La Vanguardia

Baloncesto yugoslavo

- Enric Juliana TONI BATLLORI

La República Federativa Socialista de Yugoslavia tuvo un final trágico que se podía haber evitado con una actitud menos depredador­a de las potencias del momento –la tambaleant­e Rusia incluida–, más interesada­s en repartirse el despiece que en evitar una guerra civil.

Yugoslavia era literalmen­te un polvorín, puesto que el régimen autogestio­nario del mariscal Tito había creado un potente ejército –el cuarto de Europa– para defenderse de una hipotética invasión soviética. Los demás países socialista­s del Este europeo, dependient­es de la URSS a todos los efectos, no tenían una fuerza militar autónoma como el Ejército Popular Yugoslavo, dirigido desde Belgrado. Fue un final trágico, vergonzoso y terribleme­nte complejo. ¿Un final inevitable? Esa pregunta ya no la plantea casi nadie, pero nos habla de la actual crisis del proyecto europeo. Había muchas prisas en los años noventa por engullir el glacis del este.

Años antes del drama, Yugoslavia brilló gracias a su baloncesto. Su selección lo ganaba todo, y sus jugadores figuraban entre los mejores de Europa. Los equipos yugoslavos jugaban a una velocidad de vértigo, con constantes vuelcos en el marcador. La única metáfora yugoslava hoy honestamen­te aplicable a España es la de ese trepidante baloncesto. Todo discurre cada vez más deprisa, nuevos jugadores entran periódicam­ente en la cancha, el marcador va dando saltos y nadie sabe cómo acabará el partido. Si es que acaba.

Un triple desde Andalucía ha vuelto a provocar un gran vuelco en la política española. Ya ocurrió en febrero de 1980 y se repite ahora, en sentido inverso. El vuelco en Andalucía va a cambiar cosas en este país, muchas más de las que hoy puedan imaginarse. De entrada, modifica la ubicación y el estado de ánimo de todos los actores políticos. Coloca al PSOE a la defensiva, cuando creía tener a la derecha irremediab­lemente partida en tres trozos, ferozmente enfrentado­s. Inunda de miedo y nerviosism­o a los dirigentes socialista­s de la España interior, con el ínclito Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha) intentando salvarse de la quema con el espantajo de la ilegalizac­ión de los partidos nacionalis­tas. Refuerza al Partido Popular frente a Ciudadanos: vuelve el Partido Alfa de las clases medias tradiciona­les españolas. Propulsa a Vox en un ciclo electoral decisivo y excita a los piquetes de extrema derecha. Transforma­a José María Aznar en el pianista de Pink Floyd: el gran sinfonista de la derecha española tiene ahora tres teclados a su disposició­n, con los que intentará modular estrategia­s comunes. Demuestra, en definitiva, que una derecha dividida en tres partidos puede ser electoralm­ente eficaz si la izquierda se desmoviliz­a. Coloca a los nacionalis­tas vascos en situación de máxima alerta. Excita la imaginació­n de los irresponsa­bles que en Catalunya creen que “cuanto peor, mejor”. Y por último, aunque no lo último, el trepidante baloncesto yugoslavo aplicado a la política alienta el rechazo social a los partidos, convertido­s en significan­tes de un odioso desorden que nada arregla y todo lo estropea.

Mucha gente empieza a percibir el juego de la política como una agresión constante a su tranquilid­ad y sus intereses. El juego en la cancha es trepidante, pero el público se está poniendo muy nervioso. El último barómetro del CIS es muy elocuente al respecto: los políticos, los partidos y la política en general aparecen como el segundo problema de los españoles, por delante de la corrupción y detrás del paro. La política vuelve a ser odiada en España.

Ahí está una de las claves del resultado electoral en Andalucía. Había una verdadera pulsión de cambio y no se percibía una alternativ­a. Los decepciona­dos se abstuviero­n. Los más irritados patearon el tablero con la papeleta de Vox.

Después de ganar la moción de censura, Pedro Sánchez optó por gobernar con 84 diputados en vez de convocar elecciones para septiembre u octubre. Creía poder dominar el tramo final del partido frente a una derecha rota y desorienta­da. Andalucía lo ha cambiado todo.

Sánchez endurece ahora el discurso, sin cortar amarras con los independen­tistas. Pablo Casado se exhibe como orador

Pablo Iglesias y el PNV trabajan, por separado, para evitar que la legislatur­a se hunda el próximo día 21

parlamenta­rio–ritmo eléctrico, sin papeles– taponando a Albert Rivera. La iniciativa es ahora de Casado, que ya advierte al PSOE con los papeles que su gente va a buscar en los cajones del palacio de San Telmo, sede de la Junta de Andalucía. Joan Tardà y Carles Campuzano lanzan cables, sin que se sepa muy bien quien manda ahora en Catalunya. Pablo Iglesias se adjudica el papel de vicepresid­ente equilibris­ta, intentando salvar una legislatur­a que se va por el desagüe. Hay contactos y llamadas para intentar evitar que el día 21 descarrile todo. El PNV también está en ello.

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EMILIA GUTIÉRREZ Sin papeles. Pablo Casado quiso efectuar ayer una demostraci­ón de oratoria en el Congreso: habló sin papeles, con un ritmo veloz, impulsado por el vuelco en Andalucía
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