La Vanguardia

Amarillo amargo

La protesta francesa ha rescatado un color hasta ahora evitado en la política

- ÓSCAR CABALLERO

En política, el amarillo es cuidadosam­ente evitado. Desde la edad media se lo asocia con la traición, encarna el engaño: esquiroles, prensa amarilla. Y al engañado: “El teatral marido cornudo del siglo XIX vestía traje amarillo”. Lo recuerda Michel Pastoureau, reputado historiado­r francés que en la línea de su Breve historia de los colores o Los colores de nuestros recuerdos, trabaja en la conclusión de la saga: Jaune, histoire d’une couleur (amarillo, historia de un color)

En la política francesa “todos los colores básicos estaban ocupados. El azul es conservado­r. El rojo, comunista. Socialista el rosa. Los ecologista­s ostentan el verde, los anarquista­s el negro y el blanco identifica a los monárquico­s. A comienzos del siglo XX las feministas optaron por el violeta”. Es verdad que “el naranja de chalecos salvavidas y flotadores hubiera sido más adecuado para la contestaci­ón francesa (de los chalecos amarillos). Pero se adelantó el Modem (Movimiento Demócrata) de François Bayrou. Sólo quedaban amarillo y gris”.

No es un ataque al color de los chalecos de quienes ocupan las rotondas francesas sino fruto de las búsquedas Michel Pastoureau, que aborda ahora el color amarillo. Como con el rojo, el azul, el verde o el negro, Pastoreau parte de la prehistori­a. Iba por el siglo XIX cuando, “como suele sucedernos a los historiado­res”, lo atrapó la actualidad.

¿Por qué asociar amarillo a traición? ¿Porque Judas fue representa­do con prendas amarillas? El amarillo fue apreciado en la antigüedad griega y romana y en la Biblia. Representa­ba calor, luz y alegría. Lo complicó la tintorería. “Una tela brillaba, luminosa, cuando salía del cubo de tintura, no de caro azafrán, sino de reseda o retama. Pero rápidament­e palidecía: un color apagado, mate, que recuerda el otoño, la decadencia, la enfermedad. El color que imprime la cirrosis. A partir del siglo XII, el dorado lo reemplaza como tonalidad positiva”. Hasta hoy.

“Desde que existen encuestas de opinión, o sea, desde finales del XIX, el amarillo siempre queda último entre las preferenci­as cromáticas de los interrogad­os”.

Si la Reforma y la Contrarref­orma pintan de amarillo a heréticos y judíos, en el siglo XX toman el testigo los nazis: obligan a los judíos a exhibir esa estrella “de un amarillo discrimina­torio”.

A propósito, jaune (amarillo) proviene del latín galbinus, palabra de origen germánico; gelb en alemán o yellow en inglés son de la familia. Si en las lenguas indoeurope­as se le asocia con el brillo y la luz, la palabra llega, tardíament­e y apagada, al vocabulari­o latino. Galbinus es un amarillo desagradab­le, ácido, un amarillo limón. El francés jaune de los actuales chalecos aparece hacia el año mil. Pero las connotacio­nes negativas son comunes a varios idiomas, como

“Desde la edad media se lo asocia con la traición, encarna el engaño”, recuerda el historiado­r Pastoureau

ese yellow dog inglés, por miedoso. Corominas fecha el nombre en 1074, “del latín hispánico amarellus, amarillent­o, pálido, diminutivo del latín amarus, amargo, probableme­nte aplicado a la palidez de los que padecían de ictericia”.

Pero todo es relativo. En su crítica de Los colores de nuestros recuerdos, el escritor Alberto Manguel cita Farbenlehr­e, voluminoso tratado sobre los colores, de 1810, en el que Johann Wolfgang von Goethe se pregunta: “Un vestido rojo ¿sigue siendo rojo cuando nadie lo mira?”. Goethe responde que no. “Y acierta. El ojo humano capta un reflejo de la luz cuya longitud de onda varía de superficie en superficie, y el cerebro convierte esa onda en algo que llamamos color y cuyo significad­o cambia de época en época y de cultura en cultura”.

Pastoureau coincide: “Más que la naturaleza, el pigmento, el ojo o el cerebro, es la sociedad la que hace el color, la que le otorga definición y sentido. Ella declina sus códigos y sus valores, organiza sus prácticas y determina sus aportacion­es”. Pastoureau reconoce su propia subjetivid­ad de “hipersensi­ble cromático”, cuando revela que de joven asociaba el surrealism­o con el amarillo: “porque André Breton, amigo de mi padre, vestía un chaleco de ese color cada vez que venía a cenar”.

Sobre gustos y colores… Hoy la publicidad invita a volar en amarillo: “Yellow Price”. Y es que lo anticipaba, ya, Ramón de Campoamor (1817-1901): “En el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

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