Cuestión de imagen
¿Te has preguntado en cuántas fotografías sales? La de tu primer cumpleaños, la del pasaporte, las de la boda de tu hermano, las selfies que colgaste ayer. Pero también de fondo, cuando pasabas frente a la Sagrada Família o cruzabas la Rambla, clic, figurante en la captura que un japonés hizo de la casa Vicens. Mero atrezo de esa Barcelona que ha dado la vuelta al mundo desde el 92, no siempre ofreciendo su mejor imagen.
“Tampoco estamos tan mal”, sonríe el director de La Vanguardia,
Màrius Carol. La compara con París, que ahora, con las movilizaciones, “parece Beirut en los ochenta”. Claro que la capital francesa, como Londres o Nueva York, está lo suficientemente acreditada para que, de momento, los contratiempos sociales y políticos no mermen su atractivo. ¿Y aquí? ¿Perderemos caché? En Alerta Barcelona. Adiós a la
ciudad autocomplaciente, Miquel Molina propone fórmulas para convertirla en un punto de encuentro del talento, con proyectos que dejen atrás años de desidia y no permanezca a la defensiva. El combustible son los artículos que publica en este diario, del que es director adjunto.
“Estamos tremendamente desorientados, no tenemos las prioridades bien definidas”, advierte el director general de Barcelona Global, Mateu Hernández. Plantea que no puede ser que discrepancias municipales como el eterno tema del tranvía releguen a un segundo plano la ambición de que el mundo entero quiera venir a ver exposiciones y a la ópera, por ejemplo. “Esta ciudad sólo ha funcionado con los alcaldes que la anteponían a la disciplina de partido”, dice. Así, hay que hablar del área metropolitana, de las grandes infraestructuras que se crearon tras los Juegos y deberían ser un referente internacional, del cambio climático y los problemas de la vivienda; hay que reforzar la conexión con Madrid y entre todas las Barcelonas. ¿Cuántas hay?
Los representantes de algunas de ellas llenan la Casa del Libro, “el Camp Nou de las presentaciones”, según Molina. En primera fila se sienta su editora, Ana Godó, directora de Libros de Vanguardia; también Alberto Fernández Díaz, Jaume Collboni; Manuel Valls, acompañado de Susana Gallardo, a quien regaló la colección de Tintín. Están el comisionado de Cultura, Joan Subirats, Jordi Martí, Daniel Mòdol, Jordi Williams; el director del MNAC, Pepe Serra; el del Sónar, Ricard Robles; la del CCCB, Judit Carrera; el de la Fundació Miró, Marko Daniel; el del Palau, Víctor García de Gomar; la presidenta de la Fundació Macba, Ainhoa Grandes; Pepe García Reyes, vicepresidente del Cercle del Liceu; Pau Guardans, presidente de Barcelona Global; el del del Gremi d’Editors, Patrici Tixis; Jordi Camí, director general de la Fundació Maragall. Sergi Pàmies, Joan de Sagarra, Viladecans, Gonzalo Rodés, Daniel Fernández, Fèlix Riera, Joan Sala, Llucià Homs.
Quizás es porque el periodismo se está alejando de la calle. El caso es
que la imagen se ha emancipado de la realidad, apunta Ingrid Guardiola en L’ull i la navalla. Un assaig sobre el món com a interfície. La última palabra del subtítulo no convence a algunos, pero es exacta. Publicado en la nueva colección Deriva ,dela editorial Arcàdia, el libro reflexiona sobre los efectos de la conexión global a través de las pantallas y la reconstrucción (por reinterpretación) de lo que conocemos. Un ejemplo. El reportaje “This is war”, que apareció en el Picture Post en 1938, pretendía reflejar la realidad sin intermediarios, a través de las fotos que Robert Capa hizo en la ba-
talla del Ebro, explica Xavier Antich en La Central. Diez años antes, Magritte advertía que la representación no es la realidad, Ceci n’est
pas une pipe.
Ambos explican –el micro no funciona, y Guardiola toma notas con un boli que se quedará sin tinta– que las imágenes han regido el siglo XX. Ahora nuestra relación con ellas ha cambiado. El peligro radica en lo que no se ve, cuando lo fácil (y tramposo) queda sobreexpuesto. Las democracias actuales están desbordadas por procesos demasiado complejos que impiden el ejercicio de la ciudadanía porque no la entienden. Y lo mismo ocurre con las redes: sesgan la diversidad a través de unos algoritmos que nos conducen a nosotros mismos, a nuestros gustos y afinidades. Creemos controlar qué perfil damos, pero lo cierto es que damos muchos más datos que la imagen. Es más: ignoramos quién nos controla, conocedor de cada uno de nuestros gestos. No sólo sabe dónde estamos o con quién interactuamos, qué opinamos, también qué queremos. Así, el deseo se convierte en mercancía.
En este contexto, ¿es posible el amor? El festival DOCfield clausuró su VI edición en el Palau Robert con Love me tender, pieza audiovisual a partir de diez proyectos fotográficos seleccionados en una convocatoria de la editorial Slideluck. Incluía el de Maria Contreras Coll, sobre el aislamiento que sufren las mujeres de las zonas rurales del Nepal en periodo menstrual. Y el de Toni Amengual, que mostró cómo la saturación de imágenes –no siempre bellas, no siempre impactantes, pero al mismo nivel y acceso que las demás– dificulta que lo que veamos determine lo que sentimos. ¿Qué imagen tiene Barcelona? ¿La de postal, la de selfie, la de modelo o la de figurante?
“Barcelona sólo ha funcionado con alcaldes que la anteponían a la disciplina de partido”, dice Mateu Hernández