La Vanguardia

LA SEMILLA DEL DIABLO

Cortegana, donde crecieron y mataron Bernardo y Luciano, no recupera la calma, de nuevo sacudida por el asesinato de Laura Luelmo

- ADOLFO S. RUIZ

Corte ana ,elpu blo ela pr v ncia e uel a do crecieron y mataron ardo y Luciano, no recupera la calma, de nuevo sacudida por el asesinato de la maestra Laura Luelmo.

“Este pueblo debería ser conocido solo por su belleza, su imponente castillo del siglo XIII y las jornadas medievales que se celebran en agosto y que son, sin duda, las mejores de España. Pero desde hace unos años su nombre se relaciona, sobre todo, por las fechorías de los hermanos Montoya”. En la estación de servicio de Las Eritas, en Cortegana, nadie quiere dar a conocer su nombre, ni hablar demasiado sobre el asesino confeso de Laura Luelmo, la joven profesora zamorana asesinada en El Campillo. Los medios de comunicaci­ón no son bienvenido­s aquí. “Nos trataron de racistas, nos compararon con los nazis, y eso no se olvida”, señalan en referencia a cómo algunas television­es se refirieron a ellos durante los disturbios del año 2005.

La gasolinera de Las Eritas está frente al barrio de mayoría gitana de Cortegana, unas doscientas personas. Una zona humilde, pero no de pobreza llamativa. Se ha avanzado mucho desde que el chabolismo y las infravivie­ndas inundaban la zona. Las Eritas tiene los nombres de las calles dedicadas a diversos tipos de árboles: pino, madroño, olmo... un homenaje a la naturaleza. Aquí vive el padre de los hermanos Montoya, viudo desde el año 2010, y una hermana Montoya, Isabel. Todos están muy afectados por lo sucedido y piden perdón una y otra vez a la familia de Laura. Isabel ha declarado: “Espero que Bernardo no salga nunca de prisión. Es un bicho malo”.

Al otro lado de la carretera N-433, que desemboca en Portugal, se extiende la zona paya, con casas que ascienden en dirección al majestuoso castillo medieval mediante empinadas y empedradas calles. Cortegana formó parte de la conocida como banda portuguesa, una sucesión de localidade­s fortificad­as para defenderse de las incursione­s que partían de la frontera. Rehabilita­do y muy bien conservado, el castillo es desde hace siglos testigo mudo del discurrir de la alterada vida diaria de los corteganes­es.

Bernardo Montoya había asesinado en 1995 a una anciana, Cecilia, que le denunció por robar en su casa. Se introdujo en su habitación y la degolló sin mediar palabra para impedir que testificar­a contra él. Cinco años más tarde, su her- mano Luciano repitió el mismo ritual y por los mismos motivos. Apuñaló hasta la muerte a Maricarmen, una mujer de 36 años, madre separada con dos hijos, que le denunció por robarle la cartera en un pub de la localidad. Siempre violencia contra mujeres, siempre a traición, siempre en Cortegana.

Cuando el pueblo estalló definitiva­mente fue el 16 de enero del 2005. Vicente Aguilera, patriarca de la comunidad gitana, recuerda el miedo que padecieron cuando unos 2.000 lugareños se acercaron a Las Eritas con todo tipo de armas y quemaron carromatos, enseres y la paja de los animales. La razzia se produjo tras una manifestac­ión convocada por el alcalde, entonces de Izquierda Unida, para protestar por el asesinato de Matías Vázquez, un discapacit­ado intelectua­l de 55 años que vivía con su madre. Según algunas versiones, en el fragor de las fiestas de Nochevieja tuvo la mala idea de levantarle el top en público a una gitana. Un día después apareció ahorcado con su propio cinturón y semienterr­ado.

“Esa versión es mentira. Matías no hizo nada. Le mataron simplement­e para robarle treinta euros. Y entre los autores estaban dos primos, hijos de Luciano y Bernardo Montoya”, señala Francisco, dueño de un bar. Tres hombres fueron acusados del crimen, aunque hoy solo uno permanece en prisión por el suceso, “porque cargó con toda la culpa, pero fueron varios y entre ellos había montoyas”, añade.

A medida que pasaban los años los gemelos Montoya ampliaban su historial delictivo. En el 2008, durante un permiso penitencia­rio, Bernardo asaltó a una joven de 27 años en un parque. El pastor alemán de la joven la defendió a costa de llevarse una puñalada que lo tuvo al borde de la muerte.

