El riesgo de hambruna decrece en Yemen con la tregua en Al Hudaydah
Un respiro para el Yemen al borde de la hambruna. Las armas terminaron por callar en la madrugada de ayer en el puerto estratégico de Al Hudaydah, en el primer día de tregua entre los rebeldes chiíes y la variopinta coalición árabe que apoya al presidente Hadi, exiliado en Riad.
Ni seis meses de asedio terres tre –que se une al bloqueo marítimo– ni el martirio aéreo con cazabombarderos saudíes y emiratíes han conseguido quebrar la resistencia de los también llamados hutíes. No en vano, estos defienden su único gran puerto y cordón umbilical. También para los más de 20 millones de yemeníes que viven bajo su férula –siete de cada diez.
Las conversaciones de paz en Suecia, apadrinadas por Naciones Unidas, han terminado dando fruto con un retraso de cinco días, aunque está por ver que tenga mejor suerte que los seis conatos anteriores. Aun alentando la esperanza tras cuatro años de guerra, el acuerdo precisa su carácter estrictamente humanitario y local –Al Hudaydah, Al Salif y Ras Isa. No implica pues un compromiso político a nivel nacional, más allá del intercambio de 15.000 prisioneros, su gran baza.
El acuerdo prevé que la policía local, bajo supervisión de la ONU, garantice la tregua en esos tres puertos. La prueba de fuego será en enero, cuando los hutíes deberían abandonar la ciudad.
Ni siquiera este resquicio habría sido posible sin las horas bajas –por el asesinato de Jamal Khashoggi– de Mohamed bin Sal man, que fuera el más ardiente impulsor de la guerra como ministro de Defensa, antes de ser promocionado a delfín de los Saud.
Hasta los grandes beneficiarios de los multimillonarios pedidos militares de Riad y Abu Dabi –los estadounidenses y británicos, que también son asesores– ven como el apoyo a esta guerra de las galaxias en el más pobre de los países árabes empieza a ser vilipendiada a nivel doméstico. La semana pasada, el Senado de EE.UU. acordó pedir al presidente Trump, en un voto no vinculante, el fin de este apoyo militar.
General Dynamics amenazaba ayer al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, con “miles de millones de dólares de penalización” si llevaba adelante su intención de cancelar el contrato firmado por su predecesor para suministrar blindados ligeros a Mohamed bin Salman.
Pese a todo, el mes pasado habría sido el más mortífero desde el inicio de la guerra, con unos tres mil fallecidos, más de un tercio en la pugna por Al Hudaydah.
Sesenta mil muertos más tarde, las verdaderas intenciones de Arabia Saudí y Emiratos –respecto a la isla de Socotra o el puerto de Adén– siguen abiertas a conjeturas. Y sus métodos –como el uso de paramilitares colombianos– son abiertamente criticados. También se advierte su tolerancia hacia Al Qaeda, antichií y bien implantada en Hadramaut, la tierra ancestral de Bin Laden, codiciada por su agua, gas y petróleo y como posible alternativa en caso de bloqueo del estrecho de Ormuz.
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