LADRONES DE ARTE
Algunas pinturas de Vermeer, Rafael o Renoir cuelgan ocultas al gran público por la codicia de los malhechores.
El 26 de noviembre, en Viena, en la exposición que precedía a una subasta, desapareció Golfo, mar, acantilados verdes, óleo pintado en 1895 por Pierre-Auguste Renoir, estimado en unos 190.000 euros. Ese Renoir ya forma parte del museo invisible –o sólo visible para el ladrón o quien encargó el robo– de obras maestras desaparecidas. Museo sin cimacios, pero vasto. Lo que sigue es una breve visita, limitada a diez obras, algunas con cotización en euros, todas en la bolsa inmaterial de la historia del arte.
A tal señor tal honor, el periplo arranca con un óleo de Vermeer, El concierto, de 1664. Muerto a los 43 años, Johannes Vermeer dejó viuda, once hijos y apenas 36 o 37 óleos. En 1990 tres malhechores disfrazados de policías, miembros de una mafia de la Costa Este norteamericana, se llevaron, del museo Isabella Stewart Gardner, de Boston, el Vermeer, con su “tratamiento magistral de la luz, del detalle, de la perspectiva”, según expertos, que lo estimaron en 167 millones de euros. Es decir, la pintura robada más valiosa del mundo.
Tampoco es un desconocido Rembrandt van Rijn, autor de La tempestad del mar de Galilea (1633), la única marina de su obra, con la travesía de Jesús y sus discípulos por un mar agitado. Formaba parte del lote –trece cuadros y un total de 450 millones de euros– que se llevaron los falsos policías del Isabella Stewart Gardner.
Entre los mafiosos de Boston que teleguiaron el escamoteo ¿no figuraría un siciliano de la banda que, 21 años antes y sin ningún respeto por la cruz, se incautó del Caravaggio que durante más de 350 años había presidido el altar del Oratorio San Lorenzo, iglesia barroca de Palermo? Apacible óleo, esta Natividad con san Francisco de Asís y san Lorenzo, fechada en 1609, desapareció junto a otras obras, todas valiosas, todas aún en paradero desconocido.
Es el caso, pero desde 1934, de Los jueces justos, tabla del Retablo de Gante, realizado en 1432 por Jan Van Eyck, pintor flamenco, líder del Renacimiento nórdico, y su hermano, Hubert Van Eyck. Fue un encargo del alcalde de Gante para la catedral San Bavón. Espacio histórico: ahí fue bautizado el más español de los flamencos, Carlos V. Óleo y témpera sobre madera, como las otras doce tablas, Los jueces justos ¿fue sustraído por un germano patriota? En el espacio de la tabla, un mensaje: “Robado a los alemanes por el tratado de Versalles”.
En efecto, en 1920, ese texto que los alemanes vivieron como una humillación forzó a Berlín a restituir el retablo a Gante. Una de las muchas peripecias de la obra de los hermanos Van Eyk, con Jesús, María, Juan Bautista, los discípulos, Adán y Eva en los seis paneles superiores; la adoración del cordero con apóstoles, profetas, santos y soldados en los inferiores y, abajo a la izquierda, el grupo de jueces.
Ya en 1566 la catedral separó las tablas para ocultarlas a la iconoclastia calvinista. En 1794 Napoleón envió las cuatro centrales al Louvre, devueltas en 1815 por Luis XVIII. Un año después, las alas laterales fueron vendidas y terminaron en esa Gemäldegalerie de Berlín, obligada a devolverlas a Gante. Los alemanes volvieron a la carga durante la Segunda Guerra: el retablo, entre más de siete mil obras, fue almacenado en las minas de sal de Altausee. Rescatado el conjunto por el Programa de Monumentos, Arte y Archivos, el retablo volvió a San Bavón, pero no Los jueces justos.
Al gusto clásico de la Gestapo no podía escapar el Retrato de un muchacho, óleo de Rafael pintado hacia 1514. Un príncipe polaco lo adquiere en 1798 para colgarlo en el museo familiar de Cracovia. El 1 de septiembre de 1939 los ale- manes dan el pistoletazo de salida de la Segunda Guerra con la invasión de Polonia. Un descendiente del príncipe esconde el Rafael. La Gestapo lo descubre y lo incorpora a la colección del nazi Hans Frank. Pero cuando Frank es detenido, en 1945, el Rafael –estimado en 90 millones de euros– no aparece entre sus bienes. Y hasta hoy.
