Amarillo amargo
La protesta francesa ha rescatado un color hasta ahora evitado en la política
En política, el amarillo es cuidadosamente evitado. Desde la edad media se lo asocia con la traición, encarna el engaño: esquiroles, prensa amarilla. Y al engañado: “El teatral marido cornudo del siglo XIX vestía traje amarillo”. Lo recuerda Michel Pastoureau, reputado historiador francés que en la línea de su Breve historia de los colores o Los colores de nuestros recuerdos, trabaja en la conclusión de la saga: Jaune, histoire d’une couleur (amarillo, historia de un color)
En la política francesa “todos los colores básicos estaban ocupados. El azul es conservador. El rojo, comunista. Socialista el rosa. Los ecologistas ostentan el verde, los anarquistas el negro y el blanco identifica a los monárquicos. A comienzos del siglo XX las feministas optaron por el violeta”. Es verdad que “el naranja de chalecos salvavidas y flotadores hubiera sido más adecuado para la contestación francesa (de los chalecos amarillos). Pero se adelantó el Modem (Movimiento Demócrata) de François Bayrou. Sólo quedaban amarillo y gris”.
No es un ataque al color de los chalecos de quienes ocupan las rotondas francesas sino fruto de las búsquedas Michel Pastoureau, que aborda ahora el color amarillo. Como con el rojo, el azul, el verde o el negro, Pastoreau parte de la prehistoria. Iba por el siglo XIX cuando, “como suele sucedernos a los historiadores”, lo atrapó la actualidad.
¿Por qué asociar amarillo a traición? ¿Porque Judas fue representado con prendas amarillas? El amarillo fue apreciado en la antigüedad griega y romana y en la Biblia. Representaba calor, luz y alegría. Lo complicó la tintorería. “Una tela brillaba, luminosa, cuando salía del cubo de tintura, no de caro azafrán, sino de reseda o retama. Pero rápidamente palidecía: un color apagado, mate, que recuerda el otoño, la decadencia, la enfermedad. El color que imprime la cirrosis. A partir del siglo XII, el dorado lo reemplaza como tonalidad positiva”. Hasta hoy.
“Desde que existen encuestas de opinión, o sea, desde finales del XIX, el amarillo siempre queda último entre las preferencias cromáticas de los interrogados”.
Si la Reforma y la Contrarreforma pintan de amarillo a heréticos y judíos, en el siglo XX toman el testigo los nazis: obligan a los judíos a exhibir esa estrella “de un amarillo discriminatorio”.
A propósito, jaune (amarillo) proviene del latín galbinus, palabra de origen germánico; gelb en alemán o yellow en inglés son de la familia. Si en las lenguas indoeuropeas se le asocia con el brillo y la luz, la palabra llega, tardíamente y apagada, al vocabulario latino. Galbinus es un amarillo desagradable, ácido, un amarillo limón. El francés jaune de los actuales chalecos aparece hacia el año mil. Pero las connotaciones negativas son comunes a varios idiomas, como
“Desde la edad media se lo asocia con la traición, encarna el engaño”, recuerda el historiador Pastoureau
ese yellow dog inglés, por miedoso. Corominas fecha el nombre en 1074, “del latín hispánico amarellus, amarillento, pálido, diminutivo del latín amarus, amargo, probablemente aplicado a la palidez de los que padecían de ictericia”.
Pero todo es relativo. En su crítica de Los colores de nuestros recuerdos, el escritor Alberto Manguel cita Farbenlehre, voluminoso tratado sobre los colores, de 1810, en el que Johann Wolfgang von Goethe se pregunta: “Un vestido rojo ¿sigue siendo rojo cuando nadie lo mira?”. Goethe responde que no. “Y acierta. El ojo humano capta un reflejo de la luz cuya longitud de onda varía de superficie en superficie, y el cerebro convierte esa onda en algo que llamamos color y cuyo significado cambia de época en época y de cultura en cultura”.
Pastoureau coincide: “Más que la naturaleza, el pigmento, el ojo o el cerebro, es la sociedad la que hace el color, la que le otorga definición y sentido. Ella declina sus códigos y sus valores, organiza sus prácticas y determina sus aportaciones”. Pastoureau reconoce su propia subjetividad de “hipersensible cromático”, cuando revela que de joven asociaba el surrealismo con el amarillo: “porque André Breton, amigo de mi padre, vestía un chaleco de ese color cada vez que venía a cenar”.
Sobre gustos y colores… Hoy la publicidad invita a volar en amarillo: “Yellow Price”. Y es que lo anticipaba, ya, Ramón de Campoamor (1817-1901): “En el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”.