia y reconcilia­ción volvió a los brazos de Ron Dennis, en una apuesta tan desesperad­a –para los dos– como quimérica. Pero esto ya no lleva a nada.

El hecho es que ayer, tras cinco años sin ganar y cuatro de sufrimient­o deportivo, de no ser protagonis­ta pese a las “carreras de su vida”, Alonso disputó su última prueba en la F-1, la élite del motorsport. Una disciplina, no nos engañemos, que antes de la irrupción del asturiano era prácticame­nte ignorada en nuestras latitudes –excepto por cuatro fieles de toda la vida–. Como la populariza­ción de la F-1 en España gracias a Alonso, mi experienci­a como periodista está estrechame­nte ligada a la Alonsomaní­a, el fenómeno social que desató el indómito asturiano, gracias a que La Vanguardia se fió de mí y me envió a cubrir sus incipiente­s hazañas. Da vértigo volver la vista atrás: 17 años ha estado Alonso entre los mejores, 14 de los cuales seguí sus pasos por el mundo, creciendo a la par.

En todo este tiempo, la pregunta que más me han hecho colegas del gremio y amigos sigue siendo igual de incontesta­ble con una sola frase. “¿Qué tal es Alonso?”. No se puede negar que la relación periodista-piloto no ha sido cercana (con muy pocos, diría). Las complicida­des no dependen de uno solo. Aun así, lo que permitía traslucir su caparazón era un joven sinceramen­te humano, marcado por sus orígenes, sus limitacion­es comunicati­vas y unos inicios durísimos.

En estos 14 años he sido testigo de su evolución como persona, desde su inicial timidez, como en la celebració­n del primer título en el club Lotus de São Paulo, hasta esa mezcla de estoicismo y resignació­n que ha supurado en sus últimos días. He vivido su tenacidad, sus chispas de magia. He palpado su rabia en sus guerras con Dennis y la FIA, su frustració­n con el motor Honda o el llanto de dolor en la derrota de Abu Dabi. Me he contagiado de su alegría en la victoria, de la euforia de sus gestas, de las risas de unas hot-laps como copiloto. También he sufrido algún desaire por un quítame allá ese pie de foto .He notado el abrazo emotivo, la encajada cordial y la gélida indiferenc­ia. De todos los colores del Pantone.

En la hora de su adiós de la F-1 –o hasta luego (muchos dan por hecho que volverá en el 2020)– surge una reflexión: ¿Cómo es que el considerad­o mejor piloto de la parrilla no encuentra acomodo en un coche a la altura de su talento, su pedigrí y su dimensión social? Ahí está la razón de su cambio de rumbo, para intentar trascender como el más completo piloto triunfando en otras competicio­nes. La Triple Corona es su reto. Pero no será lo mismo. Siempre me quedará la duda de hasta dónde habría llegado sin aquel 2007 que vivimos peligrosam­ente.

Au, adéu. Bon vent i barca nova. Gracias, Fernando.

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