En Art Basel Miami
Tu campechanía interior sale a flote nada más aterrizar y la desenvoltura de su gente te desencapota la cabeza para sentirte libre
El frío árido y deshumedecido de Madrid ha podido conmigo. Tanto es así que celebro el día de la Constitución en la Ciudad del Sol, Miami. Una metrópoli en la que tu campechanía interior sale a flote nada más aterrizar y la desenvoltura de su gente te permite desencapotar tu cabeza para sentirte libre en un entorno microclimático. Sus calles tienen sabor latino, y su alfombra de yates suntuosos se estira a lo largo de una atrayente bahía. El horizonte miamense se compone de un puzle de rascacielos perfectamente encajado que decora un cielo limpio y estrellado.
Mi vuelta a Estados Unidos tenía una razón de peso: vivir el Art Basel. Cuatro días para disfrutar de la auténtica fiesta de la inspiración, la libertad y la expresión cultural. Durante este tiempo, la urbe americana se convierte en el gran museo de arte contemporáneo, una feria que acoge más de doscientas galerías que exhiben el talento y la sensibilidad de artistas de gran parte del mundo. Coleccionistas, aficionados, vendedores, todo un gremio adueñado de Miami Beach con el fin de alzar su voz a través de su creatividad.
La moda y el arte están hermanados. Dos disciplinas cuya finalidad no es otra que manifestar la interioridad más profunda, loca y sincera, tal y como nos tiene acostumbrados Cavalli. El jueves, el gigante italiano me recibió nada más pisar suelo estadounidense. Por delante me esperaba una cena de gala en la que pude certificar, una vez más, la inventiva fastuosa y el estilo más felino de una casa que lleva décadas siendo protagonista de la industria.
Al día siguiente, un sol deslumbrante me recargó de vivacidad, y con curiosidad y cierta intriga me dirigí al Wynwood Art District, un barrio desprejuiciado y centrado en lo maravilloso de ser uno mismo. En sus calles pasea la multiculturalidad y la transigencia. Músicos, artistas callejeros embellecen un camino repleto de murales coloridos con mensajes reivindicativos y aceras pintadas con fraseología reflexiva, aquella cuyas palabras disparan en tu mente para quedarse. Me quedé encandilada con la multitud de pequeños puestos de decoración, bisutería y moda. Una convención de creación y amabilidad en la que prima, aparte del arte, la sonrisa, y una originalidad desmedida.
Mi tour artístico aún continúa, y ayer tuve el privilegio de degustar un brunch de lo más apetecible en un enclave de ensueño, la casa de la familia Talavero-Osio. Una atmósfera estéticamente sublime en la que sientes que el arte es una actitud ante la vida y su colección, una creencia a la que aferrarse.
Sin duda unos días en los que he descubierto el lado más pasional de una ciudad con un espíritu cálido y optimista.