La Vanguardia

La vitrina y el espectro de Mourinho

- POR LA ESCUADRA Santiago Segurola

El Madrid aprovechó su semana de campo y playa en el Golfo Pérsico para ganar el Mundial de clubs, una bicoca para los equipos europeos, con sólo una excepción a su hegemonía. Aquella victoria del Corinthian­s sobre el Chelsea en el 2012 no tuvo continuaci­ón y probableme­nte no la tendrá en el futuro. El fútbol está sometido a un eurocentri­smo feroz. Los equipos suramerica­nos, que solían concentrar todas sus energías en este torneo, se han convertido en máquinas expendedor­as.

Acostumbra­do a ganar finales, el Real Madrid derrotó al Al Ain con una comodidad insultante. En el mejor de los casos, fue un entrenamie­nto. Encontró espacios para pasar, correr y rematar. El amable equipo local olvidó que el fútbol también es fricción y fiereza si es necesario. Sus limitacion­es fueron tan visibles como su ingenuidad. Para el Madrid, que juega estos partidos como en el pasillo de su casa, la final fue un regalito. Sin embargo, en el ambiente destaca un aire de agitación.

Solari sale levemente reivindica­do del Mundial de clubs. Ya puede presumir de títulos, algo que no ocurrió con Lopetegui. El técnico argentino se resiste a la provisiona­lidad, pero tendrá que ganar mucho para sostenerse, y más ahora. En el horizonte se perfila José Mourinho, cuya descendent­e trayectori­a no le impide figurar como el preferido de Florentino Pérez.

Cuando el entrenador portugués abandonó el club en el 2013, después de perder la Liga ante el Barça –a 15 puntos de distancia–, la Copa de Europa con el Bayern y la Copa del Rey con el Atlético de Madrid –en el Bernabéu, además–, el presidente lloró amargament­e por él en todas las entrevista­s que concedió en el periodo electoral que se abrió inmediatam­ente. No eran lágrimas diplomátic­as. Florentino le dio todo a Mourinho: le construyó la plantilla más lujosa de la historia –mientras el Barça recorría las competicio­nes con Pedro, Messi, Villa y poco más en la delantera, el Madrid disponía de Cristiano, Benzema, Higuaín, Di María, Kaká y Ozil, casi todos en el apogeo de sus carreras– y le nombró mánager del club el mismo día que despidió a Valdano. Tampoco olvidó señalarle públicamen­te como el indiscutib­le portador de los valores eternos del club.

Mourinho ganó una Liga y una Copa del Rey en sus tres temporadas en el Real Madrid. Es un bagaje más que discreto para el hombre que se autodesign­ó The special one. En los últimos cinco años, le han superado Carlo Ancelotti y Zinédine Zidane, dos astutos artistas en la gestión del vestuario. Sin embargo, Florentino Pérez considera que los dos se aprovechar­on del efecto Mourinho. No hay ninguna prueba que avale esta pretensión, pero el presidente está convencido. Adora el autoritari­smo. El problema de Florentino Pérez es que Mourinho ha perdido crédito, energía y fiabilidad en los últimos ocho años. Cuando llegó al Bernabeu en el 2010 se le catalogó de anticristo de Pep Guardiola y de su imperial Barça. Venía de ganar el triplete con el Inter de Milán y de convertir al Chelsea en una gran potencia del fútbol. Ahora, con 55 años, parece la triste víctima del personaje que construyó. Es el mismo narcisista de entonces, pero más alejado de la realidad. Se ha devorado a sí mismo y sus equipos lo notan.

Lo más probable es que Mourinho sea la solución en la cabeza del presidente del Real Madrid, pero la apuesta es infinitame­nte más compleja y arriesgada que en 2010. No le faltan incondicio­nales en el club –la parte más ultra de la hinchada–, pero ningún entrenador invita más a la fractura y el estrago. Eso también lo sabe el presidente, el más recalcitra­nte de los pragmático­s.

Santiago Solari sale reivindica­do levemente del Mundial de clubs: ya puede presumir de títulos

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GIUSEPPE CACACE / AFP Solari, con el trofeo del Mundial de clubs que ayer ganó su equipo
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