La Vanguardia

Rusiñol contra ‘La Ben Plantada’

El TNC estrena ‘La niña gorda’, alegato mordaz del escritor modernista contra el machismo y a favor de la diferencia

- JUSTO BARRANCO Barcelona

La Ben Plantada , la heroína de Eugeni d’Ors, era el símbolo de todas las virtudes de la Catalunya noucentist­a: una mujer equilibrad­a, mesurada, racional y de proporcion­es helénicas. Como reacción a ella y a ese mundo ideal y fabulado que no coincidía exactament­e con el país observable, el mordaz Santiago Rusiñol decidió crear una respuesta en forma de novela: La niña gorda. Una obra ácida, divertida y cruel cuya protagonis­ta es excesiva, desproporc­ionada, fuera de cualquier medida normativa. Una chica enorme cuyas carnes se escapan por todas partes y, además, está infantiliz­ada por los tantos folletines que ha leído. Una chica que tras ser seducida acaba explotada como atracción de circo. Y que resulta muy simbólica: símbolo de una gente marginada pero que aún sueña con príncipes azules; del machismo que sufren las mujeres; y, en general, del diferente, del que no encaja en los cánones y es apartado. La novela de Rusiñol se convierte desde hoy en teatro bajo la dirección de Xavier Albertí. Y pese a que los protagonis­tas y las peripecias de la obra son muchos, en el escenario del TNC sólo habrá un actor, Jordi Oriol, y una pianola.

Oriol recuerda que Albertí hace años le dijo: “Me gustaría hacer un espectácul­o con una pianola y contigo”. Y de hecho en el último mon taje que crearon juntos, el fascinante L’empestat, ya se acercaron a la idea: en él Jordi Oriol se enfrentaba a su poderoso texto subido a un piano sobre el que caían litros de agua mientras lo tocaba Carles Pedragosa. Ahora por fin ha llegado la pianola, que no era una boutade: Jordi Oriol heredó una, le fascina cómo funciona –“por dentro es un artilugio espectacul­ar”– y tiene rollos de música para que suenen en ella de la época gloriosa del Paral∙lel. La que tanto reivindica Albertí. Rollos que, prosigue Oriol, consiguen trasladar rápidament­e al oyente a aquella época, finales del XIX, principios del XX. Aunque en la obra también sonará un fragmento del Tristán e Isolda de Wagner, concretame­nte de la muerte de Isolda. Será, señala el actor –que además ha realizado la adaptación de la novela al escenario–, una referencia al mundo wagneriano que impera en la modernidad barcelones­a del momento. Y un guiño a la etimología de Isolda: significa mujer observada, como la propia niña gorda.

“La historia de la niña –cuenta Oriol– sucede en Gràcia, comienza en la calle Torrent de l’Olla. En una familia de clase baja en la que el padre vive de repartir novelas por entregas. Es un librepensa­dor llamado Giordano Bruno, como el astrónomo y astrólogo precursor de Copérnico que puso en cuestión las ideas anteriores. Y tiene una hija que nace con ocho kilos, enorme y que no para de comer. Tanto que no pueden pagar el mantenimie­nto”. Con el tiempo será difícil que salga de casa y el padre no sabrá qué hacer. Hasta que llega a casa un viejo amigo domador “que se enamora de ella como si viera una bestia, un león, y cree que puede hacer negocio”. Pese a que el padre quiere que ella decida por sí sola, el domador le convencerá de que la mejor opción para que su hija salga y no se rían de ella es una barraca de feria. En cuanto a ella, la seducirá. Irán de gira por Valencia, Elche, Murcia...

La novela tiene un narrador, como los buenos folletines, y ese papel lo retoma Oriol en escena, que ocasionalm­ente da vida a los diálogos de los personajes, pero sin necesariam­ente ser ellos, desde un lugar más ambiguo: el tono que le dan a esta obra que comienza de modo imposible, con una niña gigante, con muchas risas, es el de una fábula que poco a poco va mostrando que en el fondo es bastante realista.

Para Oriol, “saca a la luz los personajes marginados de la época, es una parodia absoluta de La Ben Plantada de D’Ors. Comienza como un cuento que podría ser de princesas pero es lo contrario, la parte más oscura de la sociedad. Lo explica de manera irónica con una lengua brillante que te hace viajar por lugares agradables, divertidos, pero luego aparece la mala leche”. El actor concluye que “es una defensa del diferente, al que Rusiñol siempre apoyó artísticam­ente y de forma directa porque dejó la burguesía por los bajos fondos. Defiende la diferencia y critica cómo tratamos con sarcasmo y crueldad al diferente, el monstruo, el que sale del canon, la mujer, la tendencia sexual diferente. Descubre en el viaje con la barraca de feria la sociedad del momento. Y no deja a nadie bien parado”.

Una niña enorme que acaba como atracción de feria sirve a Rusiñol como parodia ácida del ideal noucentist­a

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MAY ZIRCUS / TNC Jordi Oriol en una escena de La niña gorda, que se estrena hoy en el Teatre Nacional de Catalunya

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