Otra clase de alemanes, una pareja que huyó de los nazis y se refugió en Oxford, donó a la célebre universidad Vista de Auvers-surOise (1879-1882), óleo temprano de Paul Cézanne, transición hacia ese estilo postimpresionista, de colores trabajados, que le dio fama. Estimado en 4,5 millones de euros, ese testimonio del primer Cézanne provocó una operación digna de Misión Imposible. La madrugada del 1 de enero del 2000, en lugar de brindar por el nuevo milenio, un audaz rompió el tragaluz del museo de la universidad, puso en marcha un difusor de humo que bloqueó las cámaras de seguridad y se llevó el Cézanne.
Si esas vistas de Auvers-sur-Oise le han hecho pensar en la localidad de las afueras de París en la que murió Vincent Van Gogh, la visita lleva a otro hurto. En el 2010, Las amapolas (1887), de Van Gogh, fue arrancado de su marco, en el museo Mohamed Mohmud Jalil, de El Cairo. Van Gogh representa lo contrario de Vermeer: fallecido a los 37 años, no dejó viuda ni hijos, pero sí unos 900 óleos. A pesar de tal abundancia, la historia del “suicidado de la sociedad”, como lo denominó Antonin Artaud, elevó su cotización. Así, esas amapolas, pintadas tres años antes de su muerte, están valoradas por encima de los 55 millones de euros.
No tiene precio, en cambio, el
Retrato de mujer, pintado en 1916-1917 por un crepuscular Gustav Klimt. Un rostro femenino desconocido, que Klimt pintó poco antes de morir, sobre el supuesto retrato de un amigo. Pero los cerca de 150 millones de euros que habría pagado Ronald Lauder, en el 2006, por otro retrato de mujer, de Klimt, el de Adele Bloch Bauer I, también llamado
La dama dorada, permiten aventurarle millones al retrato de la desconocida.
Si un día reaparece, claro. El
OBRAS CARAS
El alto valor artístico y crematístico caracteriza este museo invisible
SOFISTICACIÓN Y DESCUIDO Las técnicas para la sustracción van de la más alta complejidad a la desidia de la custodia
óleo estaba en 1997 en la Galería de Arte Moderno Ricci Oddi, de Piacenza, pinacoteca consagrada al “arte moderno de dos siglos”, cuando un ladrón aprovechó el desorden provocado por las obras de renovación para llevárselo.
Se puede terminar el recorrido con un par de casos en los que la policía dio con el delincuente, pero no con el botín. El museo Kunshal de Holanda no debía estar muy vigilado en el 2012 cuando le desapareció Puente de Charing Cross (1901), de Claude Monet, de la serie del Támesis en Charing Cross que pintó en Londres entre 1899 y 1905.
Con el óleo se esfumaron otro Monet, un Picasso, un Gauguin y un Matisse. En total, siete cuadros. Y un perjuicio global de más de 262 millones de euros. Hechos humo, si se cree a la madre de uno de los cacos que, para cubrir a su hijo, aseguró haber quemado los cuadros. Luego se desdijo, pero había en la chimenea restos de pintura.
En fin, un palomo con guisantes puede ser un plato delicioso, pero caro si se trata del que pintó Picasso, tasado en 105 millones de euros. Óleo característico del cubismo analítico, está fechado en Ceret en 1911. Detalle curioso: en la esquina superior derecha Picasso escribió “CAFÉ”. En la noche del 19 al 20 de mayo del 2010 el cuadro desapareció, en buena compañía (un Matisse, un Braque, un Léger, un Modigliani), del Museo de Arte Moderno de París (el del Ayuntamiento y no el nacional, instalado en el Centro Pompidou) sin que las alarmas funcionaran. Y eso que los cuadros robados estaban en distintas salas, lo que obligó al maleante a dar un paseo. Un escándalo: la deficiencia del sistema de alarma había sido detectada el 20 de marzo y no se había arreglado. Un año más tarde la policía detuvo al ladrón y a quien le había encargado el robo. Pero el comanditario aseguró, sin que los detectives le creyeran, que presa del pánico había destruido los cuadros.
Y aquí termina la visita, pero no el museo intangible. Porque la OCBC (oficina contra el tráfico de bienes culturales), la policía especializada desde 1975, tiene en su base de datos, llamada Treima (Thesaurus de investigación electrónica de imaginería en materia artística) unas 80.000 imágenes de obras desaparecidas.Y 35.000 reproducciones de “las obras más buscadas en el mundo” ilustran los archivos de la Interpol.
Algunas pinturas
de Vermeer, Rafael o Renoir cuelgan ocultas al gran público por la codicia de los malhechores