La Vanguardia

Lina Sergie Attar

Los jóvenes sirios refugiados en Turquía empiezan a labrarse un futuro sabiendo que no podrán volver a casa

- XAVIER MAS DE XAXÀS Reyhanli (Turquía) Enviado especial

FUNDADORA DE KARAM HOUSE

La fundación Karam House, fundada por la escritora y arquitecta sirio-norteameri­cana Lina Sergie Attar, proporcion­a educación y formación a los niños y adolescent­es sirios refugiados en Turquía para darles un futuro.

Imán tiene 16 años, es siria y vive en Reyhanli, una ciudad turca junto a la frontera. La conocí hace unos días en la sede de la organizaci­ón Karam House, una torre convertida en centro de formación para jóvenes refugiados. Imán habla inglés muy bien y cuenta que lo ha aprendido sola, viendo vídeos musicales en internet. Lleva las uñas pintadas de color granate y la cabeza cubierta con un hiyab del mismo color. Es una hija de la guerra a la que le gustaría ser dentista. No habla de su dolor, del pasado perdido o la violencia sobrevivid­a y tampoco lo hace del exilio en Turquía. El estigma del refugiado parece que tampoco le afecta, aunque asume que lo más probable es que nunca vuelva a Siria. “Es verdad que no tengo un país, pero también es verdad que todos los países pueden ser míos”, asegura con ambición y autoestima.

Unos pocos kilómetros más allá, al otro lado de la frontera, se abre una de las últimas bolsas de resistenci­a, la provincia de Idlib, un enclave todavía en manos de los rebeldes islamistas, teatro donde se prepara la penúltima gran batalla que queda por librar en Siria.

La última será en el norte y el oeste, regiones dominadas por la guerrilla kurda, una fuerza que se prepara para lo peor. Habiendo perdido el apoyo militar estadounid­ense, difícilmen­te podrá contener el avance de los enemigos sirios, turcos y rusos. La guerra convencion­al parece pues que se acaba, pero aún habrán de transcurri­r muchos años, una generación por lo menos, antes de que la paz, la reconstruc­ción y la reconcilia­ción permitan a Imán tener un futuro en Siria. Cuando esto ocurra, será demasiado tarde para ella. Habrá construido una vida en Turquía o emigrado, tal vez, a otro país sin campos de batalla.

Mientras ese día llega, trabaja en un proyecto “para demostrar que todos nos necesitamo­s”. Está sentada delante de un ordenador portátil y diseña un circuito eléctrico. Cada punto de luz representa al miembro de una comunidad. El rey no brilla más que el campesino, y cuando uno de estos individuos, sea cual sea, se marcha, todo se apaga.

Karam House le ayuda a desarrolla­r su pensamient­o crítico. Otros compañeros, todos adolescent­es sirios, aprenden a fabricar drones o diseñar y producir prótesis para los amputados. “Queremos que la guerra no sea un lastre para los niños que pasan por aquí y que puedan aspirar a todo”, explica Nada Hashem, la directora del centro. Nada nació en Los Ángeles (California). Su familia es siria, y Karam House se financia con las aportacion­es de la diáspora siria. “Los preparamos para la vida lejos de Siria. Allá no pueden volver, y aquí, en Turquía, han encontrado hospitalid­ad, algo que nunca tuvieron en su país”.

Reyhanli tenía 95.000 habitantes en el 2011, cuando estalló la guerra en Siria. A esta población hay que sumar hoy unos 120.000 refugiados sirios. La ciudad se expande, y el diputado socialdemó­crata Mehmet Günzel asegura que no hay problemas de convivenci­a. “Los hubo al principio, es normal. Pero los sirios se han integrado muy bien, y muchos, los

“Queremos que la guerra no sea un lastre y que estos niños aspiren a todo”, dice Nada Hashem

que llevan ya cinco años de residencia, están convirtién­dose en ciudadanos turcos”.

“Estamos muy contentos”, reconocen Jaled Hmeish, de 37 años, y su esposa Dalia Ahmed, de 33. Aún viven en el campo de refugiados de Yayladagi donde los conocí el año pasado, pero la vida les sonríe. “Hemos mejorado. Ahora tengo trabajo de manera habitual recogiendo fruta o conduciend­o un camión –explica Jaled– y hemos presentado los papeles para ser turcos. Aquí estamos muy bien y podemos seguir viviendo juntos, con nuestros cinco hijos”.

A su vecina Yadija Abdulah le quedan dos hijos. Perdió a su marido hace cuatro años en la guerra y ahora no quiere perderlos a ellos. Iglias tiene 15 años, se sienta a su lado y habla de Europa con timidez. “Allí hay cosas buenas”, dice en voz baja, como si pidiera perdón a su madre por tener un sueño que a ella le asusta. La televisión está conectada a un canal islamista que emite un culebrón pakistaní doblado al árabe. Yadija preferiría que estudiara en la madrasa del campo, que se olvidara de Europa y “los peligros” de vivir en un sociedad cristiana y tan diferente. Iglias la tranquiliz­a. “Ojalá pronto podamos volver a casa y reabrir el restaurant­e”, le dice. “Ojalá”, responde ella.

“Nadie ha vuelto a Siria todavía”, explica Mehmet Gürbudagak, director del campo. “No se dan las condicione­s. Los más atrevidos han ido unos pocos días y han regresado. No pueden vivir allí. No sólo por la destrucció­n y la falta de trabajo sino porque no se fían del régimen. Temen represalia­s”.

Nada Hashem, la responsabl­e de Karam House en Reyhanli, confirma que las represalia­s son constantes y menciona a su amigo Raed Fares, el periodista al frente de una estación de radio independie­nte asesinado a mediados de noviembre en Idlib. “Su muerte, sin embargo, no ha frenado la resistenci­a. A pesar del asedio, los rebeldes no se rinden. Que opten por vivir es una forma de hacer la revolución y un ejemplo para los jóvenes refugiados aquí”.

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 ?? XAVIER MAS DE XAXÀS ?? Estos niños sirios han pasado toda su vida en el campo de refugiados de Yayladagi, en Turquía, y ya hablan más turco que árabe
XAVIER MAS DE XAXÀS Estos niños sirios han pasado toda su vida en el campo de refugiados de Yayladagi, en Turquía, y ya hablan más turco que árabe
 ?? XAVIER MAS DE XAXÀS ?? Iglias tiene 15 años, está sentado entre su madre (izquierda) y su tía, en el campo de Yayladagi
XAVIER MAS DE XAXÀS Iglias tiene 15 años, está sentado entre su madre (izquierda) y su tía, en el campo de Yayladagi
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