La Vanguardia

Loco: dícese del portero suplente

- Joaquín Luna

Jugar de portero en un equipo de fútbol es uno de los grandes misterios de la humanidad y no es de extrañar que tengan reputación de locos, extravagan­tes o leídos. ¿Hay algo más antinatura­l en esta vida? Sí: el portero suplente.

El portero suplente es un fenómeno del siglo XXI que se despacha con dos soluciones imperfecta­s: tener dos grandes porteros, en cuyo caso el que juega poco se quema, o establecer una jerarquía incontesta­ble (léase el modelo Valdés-Pinto).

Cillessen es admirable porque se diría que se entrena muy en serio y juega como si tuviese posibilida­des de ser titular. Una fe digna del cielo pero inútil en la tierra, a menos que Ter Stegen tenga un percance.

¿Es un problema tener a Cillessen en el banquillo? No, al contrario, salvo para el holandés, de 29 años. ¿Hacer caixa? El problema es terminar jugando una final de Liga de Campeones con un suplente inexperto o demasiado veterano...

La magnitud del negocio y la amplitud de competicio­nes justifican el lujo de dos grandes porteros. Hacer negocio a costa del suplente es una temeridad porque hablamos de un puesto clave en las grandes jornadas. Retener a Cillessen será complicado si quiere cambiar de aires porque –al mismo tiempo– se ha ganado el afecto por su profesiona­lidad. Pero tampoco es cuestión de enseñarle la puerta de salida a cuenta del negocio de Roberto, el de las cabras, sin relación con el exsecretar­io técnico del FC Barcelona.

El modelo Valdés-Pinto fue acertado y mérito de Guardiola con un pero: el suplente no tiene por qué jugar todos los partidos de una competició­n –sobre todo las finales–

Que Cillessen quisiera irse se comprende, pero lo sensato es que el Barça trate de retenerlo, no de traspasarl­o

por obligación moral o gestión del vestuario. ¿Desde cuándo se da en una final la más mínima ventaja al rival? La fórmula vintage del portero veterano en el banquillo tiene sentido a la vieja usanza: jugaban los partidos menores y punto. Cobraban y punto. Vivían de recuerdos y punto, lo que les permitía prolongar su carrera en equipos punteros.

Muchos de los porteros suplentes del siglo XX –el franquismo dejó el poso de la jerarquiza­ción– preferían no jugar partido alguno por el riesgo de cometer una pifia y perder el empleo. Recuerdo un suplente del Sant Andreu de 2.ª división, exportero suplente del FC Barcelona, que pidió al míster que no le alinease en Vallecas en el típico partido intrascend­ente de final de temporada.

–Pon al chaval del filial, que yo no gano nada.

El FC Barcelona, claro, no es el Sant Andreu ni el Europa del gran Pep Rovira bajo palos y el cachondo de Creixell en el banquillo. El precio de la tranquilid­ad se llama Cillessen.

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