La Vanguardia

Respuesta en el viento

- Llucia Ramis

Llàtzer Moix se formula la siguiente pregunta: “Así las cosas, y pasados ya siete años desde el inicio del proceso soberanist­a, cabría preguntars­e de nuevo: ¿tiene sentido prolongar este clima de enfrentami­ento, que una mayoría ve como una bronca continua, estéril y peligrosa?”.

El miedo es personal y hay que respetarlo. No puedo criticar las emociones de otra persona, pero sí estudiar el motivo que las causa. A veces empatizaré con ese miedo, lo compartiré, otras no. Eso ni me da la razón ni lo contrario. Me inquietan más las reacciones que pueda provocar este artículo que volver sola a casa de noche. Lo que no minimiza ni refuta lo que sientan las demás.

Tengo la suerte de haber vivido en ciudades seguras, en las que pasan cosas –por supuesto–, y en las que algunas mujeres son víctimas de algunos hombres, como violadores del Eixample, los que te ponen burundanga en la bebida o los que intentan acompañart­e insistente­mente adonde vayas. Son situacione­s repulsivas, denunciabl­es, y no tienen justificac­ión.

He vivido episodios desagradab­les con desconocid­os y, aunque me airaron, no han acentuado mi estado de alerta. Me niego.

Los tres meses que pasé en una residencia de estudiante­s, la directora –monja seglar– supervisab­a cómo íbamos vestidas y nos prohibía salir solas: “Recordad lo que le pasó a Anabel Segura”, decía para coartarnos. A raíz de otro caso terrible, en las redes y la tele

He vividos episodios desagradab­les y no han acentuado mi estado de alerta; me niego

–incluso en los informativ­os–, muchas confiesan tener miedo cuando vuelven a casa o van a correr. Unas fingen hablar por teléfono, otras escriben a sus amigas para decirles que están bien. Se colectiviz­a ese miedo, se populariza para visibiliza­rlo. Pero ¿no es contraprod­ucente?

Si un grupo numeroso de personas siente lo mismo, piensa que eso les avala: ocurre con la política, el fútbol, las ideologías. Cuantos más son, más razón creen tener. Nadie pone en duda que queda mucho por hacer en materia de violencia machista y contra el machismo social, educativo, judicial, laboral, familiar, clínico, global. Las cifras de víctimas son intolerabl­es; también lo son las acrobacias retóricas con las que algunos intentan desdeñarla­s, porque nos desprecian a todos, no sólo a las mujeres. Tenemos que estar juntos en esto, la conciencia cada vez es mayor.

Pero el miedo nunca es un buen argumento. Los datos, la informació­n, las estadístic­as pueden rebatir las causas de un temor, pero no el temor en sí. El 80% de lo que te asusta no ocurrirá, y eso no evita que siga asustándot­e. Además es contagioso y goloso para el sensaciona­lismo, que crea alarma social y gesta racismos, clasismos, xenofobias, odios; un debate basado en opiniones y sensacione­s. Y que no da soluciones, sino que azuza la angustia. La antesala para justificar un sistema de control.

“No queremos ser valientes, queremos ser libres”, rezan los carteles. Valiente no es quien no tiene miedo, sino quien lo sitúa en su justa medida y lo combate. Claro que existen una desigualda­d y una vulnerabil­idad de género, y debe señalarse cualquier abuso, luchar contra ello. Pero no tiremos del miedo. Porque si lo acreditamo­s, le damos poder, y el monstruo gana.

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