Más que un empresario y más que un café
ANDREU VALLDEPERAS I ROS (19252018) Propietario del Zurich
El Zurich se ganó a pulso el honor de convertirse en una institución. Y ha sido Andreu Valldeperas i Ros quien lo hizo posible. Para empezar, todo surgió en el segundo edificio más antiguo del Eixample, la estación del ferrocarril de Sarrià. Se abrió ya en aquel 1862 una simple cantina, que un Serra venido de la ciudad suiza convirtió en chocolatería en 1914 y bautizó con tal nombre. En 1920, Andreu Valldeperas i Jorba compró por 50.000 pesetas el negocio, que pasó a ser cervecería y café. Su nieto, Andreu Valldeperas i Ros, ya entró a trabajar de joven.
El lugar ha sido clave: cabecera de la Rambla, gran terraza soleada, punto estratégico al estallar la guerra incivil y también durante el asedio al Banco Central. Por encima de todo, observatorio insuperable.
El propietario también ha sido clave: por su talante personal, humano y profesional.
Que el alcalde Maragall lo renombrara como “Señor Zurich” ya confirma la personalidad notoria. Simpático, conversador, sociable, tertuliano, culé, memorión, ciudadano comprometido, coleccionista de todo: más que nada de lo relativo a su Plaza, como pinturas, postales o documentación. Pero había más: fue un gestor formidable de su establecimiento.
Directivo de la Unión Ciclista de Sants, del Tennis Barcino, disputó la presidencia del Barça a Narcís de Carreras, vicepresidente y presidente del Gremi de Restaurants, Cafeteries i Cafès y del Gremio de Cafés y Bares de España. Bautizado como “Formiga”, fue un animal sobresaliente en el Arca de Noé.
Presidió, claro, la Associació d’Amics i Residents de la Plaça de Catalunya. Este puesto se podía ejercer de muchas formas; él lo empleó para salvar la plaza. Y es que la invasión bancaria a punto estuvo de convertir este espacio fundamental en un desierto, pero el resistente y combativo Valldeperas desde el oasis del Zurich mantuvo aquel núcleo de vida esencial.
Centro de tertulias, lugar de encuentro, observatorio. Sería interminable detallar esta condición múltiple de su café; baste decir que en una de sus mesas nació el Cupón de los Ciegos de Catalunya.
Un momento crucial fue cuando, al calor de los Juegos Olímpicos, la construcción del Triangle a punto estuvo de condenar el Zurich a su desaparición. Supo no sólo manejar con mano diestra la crisis, sino que el Zurich renació con más fuerza y solidez. El nuevo local conservó, dentro de lo que pudo, el sabor y estilo de otrora. Y entonces tuvo el acierto de aprovechar la ocasión para ampliar de forma sensible, eficaz y natural la terraza. La ofensiva del Ayuntamiento Colau para reducirla pudo por fortuna ser neutralizada, para el bien de la ciudad.
Andreu Valldeperas pasó a ser dueño cuando en 1976 murió su padre, puesto que desde hacía decenios ya llevaba entre manos. Ahora, el establecimiento está en las manos de sus dos hijos, Andreu y Xavier, quienes desde hace no pocos años cargaron con la responsabilidad; así pues, también ahora está en buenas manos, máxime al saber que Maria, la hija de Andreu, ya se incorporó desde hace un tiempo.
Los foráneos siempre han desfilado y han estimado este café. Baste este ejemplo representativo de lo que el director JeanLuc Godard hizo decir a Bruno, el protagonista de su película Le petit soldat, al confesar las tres cosas que le harían feliz: “Un bosque en Alemania, un paseo en bicicleta y la terraza de un café de Barcelona”.
Una consigna que deberíamos defender los barceloneses a capa y espada debería ser esta tan simple, aunque rotunda: “No ens toqueu el Zurich!”. No falta decir más.