En el 2015, tras haber cumplido la pena por el asesinato de Cecilia, Bernardo volvió a atacar a dos mujeres, una anciana de 85 años y una mujer cercana a los 40, con la intención de robarles. “Siempre atacaba a mujeres, porque en el fondo es un gran cobarde”, señala un vecino.

Los vecinos volvieron a salir a la calle para exigir al Ayuntamien­to y a la Guardia Civil que expulsaran definitiva­mente a los Montoya de Cortegana. En esta ocasión no hubo incidentes. “¿Usted cómo se cree que estábamos en el pueblo? Literalmen­te aterroriza­dos. Bernardo había asesinado a una mujer

EL PRECEDENTE

En 1995 asesinó a una anciana que le denunció por robar en su casa para que no declarase

UN VECINO

“Siempre atacaba a mujeres, porque en el fondo es un gran cobarde”

de 82 años; Luciano a otra, de 36; Matías murió cinco años después. Tres asesinatos en una década en un pueblo de menos de 5.000 habitantes. Posiblemen­te tengamos un récord mundial”, asegura el cliente de una panadería.

“Aquí casi todos nos temimos lo peor cuando escuchamos las noticias sobre la desaparici­ón de Laura”, asegura el empleado de una farmacia que tampoco quiere identifica­rse. “No quiero problemas, ya hay muchos”, asegura. Pero protegido por el anonimato reconoce que “quienes sabían que Bernardo Montoya estaba en libertad, enseguida sospecharo­n de él”.

Varios vecinos confirman que Bernardo estuvo el jueves después del crimen en Cortegana. “Ese día la Guardia Civil montó un control, algo que hacía tiempo que no se producía. Le pararon, registraro­n el coche, pero le dejaron continuar”, asegura Manuela, una vecina de los Montoya. “Yo lo vi con mis propios ojos, le conozco desde hace años”, remacha.

La entrada a Cortegana por la nacional desde Sevilla está presidida por un cartel luminoso que proclama: “Cortegana, un paraíso por descubrir”. “Hombre, lo de paraíso es quizá algo exagerado, pero este es un pueblo maravillos­o, con gente estupenda. No se merece que algún medio le haya llamado pueblo maldito. Hemos tenido muy mala suerte desde que los Montoya decidieron establecer­se aquí”, señala Ana, dependient­a de una frutería y colmado.

Los gemelos Montoya no son naturales de esta localidad onubense. Sus orígenes son extremeños, de donde procede la familia. Tras pasar algunos años en Catalunya, el clan se estableció en Cortegana cuando Bernardo y Luciano eran casi niños. Algunos compañeros han declarado que “siempre fueron muy violentos”, narran agresiones e incluso intentos de quemar las aulas del colegio donde estudiaban EGB.

El miedo ha regresado a Cortegana desde la desaparici­ón de Laura Luelmo. Todos temen dar su identidad o el nombre de sus negocios. Hablan bajo la promesa de que no se va a revelar nada que les pueda identifica­r. “Yo me levanto todas las mañanas a las tres porque voy a comprar pescado a Sevilla para mi restaurant­e. En la madrugada de ayer salí de casa como todos los días y me entró miedo. Volví a casa a coger un palo”, explica Juan Carlos, que regenta un local céntrico.

Los vecinos de Cortegana niegan que sean racistas, como les acusaron tras los disturbios del año 2005. “Hemos convivido con absoluta normalidad con los gitanos durante décadas, pero hemos tenido la desgracia de tener entre nosotros a bichos muy malos. No son personas normales, no pueden serlo. Además, se une la adicción a la heroína y la cocaína desde muy jóvenes, al menos de Bernardo. Son malvados, pero no porque sean gitanos, payos, rumanos, españoles o chinos. Son seres humanos, aunque me cuesta llamarles así, malvados. Simplement­e”, señala otro vecino, que tampoco quiere dar a conocer su identidad.

Isabel Montoya pensaba que su hermano quería “irse a Barcelona y buscar allí trabajo”. Parte de la familia vive allí. Ahora, Isabel sabe que Bernardo posiblemen­te no volverá a pisar la calle y no le da pena, al contrario: “Encerrado es donde tiene que estar ese mal bicho”.

SOSPECHAS FUNDADAS

“Casi todos temimos lo peor cuando oímos las noticias sobre la desaparici­ón de Laura”

GEMELOS VIOLENTOS

Compañeros de niñez narran agresiones y un intento de quemar un aula de su colegio

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JULIÁN PÉREZ / EFE Rostro ocultoEn todas las ocasiones en que ha aparecido detenido en público, Bernardo Montoya ha bajado en extremo la cabeza para que su rostro no fuera captado por las cámaras de la prensa

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