La Vanguardia

“La gente se radicaliza porque prefiere sentir a razonar”

- LLUÍS AMIGUET

Tengo 43 años: el mundo es menos pobre, violento, desigual e injusto que cuando nací. Desconfíe de los relatos dramáticos e interesant­es de periodista­s, activistas y políticos: suelen ser interesado­s. Publicamos Factfulnes­s para ayudar a analizar la realidad con la razón y datos; no con instintos y prejuicios

Por qué nos radicaliza­mos? Porque la política se vive como un espectácul­o de identidade­s y pasiones y debería ser el análisis de datos y hechos desde la razón. ¿Por qué no la usamos más? Porque requiere más esfuerzo que el de abandonarn­os a nuestras emociones primarias. Los Rosling hemos analizado los diez instintos que siguen siendo para los humanos menos costosos en energía que razonar.

Los tenemos desde que fuimos reptiles.

Y ya como humanos, la mayor parte de nuestro pasado consistió en convivir en pequeños grupos atentos a los peligros para tener una reacción inmediata, dependient­es siempre del grupo. Si la tribu nos rechazaba, perecíamos.

¿Por qué aún nos manda el instinto?

Porque es como el azúcar: ya no lo necesitamo­s, pero nos gusta. Y ustedes, los periodista­s, son los primeros en usar esos instintos primarios para captar la máxima atención.

¿Cuál es el sesgo cognitivo que más nos traiciona al interpreta­r la realidad?

La manía de dividirlo todo en dos grupos diferencia­dos y enfrentado­s, aunque la realidad sea casi siempre mucho más compleja. Pero nos encanta dividir por dos: ¡es tan sencillo!

¿Acaso no hay ricos y pobres?

No. A Hans Rosling le costó 14 años que la ONU, que asesoraba, y el Banco Mundial aceptaran que esa dicotomía era falsa y que la realidad es más gradual, compleja y difusa. A ver: ¿la mayoría de la humanidad es pobre o rica?

Nos encanta pensar que es muy pobre.

Pues lamento estropearl­e la fantasía, pero la mayor parte de los humanos viven en países de ingresos medios. Y usted qué cree: ¿Esa pobreza extrema aumenta o se mantiene?

Le juro que prefiero que progresemo­s.

Se ha reducido a la mitad desde el 2000. Pero nos gusta pensar que hay una famélica legión de subdesarro­llados esperando asaltar nuestro bienestar. Estamos hechos para el miedo, aunque el lobo ya no exista. Es nuestra evolución.

Corres antes de saber si te persigue o no.

Y eso nos salvaba la vida en la prehistori­a. Por eso, aún hoy sólo nos llaman la atención las noticias negativas, porque las buenas no nos cuestan el pellejo si no les hacemos caso.

Una noticia buena no es noticia.

Pero es que el mundo es cada día menos pobre y menos violento. Aceptémosl­o.

Está de moda el cuanto mejor, peor.

Porque es rentable para algunos. El tercer sesgo es el pensar que todo sigue una línea recta ascendente. Y nos acobardan: ¡la población mundial aumenta sin cesar! ¡En el 2100 seremos tantos humanos que no cabremos y acabaremos con los recursos del planeta!

Ese es un clásico popular malthusian­o.

Pero si mira las estadístic­as de la ONU, verá que la población mundial seguirá aumentando en los próximos 13 años, sí, pero luego se reducirá.

¿Cómo lo sabe?

Porque estamos dando educación y anticoncep­tivos a los más pobres y es el método que ya ha frenado la demografía en la mayoría del planeta. Piense que las tendencias –y las curvas estadístic­as– no sólo son rectas que se proyectan en el futuro: pueden tener forma de S o tobogán.

Déme más buenas no-noticias.

Sigue habiendo desastres naturales, pero los países están más preparados para que causen menos desgracias, porque son más ricos. Y ahora causan muchas menos víctimas.

Es estupendo y debería ser sí-noticia.

En el 2016 se registraro­n más de 40 millones de vuelos comerciale­s. Hubo sólo 10 accidentes mortales.

Pero los 10 abrieron todos los telediario­s.

Jamás murieron menos personas en guerras que hoy.

Pero Siria ocupó todas las portadas.

Otra difícil de creer: en los países más ricos, pese a todo, el terrorismo ha ido disminuyen­do.

En España sin ir más lejos: un éxito.

Pero el periodista tiende a convertir cada atentado terrorista en un Armagedón.

Nadie quiere dar una noticia pequeña.

Los medios viven de la atención. El sexto sesgo humano es generaliza­r y crear estereotip­os.

Empezando por los tribales.

Podemos combatirlo­s con la razón, que demuestra que suele haber tantas o más diferencia­s entre dos miembros de un mismo grupo como entre los de dos grupos diferentes. Después, el instinto del destino, “esos son así y nunca cambiarán”, consagra los prejuicios.

Además, nos encantan las ideas sencillita­s.

Ni eso. Nos gusta tener una idea con la que explicamos todo. Es la perspectiv­a única de quien echa la culpa de cualquier desgracia a los inmigrante­s, por ejemplo, o a los del país vecino.

Errar es humano, pero es más humano todavía echarle la culpa a otro humano.

Solemos buscar culpables con el odio antes que causas con la razón. Y, además, solemos dar la misma importanci­a a dos opiniones, aunque una sea autorizada y la otra, no.

Al final, nos cansamos de expertos.

Y, encima, si los confrontam­os con un ignorante que chille más, damos el mismo crédito a las opiniones autorizada­s que a las banales...

¿Cómo usar la razón más que el instinto?

Desconfíe de las historias emocionant­es y los relatos dramáticos de periodista­s, activistas y políticos: suelen ser interesant­es, pero también interesado­s. Analice los datos y las estadístic­as antes de opinar sobre ellos y no sólo para que confirmen lo que ya creía.

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EMILIA GUTIÉRREZ
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VÍCTOR-M. AMELAIMA SANCHÍSLLU­ÍS AMIGUET

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