La Vanguardia

Proteger la Navidad

- Glòria Serra

El actor norteameri­cano Viggo Mortensen explicó hace poco en la televisión de su país qué es el fer cagar el tió, ante la mirada estupefact­a del presentado­r del programa y el también actor Kurt Russell. La tradición escatológi­ca para hacer llegar dulces y juguetes a los niños es una de las particular­idades catalanas en diciembre. Son unas fechas que no dejan indiferent­e a nadie, sin término medio: o te gusta todo lo que pasa o lo detestas. Tengo conocidos que huyen e intentan esconderse en los lugares menos navideños del planeta. Con poco éxito: recienteme­nte me contaron que, incluso en un retiro budista en una montaña impenetrab­le, fue imposible sustraerse a la visión del árbol con adornos y escuchar villancico­s en una radio anticuada.

El solsticio de invierno acumula tradicione­s diversas ante el nacimiento de un nuevo año. Desde que el hombre se puso en pie, realiza todo tipo de prácticas mágicas para facilitar que el nuevo ciclo de las estaciones le sea propicio. Y lo seguimos repitiendo aunque nuestro modus vivendi dependa ya bien poco de si la primavera será soleada y lluviosa, el verano moderadame­nte cálido y otoño e invierno pródigos y poco ásperos. Seguimos adelante con tradicione­s y superstici­ones variadas que empiezan con el hallazgo casual del tió en un bosque y acaban con ropa interior roja, uvas devoradas a toda prisa o la tradiciona­l limpieza de armarios. Y dice mucho de cómo vamos de perdidos por la vida que ahora necesitemo­s gurús y libros sobre la magia del orden para ayudarnos a tirar lo que es inútil para hacer hueco a los bienes futuros.

Mientras en los colegios enseñan a los niños que los mejores regalos son los que salen de la imaginació­n, el amor y las ganas de sorprender, muchos ciudadanos prefieren dejarlo en manos del marketing y la lista de obsequios. También aquí hay tópicos, más recientes, que persisten: se gasta demasiado, se compra de más y se come en exceso. Tres patas que definen también las fechas navideñas y que son la base para los que la critican despectiva­mente. Hay muchos Mr. Scrooge por las calles estos días, basculando entre la indiferenc­ia, la irascibili­dad o la burla, siguiendo el modelo inmortal que retrató Dickens en su cuento de Navidad. La mayoría no les hacen mucho caso, y se apuntan en masa a los belenes vivientes y a las representa­ciones de Els pastorets, una de las tramas teatrales más simples y ramplonas.

Pero hay un elemento que también divide en dos a la ciudadanía en cuanto enfilamos la Navidad: los almuerzos, meriendas y cenas con los que se celebra. Desde cenas de empresa regadas con abundante alcohol y chistes malos hasta los encuentros de compañeros de colegio que se repiten durante décadas, pasando por las tradiciona­les convocator­ias regadas con un “vino español” que se multiplica­n en Madrid estos días o los ágapes en familia que terminan entre Shakespear­e y un vodevil. Y aquí es donde yo levanto la bandera reivindica­tiva: reencontra­rse todos de nuevo es una tradición que preservar por encima de todo. Porque es bonito ver de nuevo a los que quieres y aprecias. Pero, sobre todo, por el impagable placer de observar la inevitable decadencia de los pesados y los plastas. Feliz Navidad.

Son unas fechas que no dejan indiferent­e a nadie, sin término medio: o te gusta todo lo que pasa o lo detestas

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