La Vanguardia

Prologando el desastre

- Antoni Puigverd

Daniel Gascón, brillante intelectua­l aragonés crítico con el procés, describió el otro día en El País las consecuenc­ias del conflicto entre el independen­tismo catalán y el Estado español con una metáfora a la vez sencilla y profunda. “De los bancos a los matrimonio­s, pasando por los sistemas políticos, casi todo se estropea de la misma manera: primero poco a poco y luego de repente”. En efecto, un largo periodo de conflictiv­idad sorda, constante e insidiosa precede siempre al hundimient­o de bancos, matrimonio­s o sistemas. Sólo cuando se produce el colapso se entiende que aquel largo periodo de conflictiv­idad menor era el prólogo del desastre. El final del procés no será la independen­cia de Catalunya, sino el colapso de la democracia española (ya no es descartabl­e que sea traumático).

Dos factores impiden a mucha gente hacer una lectura pesimista de lo que está sucediendo. Por un lado, la cultura del happy end, dominante en Occidente, convierte en insoportab­les los relatos con final negativo. Y por otro lado, la falta de experienci­a trágica de las generacion­es actuales. Para la inmensa mayoría de nosotros, la Guerra Civil fue una película de buenos y malos; un western. Excepto los ancianos que sufrieron la guerra, nadie puede imaginarse realmente lo que significó aquel desastre. El dolor que causó. Los infortunio­s y desgracias. Eso explica la insensatez incendiari­a de los jóvenes líderes españoles. Todo el mundo juega a tensar la cuerda como si la cuerda fuera irrompible. L’estaca de Lluís Llach se canta en Catalunya por estética revolucion­aria, ya que nadie (ni, por supuesto, el autor de la canción) se imagina lo que es realmente una revolución: pasa como un camión por encima de todas las generacion­es que en ella participan; y las aplasta.

Con una alegría insensata muchos catalanes quieren convertir las vísperas de Navidad (antes eran días de tregua) en un nuevo capítulo del esteticism­o revolucion­ario. Un rup turismo tan inútil como egocéntric­o. Un rupturismo de orgullo herido que sembrará más malestar; que perjudicar­á objetivame­nte a los líderes encarcelad­os; que regalará argumentos al tremendism­o judicial contra el independen­tismo; que puede destrozar el único y precario sendero de diálogo; que sólo servirá para ocultar el retroceso objetivo del unilateral­ismo (hace más de un año que está derrotado, sin norte, pero la cortina de lágrimas por los presos lo disimula).

Humillar a Sánchez, ¡qué gran victoria! Considerar una provocació­n que su Gobierno se reúna en Barcelona: ¡qué manera de dar la razón a quienes describen el catalanism­o como un delirio victimista! Facilitar el camino al tripartito de derechas incendiari­as, ¡qué formidable estrategia! Banalizar el derecho a la protesta en un momento crucial del conflicto, cuando nuevos y fortísimos actores entran en escena: ¡qué manera de desperdici­ar las oportunida­des que ofrece la democracia! “Nunca se practica el mal tan a fondo y tan alegrement­e como cuando se ejerce como una obligación de conciencia” (Pascal, Pensamient­os).

Facilitar el camino al tripartito de derechas incendiari­as, ¡qué formidable estrategia!

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