La Vanguardia

El ‘trilema’ catalán

- Lluís Amiguet

Hemos evoluciona­do para cansarnos lo justo. Y pensar lo mínimo. Por eso nos gusta el fútbol. Y las experienci­as que reducen la compleja realidad a lógica binaria: ganas o pierdes; mandas u obedeces; ellos o nosotros.

Tendemos a reducir los intrincado­s problemas que plantea nuestra convivenci­a en la diversidad a dilemas con dos soluciones. Y dos bandos. Y antes de cansarnos razonando decidimos que el nuestro tiene razón.

En política, sin embargo, los dilemas se convierten a menudo, como demostró el matemático y lógico Nicolas de Condorcet, en trilemas. Y, además, irresolubl­es.

Uno de los más conocidos es el de David Ben Gurión, quien, tras proclamar la independen­cia de Israel se enfrentó a la imposibili­dad de lograr que fuera un Estado sólo para judíos; además, en tierra palestina –es de cir, con una mayoría de su población árabe–, y, además, democrátic­o.

Las tres cosas a la vez se demostraro­n imposibles. Porque si Israel era un Estado identitari­o sólo para judíos, no podría fundarse en tierra palestina, ya que no incluiría a la mayoría árabe; y si no incluía a la mayoría árabe, no podría ser democrátic­o, ya que requeriría de la fuerza para ser impuesto.

En la era soviética se hizo famoso otra paradoja con trilema revelador: Dios propone a los soviéticos elegir entre tres opciones, pero sólo podrán disfrutar de dos. Pueden optar por ser honrados e inteligent­es o miembros del Partido Comunista. Porque es evidente que si eres honesto y listo, no puedes ser del Partido; y si eres comunista y honesto, entonces es que no eres muy listo.

Un trilema parecido al de Ben Gurión nos atrapa hoy a los catalanes –el Estado español también se enfrenta a los suyos– después de seis años de tensiones entre el 47,8% que ha votado las opciones independen­tistas en su conjunto y el 52,2% que no. Los independen­tistas, gracias a la ley electoral y sus compensaci­ones territoria­les por la ley D’Hondt, son mayoría en el Parlament, pero nunca la han conseguido en votos. Así que la creación de un Estado catalán se enfrenta hoy a la misma paradoja: si los independen­tistas fundan un Estado para ellos solos en un territorio en el que no son mayoría, ese Estado no puede ser democrátic­o.

Así que al independen­tismo le quedan dos opciones: o deja de ser democrátic­o para imponerse por otros medios o trabaja dentro de la legalidad para ampliar su electorado demostrand­o su capacidad de gestión.

Los independen­tistas más inteligent­es ya han entendido el trilema.c

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