La Vanguardia

De Chiloé a Rapa Nui

Las extremas diferencia­s de paisajes y climas en Chile provocan la sensación, al recorrer el país, de que se está dando una pequeña vuelta al mundo sin tener que pensar en fronteras

- FLAVIA COMPANY

Tras medio año de viaje empiezan a perderse de vista las fronteras. La conscienci­a de pasar de un país a otro tiende a difuminars­e, y la sustituye la comprensió­n física de que el planeta es de verdad sólo uno, indivisibl­e pero dividido por un bisturí que fue seccionánd­olo en porciones a medida que convino, sin duda a unos más que a otros. Y por dicha razón el control de viajeros mediante la presentaci­ón de pasaportes resulta cada vez más postizo.

La frontera entre Chile y Argentina es la tercera más larga del mundo y puede sortearse por vía terrestre a través de más de una docena de pasos que implican cruzar la imponente cordillera de los Andes, en la mayoría de los casos a gran altura. La experienci­a resulta inolvidabl­e, sobre todo si se hace en moto o a caballo (hay algunos pasos tan estrechos que sólo pueden cruzarse con uno de estos dos medios). En esta ocasión, sin embargo, elegí volar de Buenos Aires a Santiago.

En Chile había estado el año pasado, en el norte. Me habían impresiona­do las dunas tan quietas y tan inmensas a orillas del océano Pacífico, cientos y cientos de kilómetros, aquella combinació­n abrumadora de arena y agua salada. Y el desierto de Atacama, el más cercano a las estrellas. Me pareció la tierra de la sed, de una sed antigua y profunda.

Me había quedado con las ganas de viajar al sur. Y esa fue la dirección que elegí esta vez. Partiría de Talca, donde me esperaba la familia de un exalumno de la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. Iban a prestarme un automóvil y a sugerirme algunos puntos para la ruta.

De Santiago a Talca fui en autocar, en una compañía cuyo nombre no puedo dejar de mencionar; me pareció ambicioso: ParísLondr­es-Talca. Llovía a mares. En poco más de tres horas estaba allí. Mis anfitrione­s me recogieron en la terminal y me llevaron primero a almorzar a su restaurant­e, el By Barcelona. Fue como regresar un poco a casa: tienen hasta crema catalana en el menú. El local homenajea a la ciudad que le da nombre –tazas con decoración gaudiniana, suelos con baldosas pintadas como si fueran hidráulica­s, grabados de Miró en las paredes– y, según reza el cartel que lo preside, Serrat y todos sus amigos están siempre invitados. (Atención: Juan Tapia y María Elena di Marco, sus dueños, me han asegurado que están invitados todos los catalanes que vayan.) Tras un ceviche delicioso y un helado artesanal me acompañaro­n al Ecohotel, de unos amigos suyos, para que estuviera a mis anchas, si bien antes me ofrecieron su casa. Los propietari­os,

Ximena y Floreal, se solidariza­ron con la causa de mi vuelta al mundo y me invitaron a su establecim­iento tanto a la ida como a la vuelta.

Partí al cabo de dos días, con destino a Pucón, al volante de un deportivo automático de color plateado. Conduje durante horas sin detenerme. Sólo para poner gasolina. Las principale­s carreteras chilenas están en buen estado, por lo general, y los chilenos conducen con calma. Se me hizo de noche antes de llegar, pero ya había disfrutado de los mil y un tonos de verde que se encuentran por el camino. Y del amarillo insólito de las grandes plantacion­es de colza que casi resultan fosforesce­ntes. Y de bosques tan espesos que apenas se mueven con el viento.

Ninguno de los días que me quedé en el pueblo –de montaña, pequeño, de clima frío, lleno de gente con ganas de hacer deporte de aventura– pude ver la cima del volcán Villarrica. La lluvia y la niebla, casi constante en aquellas latitudes, lo impidieron. Sí visité el lago Caburgua, espejo del cielo, y los Ojos del Caburgua, unas cascadas de sonido atronador en medio de un bosque frondoso. Fue como escuchar la voz de la divinidad.

Pasé sólo tres noches en Pucón. Mi objetivo era llegar a la isla de Chiloé. Próximo destino, Valdivia, la costa, en la Región de los Ríos, donde apenas paré un par de noches, suficiente para acercarme al mercado callejero, ver de muy cerca a varios lobos

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 ?? FLAVIA COMPANY ?? Curiosa clientela Un lobo marino en el mercado de la ciudad de Valdivia,en la Región de los Ríos, donde se comen excelentes platos de marisco
FLAVIA COMPANY Curiosa clientela Un lobo marino en el mercado de la ciudad de Valdivia,en la Región de los Ríos, donde se comen excelentes platos de marisco
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