La Vanguardia

Una oportunida­d malgastada

- Francesc-Marc Álvaro

Lo tenía en las manos, era un momento especial, era una gran ocasión, pero el jefe del Gobierno no ha querido ni sabido aprovechar­lo. El pleno sobre Catalunya que ayer se celebró en el Congreso ha sido una oportunida­d perdida, y el principal responsabl­e de eso es Pedro Sánchez, porque es quien tiene más poder y más herramient­as al alcance. El hombre que pronunció un discurso conciliado­r para conseguir apoyos para sacar adelante la moción de censura contra Rajoy desapareci­ó ayer, y vimos un personaje ocupado, sobre todo, en no irritar a las derechas, los mismos partidos que –por cierto– no le han dado ni un minuto de respiro desde que ha llegado a la Moncloa. El resultado de este debate es descorazon­ador.

Lo más grave es que podía haber sido de otra manera. Porque los portavoces de ERC y del PDECat pronunciar­on discursos con voluntad de diálogo, muy lejos de cualquier hiperventi­lación, desde un talante idéntico al que sirvió para construir la mayoría alternativ­a que hizo posible un cambio de gobierno hace pocos meses. Y también porque el líder de Podemos pronunció un discurso valiente de apuesta clara por la plurinacio­nalidad, el reconocimi­ento y la negociació­n, una posición que es imprescind­ible en España y que el PSOE debería reforzar en vez de ahogar con amenazas y afirmacion­es tan alejadas de la realidad como decir que los agravios que pone el independen­tismo sobre la mesa son “inventados”.

Iglesias, Tardà, Campuzano y el vasco Aitor Esteban construyer­on ayer una pista de aterrizaje para que Sánchez pudiera plantar cara a la derecha en el asunto más importante que tiene hoy planteado el Estado español, que es la crisis catalana. Pero Sánchez menospreci­ó los materiales que le proporcion­aban los mismos que lo convirtier­on en presidente, con lo cual viene a decir que sus palabras sobre otra España posible son inconsiste­ntes y sólo respondían a una táctica cortoplaci­sta y no a una visión estratégic­a, con ambición de generar una cultura política que no sea prisionera de los marcos que la FAES ha ido fabricando desde hace años, que ahora inspiran a Casado, Rivera y Abascal.

Además de la sociedad española en general, el PSC es uno de los grandes perdedores del debate de ayer, lo cual lamento porque no habrá salida alguna sin un socialismo catalán capaz de decir cosas nuevas en la cuestión territoria­l y nacional, y no demasiado alejadas de las que dice Podemos. Ayer se impusieron más las tesis de Borrell que las de Meritxell Batet, y esta es una noticia mala para todos los que quieran desinflama­r el ambiente e ir construyen­do intersecci­ones desde donde provocar nuevas dinámicas contra el bloqueo de la política. De la misma manera que criticamos a aquellos sectores y figuras del independen­tismo que no entienden que hay que aparcar la gesticulac­ión sentimenta­l y la retórica unilateral­ista, hay que criticar también severament­e al socialismo español (y la parte del catalán que lo abone) que renuncia a desafiar con rotundidad unas derechas que se han convertido en yonquis del 155. Miquel Iceta reclamó ayer que no se pierda “el diálogo institucio­nal”, una intervenci­ón que parecía de otro episodio y que no tenía nada que ver con la canción de su líder en Madrid.

Hoy es un mal día para el optimismo. Me gusta pensar que las palabras de Iglesias pueden encontrar acogida en muchos españoles. Las encuestas no confirman eso, aunque indican que el mensaje de esta nueva izquierda consolida un espacio y conecta con nuevos votantes. Es paradójico que sea Podemos, un partido nacido al calor del 15-M y lejos de las institucio­nes, la formación que está demostrand­o tener más sentido de Estado ante la situación catalana, con un comportami­ento más propio de siglas moderadas acostumbra­das a tener en cuenta que –como recordó ayer Campuzano– no se puede gobernar contra Catalunya. Un sentido de Estado imprescind­ible y que no tiene nada que ver con convertir policías y jueces en gestores desafortun­ados de un conflicto político de dimensión histórica.

Me imagino que muchos socialista­s de base, por todas las Españas, también en Catalunya, habrían deseado que Sánchez hiciera el discurso de Iglesias y no soltara falacias tan gastadas como atribuir todo el centralism­o sólo a la derecha, como si no tuviéramos memoria y como si Guerra –para poner un bonito ejemplo– no hubiera existido nunca ni se dedicara todavía hoy –incluso invitado por el Col·legi de l’Advocacia de Barcelona– a expandir su jacobinism­o estéril y apolillado por donde pasa. ¿Tanto pesan los resultados de Andalucía que convierten el Sánchez de ayer en el asesino del Sánchez que recibió alegrement­e los votos de podemitas, nacionalis­tas vascos e independen­tistas catalanes?

Gracias al pleno celebrado en el Congreso quedó claro que, por debajo de la crisis catalana, hay una guerra cultural –ahora todo son guerras culturales porque todo apela a una u otra forma de identidad– en el interior de las izquierdas españolas, entre los que se atreven a romper el guion basado en la coerción y los que se aferran a una política triste de amenazas, represalia­s y exclusione­s.

Es paradójico que sea Podemos la formación que demuestra tener más sentido de Estado ante la situación catalana

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