De héroes y villanos
Hamilton remata un año en el que ha sido el mejor con diferencia
Al girar la vista atrás hasta los tests de pretemporada, pasados por nieve en Montmeló, había la sensación en el paddock de la F-1 de que en este 2018, al fin, Ferrari podría dar el sorpasso a Mercedes. Después de cuatro años seguidos de hegemonía del coche de la estrella coincidiendo con la era híbrida, se intuía en las pruebas invernales que Sebastian Vettel podría estrenarse de rojo. Y más que lo pareció al vencer Seb en las dos primeras carreras. Fue un espejismo del desierto de Sajir. Hamilton no había perdido un ápice su apetito ganador. El 2018 ha sido suyo.
El mejor, Hamilton. El inglés remató ayer en Abu Dabi un año en el que ha rozado la perfección: quíntuple título mundial –con más puntos que nunca (408), 11 victorias, 11 poles, 17 podios... Y la constatación de que cuando puso toda la carne en el asador, la parrillada se la comía él solo. Sensacional ha sido su segunda parte del año, sobre todo después de que Vettel le robara la cubertería en Silverstone. Fue el acicate que necesitó para reaccionar con más rabia: enlazó 9 podios seguidos, con 6 victorias, con las que dejó liquidado el título. Ayer se paseó.
Parecía que a la cuarta iba a ser su año al liderar el Mundial las tres primeras carreras. El Ferrari había acortado las distancias de prestaciones con Mercedes, Vettel estaba inspirado, pero empezó a ser víctima de la irregularidad. El punto de inflexión fue el abandono en casa, al estrellar el coche a falta de 14 vueltas para la victoria. Los muchos errores del alemán (se llevó por delante a Bottas en Francia, se tocó con Verstappen en Suzuka, el trompo en la salida de Austin...) y la desaprovechada ventaja mecánica del Ferrari después del verano –les pasó factura no ganar en Singapur– hicieron que la Scuderia y Sebastian se quedasen otra vez sin premio gordo. Como les ocurre desde el 2007.
El animador, Verstappen. Como el año anterior, suerte que existe el bullicioso holandés para que muchas carreras no acaben en siesta. Este curso ha crecido, sobre todo en madurez y en regularidad (ha pasado de 4 a 11 podios), sin perder ni un gramo de agresividad, ese punto de locura, de magia, tan necesario. Sin embargo, ha brillado de manera discontinua, básicamente en el tramo final (6 podios seguidos en las últimas carreras). Ayer volvió a ofrecer un recital de atrevimiento, con adelantamientos de autos de choque sobre Ocon –se la debía– y Bottas.
La revelación, Sauber. Lo apuntaba a este diario el ingeniero Xevi Pujolar, tercero en la jerarquía técnica del equipo suizo: “Quiero demostrar que puedo llevar a un equipo que estaba sufriendo a un nivel competitivo. Me gustaría hacer de Sauber el Girona de la F-1”. Y así ha ido. De ser la última escudería de 10 el año pasado (5 puntos), a la 8.ª (48), superando a Williams y Toro Rosso, y pisando los talones a Force India. Con el patrocinio de Alfa Romeo, los motores Ferrari y las manos del talentoso Charles Leclerc, ayer 7.º (13.º en el Mundial, 39 puntos), próximo piloto rojo, Sauber ha dado un salto de calidad y ha dejado de ser la cenicienta.
NI LAS MIGAJAS El inglés de Mercedes vence también en Abu Dabi, su 11.ª victoria, y cierra con más puntos que nunca
Los españoles, discretos. Al margen de Alonso (11.º, 50 puntos), el papel de Carlos Sainz ha sido en este su 4.º año en la F-1 un poco más discreto, 10.º con 53 puntos (en el 2017, 9.º con 54). La de ayer fue la excepción, la mejor carrera del curso, 6.º. El cambio a un volante más competitivo, de Toro Rosso a Renault, no se ha traducido en mejores actuaciones, y el madrileño ha sido superado por su compañero Hülkenberg (7.º, 69 puntos). El alemán fue uno de los protagonistas de Abu Dabi al sufrir un aparatoso accidente en el que dio dos vueltas de campana, pero salió ileso. El halo funciona.