Editor catalán en México
Ha muerto Martí Soler, el editor que logró hacer de su nombre el sinónimo de su profesión.
Tan catalán como mexicano, tan editor como poeta, tan discípulo como maestro de editores, Martí Soler es uno de los últimos mohicanos del mundo de la edición en español (al nombrarlo así pienso –por supuesto– en quien inspiró el término, Jorge Herralde, otro gigante del mundo editorial)
Lo vivido junto a Martí se agolpa como un torrente: me recuerdo a los 20 años colándome en sus clases de tipografía en la Universidad Iberoamericana (imposible encontrar cupo en sus cursos); escuchándolo con atención en la Cámara Nacional de la Industria Editorial; topándome en los pasillos de las diferentes Ferias del Libro de México y el extranjero; hablando largo de tipografía en los recesos de la Cátedra Juan Grijalbo. Ya siendo directora del Fondo de Cultura Económica, llamándole para invitarlo a regresar a su primera casa editorial, el Fondo. Imposible olvidar sus ojos llenos de lágrimas cuando aceptó, alargando su mano para estrechar la mía y decirme –suave y firme, como siempre habló– “Sí, querida Consuelo, acepto”.
Y luego, los memorables días trabajando juntos en el Fondo: las discusiones interminables con Alí Chumacero, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo Flores y los jóvenes editores, sobre la familia tipográfica de la nueva colección; el tipómetro que compartían Alí y Martí, y las estrategias comerciales para las novedades editoriales que acordábamos todos con Ricardo; los consejos que escuchábamos en silencio Joaquín y yo, y los asombros mutuos antes las actividades que imaginábamos impensables en alguien como Martí: “sí, aunque no lo crean debo irme porque tengo ensayo con el coro al que pertenezco”.
México apreció y recompensó su fidelidad y talento: el joven nacido en Gavà en 1934 que llegó a los 13 años como parte de ese exilio español que tanto contribuyó al horizonte intelectual de mi país, recibió en el 2006 la más alta distinción que el Estado mexicano otorga a los extranjeros, la orden mexicana del Águila Azteca; aquel precoz aprendiz de tipógrafo llegó a ser una leyenda en las instituciones que más amó en su vida: el Fondo de Cultura Económica (en dos etapas), la editorial Siglo XXI y El Colegio de México; el enamorado de la igualmente admirable Elsa Cecilia Frost, que en 1963 decide permanecer en tierra azteca para casarse con ella, cuando sus padres vuelven a Barcelona, se convierte en el padre de tres admirados poetas, editores y eruditos animadores de la vida cultural mexicana, Pablo, Jaime y Ana.
Es preciso mencionar la inmensa admiración que guardé siempre para Martí como editor, y mi gratitud por el rigor, profesionalismo e inteligencia con que desarrolló los proyectos a su cargo: en el 2004 le pedí una selección de los mejores 70 títulos del catálogo del Fondo para conmemorar el 70.º aniversario de fundación de la casa editorial: la lista que presentó es espléndida, los prólogos que acompañan a esas ediciones renovaron muchos de esos títulos y les dieron nuevas vertientes para la lectura y el análisis, además rescató libros abandonados, sin reimpresión, durante décadas.
Martí también se hizo cargo de las ediciones especiales del Fondo cuando Catalunya fue el invitado de honor de la Feria del Libro de Guadalajara;
El país americano apreció y recompensó su fidelidad y talento con la orden mexicana del Águila Azteca
y mención especial merece la indispensable antología de poesía catalana que realizó igualmente por esas fechas. Como buen sibarita, me pidió ser él quien seleccionara el vino para la cena de honor que ese año ofreció el Fondo: eligió, por supuesto, vinos catalanes. Hoy el mundo del libro y de los escritores, de las librerías y de los editores está de luto, Martí Soler, el gran tipógrafo y poeta que hizo más grande la historia de la edición y los nuevos horizontes de la lectura, ha muerto. Su admirable entrega a la edición de libros merece ser recordada siempre: estoy segura que las nuevas generaciones de editores sabrán honrar su memoria.