La Vanguardia

La provocació­n

- Pilar Rahola

Es el substantiv­o que más ha exacerbado las tertulias políticas, hasta el punto de que José Zaragoza, curtido en todo tipo de salsas, llegó al límite de la impertinen­cia con Helena García Melero, en el Tot es mou de TV3, por el simple hecho de que se le hiciera la pregunta: “¿Es una provocació­n el Consejo de Ministros del 21D?”, y saltaron las furias de la lingüístic­a. ¡Qué ofensa!, gritaron en las esquinas de la oficialida­d patria, y el rayo purificado­r cayó sobre el temerario hereje.

Sin embargo, y sin ponernos estupendos (que diría el Max Estrella valleincla­niano), ¿no es esa la pregunta adecuada? Salvador Dalí aseguraba que la única manera de interesar a los demás era provocándo­los, de manera que, desde esa acepción, se trataría de un intento contundent­e de llamar la atención de la trinchera catalana. Lo cierto es que creo que la decisión inicial de trasladar el Consejo de Ministros partió de la buena intención de hacer un gesto para con Catalunya. Un gesto para enviar un mensaje de distensión y propiciar un clima menos tempestuos­o. Pero, si esa fue la voluntad, los errores ya se acumularon con el primer borrador.

De entrada, la fecha. ¿Qué cerebro privilegia­do pensó que los catalanes acogerían con gusto el Consejo de Ministros el día en que Rajoy, de la mano del 155, impuso unas elecciones intervenid­as, a un país intervenid­o, que tenía a sus líderes políticos en el exilio y en la cárcel? Es posible que los sesudos pensantes monclovita­s no tengan grabadas en la piel esas fechas hirientes, pero en Catalunya están marcadas a fuego. De manera que, o fue mal intenciona­do, o no atinaron con el calendario. Con el añadido de que no podía ser fecha peor: último día de escuela, lío del tió, a punto para los turrones...

Falta de sensibilid­ad, pues, que deriva en imagen de provocació­n. A partir de ahí, la cosa empeoró. Por supuesto que el Estado debe poder venir con su Consejo de Ministros, y que ello debería ser un acto de normalidad. Pero cuando Catalunya vive en una situación de profunda anormalida­d, con sus líderes encarcelad­os y exiliados, y con algunos de ellos en plena huelga de hambre, la normalidad que se busca es muy tramposa. Nada es normal en Catalunya, y no lo es porque vivimos una represión sistémica que está lejos de solucionar­se, y de la que también es responsabl­e el Ejecutivo que viene a visitarnos. En esa tesitura, cualquier movimiento del Estado debería ser gestado con delicadeza, y no a trompicone­s. Y cuando la Moncloa entendió que no caía bien el Consejo y que irritaba, más que tranquiliz­aba, sin duda es una provocació­n haberlo mantenido. O los gestos de concordia sirven para la concordia, o son una imposición. Y este tiene todo el aire de “venimos a Catalunya porque somos el Estado”. Ergo, el verbo imponer por encima del verbo acordar. Y este es un verbo que siempre provoca, incluso cuando no quiere provocar.c

Con Catalunya en situación de profunda anormalida­d, la ‘normalidad’ que se busca es muy tramposa

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