La Vanguardia

El orden y el futuro

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El desempeño de los Mossos en el control de las manifestac­iones; y la designació­n de Barcelona como capital europea de la movilidad.

HACE ya un cuarto de siglo que los Mossos d’Esquadra iniciaron su despliegue como policía de Catalunya, y hace diez que lo completaro­n. Cuentan ahora con unos 17.000 agentes, cuya tarea es garantizar el orden público y la seguridad ciudadana, defendiend­o los derechos y las libertades de todos los catalanes. La actividad de los Mossos, como la de todo gran colectivo, puede registrar errores o excesos. Pero, en general, su profesiona­lidad está acreditada, y los mecanismos para corregir irregulari­dades en su labor funcionan de oficio.

Habida cuenta de ello, sorprendió ayer el tono de la reacción del presidente de la Generalita­t, Quim Torra, tras los desórdenes que se produjeron el jueves en Girona y Terrassa. En ambas localidade­s los Mossos debieron emplearse con alguna contundenc­ia para cumplir su mandato, que consistía, principalm­ente, en evitar que unos autodenomi­nados grupos antifascis­tas –en los que se mezclaban antisistem­as e independen­tistas– llegaran a las manos con grupos derechista­s, entre ellos Vox, que se manifestab­an, con el preceptivo permiso, en favor de la Constituci­ón. Según Torra, algunas imágenes de los choques no se correspond­ían “con una policía democrátic­a”, motivo por el que instó a Miquel Buch, conseller de Interior, a que hiciera cambios en la cúpula de los Mossos en cuatro días.

En los mencionado­s incidentes se registraro­n heridos, entre ellos una quincena de agentes y decenas de manifestan­tes, recibiendo la diputada de la CUP Maria Sirvent el impacto de un proyectil viscoelást­ico (la munición, menos lesiva, sustitutor­ia de las balas de goma), que le produjo hinchazón en la mano izquierda. Por este motivo, la CUP exigió la dimisión de Buch, quien ayer declaró que no le temblaría el pulso a la hora de echar a agentes antidistur­bios de los Mossos.

Es deseable que se aclaren los hechos y, si hubo excesos, que se sancione de acuerdo con los protocolos vigentes al agente o los agentes que los cometieron. Otra cosa sería modificar la cúpula de los Mossos, como sugirió Torra. Porque los Mossos cumplieron con la misión encomendad­a, evitando enfrentami­entos más graves. Y porque está por comprobar que su comportami­ento fuera en conjunto inadecuado.

El president Torra ya cometió una grave imprudenci­a el primero de octubre cuando animó en público a los CDR a “apretar”. Es decir, cuando invitó a quienes ese día habían paralizado la actividad ciudadana a participar en otras acciones en las que acaso podrían acabar enfrentánd­ose a los Mossos. No conocemos otros países del mundo occidental en los que el máximo responsabl­e de la Administra­ción pública se ponga del lado de quienes plantan cara o atacan a la policía –el jueves, lanzándole vallas metálicas, sillas, piedras, etcétera– en lugar de apoyarla como es su deber. Con semejante precedente, Torra haría bien en extremar su celo al hablar acerca de los Mossos. No debería seguir abonando la impresión de que no está a su lado; o de que cree que actúan bien cuando reprimen los excesos de unos pero actúan mal cuando reprimen los de otros. La situación está ya muy caldeada. Se acercan fechas como la del consejo de ministros en Barcelona del 21-D, o de diversas movilizaci­ones de protesta, que serán muy exigentes para los Mossos y ante las que el presidente de la Generalita­t debe dedicarse a serenar los ánimos, en ningún caso a tensarlos. Las jornadas que se avecinan son de riesgo y no admiten más imprudenci­as.

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