La Vanguardia

Anoche soñé que era Dembélé

- Carlos Zanón

Anoche soñé que alguien me amaba. Que Luis Suárez no me reñía en rueda de prensa. Anoche soñé que unos brazos me rodeaban y me daban calor. Que Piqué –¡Piqué!– no me acusaba de inmadurez. Anoche soñé que no estaba solo. Sin esperanza ni dolor en derredor mío. Que el sueño sólo era una falsa alarma. Anoche soñé que ellos hablaban francés. Que Busquets no decía que les iba a costar que me adaptara al vestuario. Soñé que no era millonario ni tenía 21 años. Soñé que en el club no había nadie que filtrara mis despistes, mis cuelgues, mis gastroente­ritis, mis noches con la Playstatio­n echando humo. Soñé anoche que no cogía la pelota en el Wanda Metropolit­ano, me la pasaba de pierna y se la colocaba bajo las piernas a Oblak. Anoche soñé que no era ambidiestr­o. Soñé anoche que no era campeón del mundo. Que no la pisaba y dejaba atrás a tres jugadores del PSV y luego la colocaba en el palo al que no podía acceder el portero. Que una hora y media sin saber de mí y faltando al entrenamie­nto, tampoco era para tanto. Eso soñé. Y que Valverde cuando le hablan de mí, suspira, estrangula la botella de agua y dice paciencia y desespero de tal manera que parecen los nombres de dos hermanos que se lleven fatal, uno agricultor y el otro ganadero. Anoche soñé que era distinto. Soñé que nadie me podía parar. También dentro de una cancha de juego. Anoche me dio por soñar que escuchaba lo que me decían y que yo hacía lo que quería y empatábamo­s in extremis contra un equipo que se llama Rayo como yo con el coche. Anoche soñé que no tenía puntos en el carnet pero seguía conduciend­o. Anoche soñé que mordía a un defensa. Anoche que expulsaban a Motta en el Camp Nou porque me arreaba un codazo en la cara. Que jugaba en el Espanyol o el Sevilla pero luego en el Barça. Soñé eso pero esos eran sueños de otros. Anoche soñé que Cristiano Ronaldo me regalaba su teléfono de diamantes. Soñé que Didier Deschamps me amaba. Que mis compañeros en la selección me abrazaban. Que mis compañeros en el Barça me rodeaban con sus brazos, viriles, tatuados, alegres, sabor a gominola. Que Rakitic decía que yo valía la pena hacer la vista gorda. Anoche soñé que me fichaba el PSG. Soñé anoche que jugaba con Mbappé y me cruzaba en el aeropuerto de El Prat con Neymar Jr. y no se tiraba al suelo bajo el arco de seguridad. Dime cuándo será la última reganiña, el último aviso. Cuál la última pantalla del juego, mi última titularida­d. Anoche soñé que era pobre y tenía 21 años. Soñé que marcaba el gol de la victoria en una final de Champions y lo festejaba abrazado por todos mis compañeros. Que hacía el saludo de la visera después de marcar un golarro como el del Sevilla. Anoche soñé que jugaba doce horas seguidas a la Play con pizza y sin colirio. Anoche soñé que todo el mundo me amaba. Que me rodeaban con sus brazos. Anoche soñé que costaba 150 millones de euros. Anoche soñé que era Anelka.

Soñé que me cruzaba en El Prat con Neymar Jr. y no se tiraba al suelo bajo el arco de seguridad

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