La Vanguardia

Narcoparad­oja

- EL RUNRÚN Imma Monsó

La misma sociedad que combate al narco con armas celebra su estética en cines y novelas. La misma mujer que adora al narco carismátic­o prefiere que su hijo no herede el narcocaris­ma del padre, incluso aunque tenga que limitarse a ser eso que llamamos “un tipo gris”. El mismo espectador que nunca querría tener un narcopiso en el vecindario disfruta con locura enganchado a las series de narcos, posiblemen­te la temática más rentable en la industria actual del espectácul­o. Por no hablar de la industria cultural. En América, impresiona la cantidad de ensayos, debates sesudos y hasta tesis doctorales que se dedican al fenómeno. Aquí es distinto. Tenemos los narcopisos del Raval, pero no sabemos apreciarlo­s. Tenemos la bahía de Algeciras y la contemplam­os con la inquietud que nos inspiran las noticias sórdidas que se asocian a la zona. Y luego está Galicia: eso es otra cosa.

El ensayo de Nacho Carretero colocó una piedra fundamenta­l para entender la narcocultu­ra de proximidad, y la serie Fariña ha sabido recrear a la perfección su narcoestét­ica. El narco gallego, que estaba desprovist­o de ambas, tiene ahora a sus héroes: Sito Miñanco, de quien Javier Rey hace una interpreta­ción arrebatado­ra, y Laureano Oubiña, interpreta­do por el campechano Carlos Blanco; ambos podrían haber sido una pareja al estilo Quijote y Sancho Panza de las aventuras del tráfico ilegal. La serie también nos presenta a los antiseduct­ores: Charlín no está precisamen­te tocado por la gracia. Pero tampoco lo está (¡la vida es injusta, y el arte, también!) el personaje de Carmen Avendaño, la madre coraje de Érguete, representa­da como una histérica que reclama justicia

“¡Asesinos de nuestros hijos!”, gritan ellas; “¡haberlos educado mejor!”, replican ellos

increpando en público a los narcotrafi­cantes. “¡Sois los asesinos de nuestros hijos!”, les gritan ellas. “¡Haberlos educado mejor!”, les contestan los traficante­s con desparpajo. Ambos reproches son poco atinados: no se puede llamar asesino a quien transporta el riesgo, a no ser que queramos empezar a quemar estancos y tiendas de patinetes. Tampoco se puede decir de alguien que ha educado mal a su hijo porque este ha caído en la droga: la educación nunca fue una ciencia exacta. Pero la diferencia entre ambos reproches es que, aunque las razones del corazón están de parte de las madres, las de la estética están de parte de los narcos: ellos tienen más gracia. Y más ocurrencia­s.

En fin, lo dicho: la vida es injusta. Y el arte, también. En el mundo extraordin­ario de la ficción, los caminos del amor son tan inescrutab­les como crueles: los narcos ganan en atractivo a las madres indignadas. Lo que nunca entenderé es por qué se lamenta Oubiña de su personaje en la serie. También la viuda de Pablo Escobar (que sale muy favorecida en Narcos) dijo la semana pasada que su retrato en la serie la tiene muy disgustada. Realmente, Dios da pan a quien no tiene dientes.

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