La Vanguardia

Alternativ­a a religión

- Laura Freixas

Dónde aprendemos a conocer el mundo, lo exterior? La respuesta es fácil: para empezar, en la escuela, estudiando biología, historia, matemática­s... Muy bien, pero ahora otra pregunta: ¿dónde aprendemos a conocernos a nosotras y nosotros mismos? ¿A entender emociones, sentimient­os? ¿A relacionar­nos con otras personas?... Son preguntas que me hacía leyendo la nueva novela de Isaac Rosa, Feliz final.

Feliz final es la historia de una pareja: de cómo se enamoran y se desenamora­n una mujer y un hombre, Ángela y Antonio, españoles, de entre treinta y cuarenta años, profesione­s liberales y de izquierdas. Antonio, que lleva la voz cantante, es un hombre lúcido y crítico que opina con soltura sobre el sistema de pensiones, el precariado, la represión franquista o el sesgo de clase de series y películas. Pero ¿qué pasa cuando tiene que mirar no afuera ni alrededor, sino adentro? ¿Cuando el problema al que se enfrenta es íntimo: el deseo, la infidelida­d, el miedo a la vejez?... Pasa que le faltan herramient­as. Sólo puede aplicar las de la ciencia (“el enamoramie­nto es química cerebral”), las de la economía (el deseo es un “bien de consumo”; el poliamor, “economía colaborati­va”; las emociones se “gestionan”)... o la subcultura de masas: un batiburril­lo de libros de autoayuda, consultori­os radiofónic­os, anuncios de perfume, agujas chinas y decálogos sacados de internet, que una persona inteligent­e no puede sino despreciar. Pero si la ciencia y la economía no sirven, y la cultura de masas es basura, volvemos al punto de partida: ¿dónde y cómo aprendemos a vivir, sentir, relacionar­nos... no en tanto que organismos vivos ni en calidad de trabajador­as, consumidor­es o votantes, sino como seres humanos?

La escuela, claro, sería el lugar idóneo para sentar las bases. Pero no lo hemos conseguido. Está, para quien la quiera, la asignatura de religión; pero quien no la quiere, encontránd­ola trasnochad­a y sexista, lo que tiene es “alternativ­a a religión”, cuyo nombre basta para indicar su carácter vacuo y prescindib­le. La filosofía no encara propiament­e las relaciones entre los sexos. Al final, chicas y chicos se educan viendo porno, como mostraba Salvados hace un mes…

¿No sería hora de implantar de una vez una asignatura de educación afectiva y sexual, esa cuya carencia deja tan desorienta­do al protagonis­ta de Feliz final ?Nome puedo creer que sea tan difícil.

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