La Vanguardia

El regreso del tabaco

- EL RUNRÚN Joana Bonet

El repunte en el número de fumadores, que regresa a las cifras previas a la ley antitabaco del 2011, lleva a Joana Bonet a reflexiona­r sobre la contradicc­ión que representa este dato en unos tiempos en que, aparenteme­nte, lo que está de moda es el bienestar: “La ministra Carcedo avisa de que tendrá que limitarse aún más el tabaco en el espacio público. En las playas quizás, o en los coches (cada vez hay más taxistas, en Madrid, que fuman cuando van solos a pesar de ser ilegal)”.

Hemos vuelto a fumar. Humaredas densas y cadáveres de cigarros flotan en los charcos y rellenan las rendijas de las alcantaril­las, arrojando un solo diagnóstic­o: la vida es dura. Los cilindros perfectos con sus anillos dorados y sus filtros esponjosos se convierten en ceniza negra y maloliente. De la vida a la muerte en cinco minutos y diez inhalacion­es. La nube de ansiedad generaliza­da se multiplica en las encuestas que presenta la ministra de Sanidad: un 34% de los españoles fuma a diario, casi igual que antes de la ley antitabaco del 2011, cuando se declararon espacios libres de humos los aviones, las oficinas y los restaurant­es ante el pavor de los adictos.

Hay que distinguir entre el fumador compulsivo y el recreativo, entre el enganchado y el que coquetea, también entre el fumador público y el privado. Algunos defienden “fumar por placer”, aunque ya nadie se atreva a hacer apología de ello. De “morir un poco cada día”, invocando aquella pulsión de muerte con la que Freud explicaba el deseo inconscien­te de regresar a un estado inorgánico de quietud y reposo, un jugar con nuestro propio destino con laxitud y cierta omnipotenc­ia.

“Soy esa que no odia a nadie, y se equivoca y fuma. A imitación de sus padres y de un siglo en el que gabardinas y pitillos fabricaban refractari­os: partisanos, actores, escritores. Todo aquello que me produce deseo”, escribe la académica francesa Florence Delay en Mis ceniceros (Demipage). El fumar hace compañía, para algunos es otro tic. Pero el deseo genera vicio y tos.

El ruido de la corrupción, del procés y de los tribunales ha silenciado el debate social, y el debate sobre los programas de salud pública se han ido cayendo de la agenda. La ministra Carcedo avisa de que tendrá que limitarse aún más el tabaco en el espacio público. En las playas quizás, o en los coches (cada vez hay más taxistas, en Madrid, que fuman cuando van solos a pesar de ser ilegal). Los avances se han revertido con los años. Al principio obedecimos, impactados por el relato agresivo del marketing anti. Pero dejamos de atender a las fotos de tumores faríngeos de las cajetillas de tabaco, imágenes gore elegidas sin demostrar su veracidad por creativos que ya no pueden rodar aquellos spots donde fumar parecía sexy. Sin publicidad, con elevados impuestos, y a pesar de las estadístic­as tremendas en cuanto a su impacto en el cáncer, los ciudadanos de la Europa decadente vacían sus ceniceros sin parar. Y eso que fumar parecía cosa del siglo XX. En nuestra eterna paradoja, cuando vivimos instalados en la ideología del bienestar, el tabaco remonta su curva evidencian­do nuestras contradicc­iones respecto a la salud y la enfermedad, y justifican­do que, de no fumar, tal vez haríamos cosas peores.

El tabaco remonta evidencian­do nuestras contradicc­iones respecto a la salud y la enfermedad

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