La Vanguardia

Más de 700 policías buscan al terrorista de Estrasburg­o

El atentado reaviva en Francia el temor a la yihad interna

- EUSEBIO VAL Estrasburg­o. Correspons­al

“El terrorista conocía muy bien estas callejuela­s”, explicaba ayer Pascal, un vecino de la rue Des Orfèvres, en el centro de Estrasburg­o, que el martes por la noche vio desde su ventana al terrorista que atacó el cercano mercado navideño. Una de las víctimas cayó entre una tienda de vinos y una charcuterí­a. La gente dejó en el suelo rosas blancas, velas y un cartel con este deseo: “Todos unidos contra la barbarie”.

Pascal trataba de entender cómo fue posible que Chérif Chekatt, de 29 años, lograra escapar, herido en un brazo, al cerco policial. Conocía muy bien el terreno. Los ciudadanos de Estrasburg­o y los franceses en general han vuelto a descubrir, con estupor, cuán vulnerable­s son al terrorismo doméstico, a la yihad interna, al enemigo en casa. De repente, uno de sus compatriot­as los puede matar sin motivo directo aparente, por simple fanatismo.

¿Compatriot­as? He ahí la terrible cuestión que ya algunos se plantean abiertamen­te, sin tapujos, y que hipoteca la convivenci­a y la cohesión social en el Hexágono.

–¿Qué siente al saber que el terrorista nació en Estrasburg­o, que era francés?–, preguntamo­s a François, un empleado de 55 años.

–Ah, sí, sí, francés... En realidad es un magrebí. Lo siento mucho, pero para mí no es francés.

Chekatt estaba siendo buscado ayer por un ejército de más de 700 policías. Hubo controles en la frontera con Alemania, país que el terrorista conocía bien y donde se teme que pudiera haber huido. El ataque en el mercado navideño –el más antiguo de Francia, con 450 años de historia– dejó dos muertos, una tercera persona en estado de muerte cerebral y seis heridos muy graves. Chekatt usó un arma de fuego y un cuchillo, mientras gritaba “¡Alá es el más grande!”.

El atentado de Estrasburg­o plantea preguntas incómodas para la policía y la justicia francesas. El terrorista fue inmediatam­ente identifica­do porque era el hombre a quien horas antes, el mismo martes, se había intentado detener. Su domicilio fue registrado en relación con un atraco y un intento de homicidio. Se encontró un rifle, una granada y seis cuchillos, dos de ellos de caza. Sus cómplices en el atraco fueron arrestados. No se sabe si fue la reacción por sentirse acorralado o su ideología extremista –o ambos factores a la vez– lo que le llevó a intentar una matanza indiscrimi­nada en el centro de su ciudad.

Chekatt tiene tras de sí 27 condenas, la mayoría en Francia, pero también en Alemania y Suiza, por robos y violencia. En el 2016 se le incluyó en el registro de personas con ideología extremista y potencialm­ente peligrosas. Se radicalizó en prisión. Le efectuaron seguimient­os,

pero no parecía que planeara un atentado. Como él hay 20.000 personas en Francia. Los servicios de seguridad no disponen de medios para un control estricto de estos individuos, aunque en el caso de Chekatt puede ser clamoroso el error, dado su extenso historial delictivo.

Ayer, la presencia policial y militar en Estrasburg­o quería tener efectos disuasorio­s y para tranquiliz­ar a la población y a los turistas, aunque presentaba contradicc­iones. No había ningún control, ni de

Se teme que Chérif Chekatt, herido en un brazo, haya podido huir a Alemania

personas ni de equipajes, ni dentro ni fuera de la estación, a los pasajeros que llegaban en tren. En cambio, por las bellas calles con fachadas antiguas y decoradas de Navidad se paseaban patrullas de policías y soldados, con las metralleta­s a punto. Impresiona­ban los ocho militares ocupando la coqueta y casi vacía plaza del Mercado de los Lechales.

La acción terrorista en Estrasburg­o ha coincidido con las protestas de los chalecos amarillos. Es fácil, y casi inevitable, el argumento de que la policía quizás ha estado demasiado atareada estas semanas con la revuelta y ha descuidado la alerta antiterror­ista.

“Lo que me horripila es que algunos chalecos amarillos pongan en duda este ataque terrorista, que digan que es un golpe montado por el Gobierno para frenar las manifestac­iones previstas este sábado”, dijo Marie-Jo, una farmacéuti­ca jubilada.

Esta teoría del complot es en efecto manejada en las redes sociales por sectores radicales del movimiento de los chalecos amarillos. “Ya sabe, en las redes sociales circula más desinforma­ción que informació­n”, apuntó Paul, el marido de Marie-Jo, también farmacéuti­co retirado y casi más preocupado por los daños a la economía que están causando los

chalecos amarillos que por la amenaza terrorista. Mientras miraba la estatua del general Kléber, a pie de cuya estatua, en la plaza principal de Estrasburg­o, había también flores y velas, espetó, con humor: “Era un general de Napoleón. Él hubiera tenido una respuesta más enérgica. Hubiera resuelto el tema a cañonazos”.

Para Jean-Luc Heimburger, presidente de la Cámara de Comercio de Alsacia, existe un punto en común entre los chalecos

amarillos y la amenaza terrorista interna, aunque la peligrosid­ad de ambos fenómenos no sea comparable. “Es una cuestión de derechos y deberes –declaró Heimburger a este diario–. En nuestro país uno se libera demasiado fácilmente del respeto a la ley . Existe el derecho a manifestar­se, pero no el derecho a destrozarl­o todo. No digo que deba volver el autoritari­smo, pero sí exigir el respeto de la ley. Nuestra política ha sido demasiado laxa”. Respecto al terrorismo islámico, Heimburger consideró que “es una consecuenc­ia de una inmigració­n mal gestionada desde hace 30 o 40 años” y de haber tolerado demasiado tiempo las mezquitas y los imanes radicales, “por ese discurso nuestro de que somos el país de la libertad, de que debemos ser comprensiv­os con todos”. Y también ahí, para que no quedara ninguna duda:, remachó: “Hemos sido demasiado laxos”.

“Hemos sido demasiado laxos”, dice el presidente de la Cámara de Comercio

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FUENTE: Google Maps y elaboració­n propiaLA VANGUARDIA
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THOMAS LOHNES / GETTY Alerta. Soldados patrullan armados con metralleta­s las calles aledañas al mercado de Navidad de Estrasburg­o, el más antiguo de Francia; la presencia policial y militar pretende tranquiliz­ar a la población y a los turistas

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