La Navidad para el no creyente
El programa Polònia de TV3 retrató con perspicacia un supuesto diálogo de la alcaldesa Ada Colau con su segundo, Pisarello: “¿Tú crees que con esta mierda de pesebre queda claro que somos ateos?”. No hay duda.
El belén de la plaza Sant Jaume es un bodrio de tal magnitud incluso estética que su falta de calidad y de sentido no merece siquiera dedicarle un par de líneas más que para recordar que han tirado 60.000 euros. Colau cada año se supera a sí misma. Es una pena.
Con todo, más importante que la “obra de arte” es el trasfondo del que deriva. Ya lo apuntaban en Polònia al citar el ateísmo, y está en la línea de la hostilidad a todo lo cristiano: los insultos al padrenuestro que una pseudopoetisa se permitió en el Saló de Cent del Ayuntamiento con la aprobación de la alcaldesa, la eliminación de la misa de la Merced del programa de las fiestas de la patrona, sumados a otros objetivos planteados y a detalles significativos como el dar la bienvenida al final del Ramadán en su cuenta de Twitter, pero orillar toda fiesta cristiana.
La Navidad es ciertamente una gran fiesta cristiana. No la más importante, que es la Pascua de Resurrección, pero si la que tiene mayor proyección mundial. De la Navidad, del nacimiento de Cristo, nace una nueva era reconocida por todos. No hace falta ser creyente para darse cuenta de que lo que ocurrió debió de ser muy importante para que dividamos la historia en antes y después de Cristo. Tampoco para saber y reconocer que la Navidad tiene una vertiente cultural que enlaza con las raíces cristianas de Catalunya, de España, de Occidente. Basta viajar. Por dondequiera se vaya, los campanarios de las iglesias marcan las siluetas de los pueblos, las cruces llenan los cementerios, muchos topónimos son religiosos y la mayoría de las personas llevan nombres de santos. Colau no entiende el país ni su sustrato moral. Tampoco que la Navidad sea fiesta grande en la mayor parte del mundo, incluidos países no cristianos. Ni que sea reconocida por todos como la gran jornada de la solidaridad, del encuentro de las familias, del periodo en que hasta en las guerras se lograba una tregua.
Que la Navidad no le gusta a Colau y su equipo se evidencia hasta en la iluminación de la ciudad, como de manera reiterada ha denunciado Ramon Suñé en estas mismas páginas.
Quien esto escribe lamenta que para
Escenografía Sebastià Brosa, creador del pesebre de Sant Jaume, dice que la Navidad le remite a reuniones familiares y comidas donde faltan sillas
muchos la Navidad se haya paganizado y convertido en simple periodo de comilonas y consumismo. Profundizando un poco y desbrozándola de aditivos y costumbres con que muchos la han deformado, la Navidad es una fuente maravillosa de humanidad. Para todos, pero permítaseme la pequeña herejía de decir que debería serlo sobre todo para las personas de izquierdas. Al menos teóricamente, Colau lo es. Debería sentirse especialmente cómoda.
En la Navidad encontrar a Cristo se hace más fácil por la ternura del nacimiento de un niño, del que los cristianos sabemos que es Dios, de un matrimonio pobre que ha ido mendigando una posada, un lugar sencillo para que pueda nacer su hijo y como nadie les acoge ni atiende van a parar a una cueva. Los primeros en recibir el mensaje del nacimiento del Salvador y en visitarle son unos pastores, personas no sólo incultas y pobres sino consideradas en aquel tiempo hez de la sociedad. Ellos les llevan lo que tienen, leche, queso, quizás algún cabritillo. Y luego, unos magos venidos de muy lejos le traen regalos y un rey perverso y opresor ordena matar a todos los pequeños del pueblo en el intento de liquidar a aquel recién nacido.
Cristo viene al mundo para salvar a todos, pero entiendo que las personas de izquierda deberían captarlo con intensidad. Paradójicamente, entre algunos de ellos privan la ignorancia y el odio a lo cristiano. Claro que ser de izquierdas hoy más que querer mejorar a los débiles significa ser progre, con todas sus aberraciones.
Aún caben algunos pasos más: el pesebre de Cristo es muestra de humildad, de sencillez, de un Dios omnipotente que se hace débil para apoyarse en nosotros, de unos padres que mantienen sus principios y alegría a pesar de las contrariedades. Amar la Navidad nos trae alegría y esperanza, como en la clásica película ¡Qué bello es vivir!
Amar y valorar la Navidad en su sentido genuino, incluso para el no creyente.
La Navidad es una fuente maravillosa de humanidad pese a que se ha paganizado y convertido en simple periodo de comilonas y consumismo