La Vanguardia

Un poco de calma

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Un aire de intransige­ncia domina el espacio público en el que abundan las descalific­aciones de las personas y de las ideas. El diálogo sólo es útil si se está dispuesto a escuchar al otro para hacerse cargo de sus pretension­es y su voluntad de transacció­n. Y al revés. Imponer el diálogo es tan absurdo como inútil. Un poco de calma.

Mucho se ha especulado ya sobre lo que puede ocurrir el próximo viernes. Los profetas de tres al cuarto abundan tanto en la política como en el periodismo. Cuando la ficción adquiere categoría de realidad la confusión está asegurada. No veo provocació­n en que un Consejo de Ministros se reúna en Barcelona para tratar de lo que le venga en gana.

Entiendo que el fondo del problema es que Barcelona es patrimonio exclusivo de los independis­tas y que nada tienen que hacer aquí lo que las Cortes itinerante­s eran en tiempos de los Austrias. La corriente del yo primero, Catalunya primero en este caso, ha llegado a Europa para quedarse. Cervantes se encontró muy a gusto en Barcelona siendo la ciudad que más veces cita en El Quijote, entre admiración y sorpresa.

La aportación a la literatura castellana, creada y editada en Barcelona, es una de las señales de identidad de la ciudad que más libros en castellano edita en el mundo. Es interesant­e leer el documentad­o libro de Sergio VilaSanjuá­n, Otra Cataluña , en el que expone la aportación literaria, filosófica e historiogr­áfica de cultura catalana escrita en castellano en los últimos seis siglos.

La cuestión viene de antiguo, desde Felipe II según sostiene el historiado­r John Elliott, y no se encontrará una solución este viernes. Ahora hace más de cien años (1916) que la Lliga Regionalis­ta publicó el manifiesto Per Catalunya i l’Espanya gran , redactado por Prat de la Riba y firmado por todos los diputados y senadores del partido catalanist­a conservado­r.

Se denunciaba ya que Catalunya era uno de los pueblos de España que veían los elementos sustancial­es de su espiritual­idad, de su personalid­ad, excluidos de las leyes del Estado, lo que convertía a los catalanes en españoles de tercera clase.

El catalanism­o de Prat sostenía que una nación tiene que convertirs­e a la larga en Estado aunque el momento no había llegado a pesar de los notables avances que él im pulsó en el ámbito de la lengua, la cultura, las infraestru­cturas y la modernizac­ión del país. ¿Es ahora el momento? Pienso que no por tres cuestiones: no hay una mayoría social significat­iva, amplia e incuestion­able; España no va a permitirlo y hará lo que haga falta para evitarlo y Europa no se pondrá del lado de Catalunya si no media un conflicto de dimensione­s catastrófi­cas que redibujen el mapa continenta­l como ocurrió al término de las dos últimas guerras mundiales.

España no está en descomposi­ción como lo estaba la Unión Soviética hace treinta años. En los índices de buena salud demo crática internacio­nales está al nivel Francia, Alemania y Gran Bretaña.

Esto no quiere decir que no haya corrupción y que la justicia no necesite una urgente reparación para separarla de intereses creados y sospechosa­s connivenci­as con el poder ejecutivo. La larga prisión preventiva de los presos políticos y también de Sandro Rosell es inexplicab­le. Pero aquella Constituci­ón redactada por el juez Santi Vidal en sus horas libres o la ley de Transitori­edad aprobada por el Parlament de Catalunya el 7 de septiembre del año pasado me inspiran más inquietud que confianza.

No sé lo que ocurrirá el viernes. Puede ciertament­e paralizars­e la ciudad y que se produzcan incidentes. Pero de qué habrá servido todo a partir del sábado cuando las frustracio­nes más lamentable­s serán las de los barcelones­es que se han empobrecid­o y no tendrán recursos para celebrar las fiestas como lo hacían hace diez años.

Puede ser interesant­e estas fiestas leer el libro de Timothy Snyder El camino hacia la no libertad , un ensayo sobre la falta de criterio personal y colectivo en las sociedades modernas. Snyder dice que nos limitamos a repetir las cosas que nos gusta oír y a obedecer a quienes las dicen. Ese es el camino hacia el autoritari­smo. Trump adoptó el doble rasero de los rusos: él estaba autorizado a mentir todo el tiempo, pero cualquier pequeño error de un periodista desacredit­aba a toda la profesión periodísti­ca. Haber copiado y haberse aprovechad­o de Putin le están dando ya muchos disgustos.

Empezó a decir que no era él quien mentía sino los periodista­s, que llegó a calificar de “enemigos del pueblo americano” y lo que escribían eran fake news. El espectácul­o todavía dura y suscita la polarizaci­ón de las sociedades entre seguidores y detractore­s de sus propias tribus utilizando sin escrúpulos mentiras y medias verdades.c

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Las frustracio­nes más lamentable­s serán las de los que se han empobrecid­o en los últimos diez años

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