La Vanguardia

Si me vas a criticar, no vuelvas

- Joaquín Luna

Cuando España despertó, Raphael ya estaba allí, mirándose al espejo. Sólo que pasa el tiempo y el espejo es ahora su público, al que agradeció 57 años de fidelidad al final de su apoteósico concierto de anteanoche en el Teatro Real de Madrid.

Raphael es apoteósico o no es y lo cierto –he aquí un misterio– es que sigue siendo aquel, el que llena teatros, vende discos y canta algunas barbaridad­es que en boca de otros sonarían fatal y a él, en cambio, le mantienen en el número uno de la farándula. –¿Usted es rafaelista? –Desde hace poco años, la verdad. La vecina de platea del Real es una mujer rubia que presume de haber apreciado desde siempre lo que otros hemos tardado tanto en reconocer. También me cuenta que le duele el cuello y le ha pasado el cabreo.

–Hice una buena cola para que me firmase su disco en El Corte Inglés y se fue antes. Sólo firma 150 discos, ni uno más. Ese día lo hubiese matado...

Faltan tres minutos para las nueve y el público busca acomodo con prisas. Albert Rivera llega in extremis a la fila tres, un poco de incógnito, a saber si suma o resta votos Raphael. –¡Raphael es muy puntual! La vecina de butacas tiene razón: el orquestón, la Filarmónic­a de Málaga, ataca los compases tres minutos después de las nueve y el artista aparece entre la aclamación del público, muy popular, con esos andares del que pisa un escenario, grande o pequeño, y se sabe dueño del universo.

La longevidad de Raphael es un enigma nacional, como la fascinació­n por el Gordo de Navidad, las copas de Europa del Real Madrid o la conllevanc­ia de Ortega y Gasset.

“Si me vas a criticar, mejor no vuelvas”, canta Raphael, que se permite el

Raphael resiste lo que nadie ha resistido y si canta ‘El tamboriler­o’ sabemos que llega la maldita Navidad

lujo de ser el rey del glam yunmonstru­o –cojan la palabra por donde quieran–, capaz de estampar una copa sobre el escenario al término de una canción que a otros les hundiría no sólo en el alcoholism­o sino en la miseria: el marido que ha vuelto a las tantas sin avisar en casa porque ha estado de charla con los amigos y al final –yo calculé a eso de las cinco de la madrugada– se ha tomado una copa y le están montado un cirio pascual por celos. Hay que tener cuajo para cantar esto en el año 2018...

De repente, Raphael y su público, su público y Raphael, llegan al lugar de siempre: como yo te amo, olvídate, olvídate, nadie te amará...

Y ahí está el secreto: este hombre trabaja, vive y se desgañita desde hace 57 años para su clientela, a diferencia del carnicero, el diputado o el consejero de administra­ción de tu banco.

No creo que haya una relación más duradera, sólida e incorrupti­ble que la de este señor de Linares, 75 años, y su público. Raphael resiste lo que nadie ha resistido en España y cuando entona El tamboriler­o uno ya sabe que –te guste o no– ha llegado la entrañable y maldita Navidad.c

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