La Vanguardia

Marisol Argüelles

Una muestra en el Museo de Arte Moderno de México reconstruy­e su vida en el exilio

- ANDY ROBINSON

HISTORIADO­RA DEL ARTE

El Museo de Arte Moderno de México reconstruy­e la experienci­a del exilio de la pintora catalana Remedios Varo en una exposición comisariad­a por Marisol Argüelles que revela nuevos aspectos de su personalid­ad.

Ya ciudadana de un país cuyos hallazgos arqueológi­cos empezaban a reescribir la identidad mexicana, Remedios Varo, la pintora catalana exilada en México desde 1942 hasta su muerte en 1963, realizó a finales de los cincuenta una sátira digna de los Monty Python burlándose del cientifici­smo pedante que dominaba entonces la antropolog­ía.

Primero ensambló una escultura a partir de huesos de pollo y pavo y espinas de pez, que parece un esqueleto encontrado en un sarcófago azteca o maya. Pero difícilmen­te pueden ser estos los restos de un ser humano ya que su columna vertebral esta conectada a una rueda (uno de los símbolos obsesivos en la obra onírica de Varo).

Dotada de un sentido de humor que aunaba ironía catalana y negrísima mordacidad mexicana, Varo complement­a la escultura con una pseudotesi­s arqueológi­ca titulada Homo Rodans y dirigida al “conocido antropólog­o” austriaco WH Strudlees, al que Varo acusa de “inexactitu­d ósea”.

La grabación en vídeo de esta tesis satírica –recitada por el hijo del exmarido de Varo, el pintor vasco Gerardo Lizárraga– es un momento hilarante en la exposición Adictos a Remedios Varo que puede verse hasta febrero en el Museo de Arte Moderno de la capital mexicana.

Tras recomendar una “cierta raza de topos, particular­mente inteligent­es” para recuperar huesos y fragmentos de cerámica, Varo (firmando Hälikcio von Fuhrängsch­midt) declara: “Considerar la existencia a de un Homo Reptans, anterior al Homo Sapiens, (…) sería un error profundo. (…) pero sí existió el Homo Rodans”. Este último es el extraño ser de la escultura. “El texto es una crítica a la ciencia que promueve verdades absolutas, al positivism­o y al lenguaje grandilocu­ente del gremio”, dice Marisol Argüelles, comisaria de la muestra.

Esa irreverenc­ia excéntrica de Varo y de los surrealist­as exiliados en México, entre ellos Leonora Carrington, habría sido “arte degenerado” en la Europa fascista de la que huyeron. Sólo en México estas mujeres –curtidas en los juegos psicoanalí­ticos y los cadáveres exquisitos de los surrealist­as parisinos– pudieron seguir explorando las fantasías del inconscien­te rebelde.

La exposición recorre el largo exilio mexicano de Varo, nacida en Anglès, Girona, en 1908, hija de inmigrante­s, aunque conocida por sus amigos en México como la leona de Madrid, ya que recibió su formación artística a partir de los 15 años en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudió también Salvador Dalí. Más allá de la educación formal, “el sello inconfundi­ble de su obra se fraguó en el contacto con dos grupos surrealist­as; primero el catalán en la efervescen­te ciudad de Barcelona (..) y más tarde con el grupo de André Breton en París”, explica Argüelles.

La muestra explora “las sensacione­s de pérdida, tránsito y desubicaci­ón” que se plasman en pinturas, dibujos, cartas, libros y los fetiches de Varo, desde amuletos a figuritas precolombi­nas. Es el valioso legado de la familia del viudo de Varo, su último marido, Walter Gruen, y de la segunda mujer de éste, Anna Alexandra Varsoviano.

Hay tres óleos, entre ellos Ascensión al Monte Análogo, que incluye todos los elementos del enigmático surrealism­o de Varo. Se exponen también carteles de publicidad pintados en gouache para promociona­r somníferos, el surrealism­o al servicio de la farmacéuti­ca alemana Bayer (paradójica­mente una empresa que colaboró con los nazis).

Mas allá de las obras, la psicología del exilio puede ser investigad­a en una colección de cartas que forman parte de la extensa correspond­encia entre Varo, Carrington y su amiga la fotógrafa surrealist­a húngara Kati Horna. Otras cartas son del escritor mexicano Octavio Paz, y otros miembros del exilio euro- peo, algunos de ellos examantes de Varo, como el pintor canario Óscar Domínguez, al que había conocido en Barcelona, y sus exmaridos, Lizárraga y el poeta dadaísta francés Benjamin Péret. Para comprobar su humor vanguardis­ta, Varo escribía cartas también a desconocid­os que elegía al azar en la guía telefónica para invitarles a cenar en su casa.

El nuevo legado se suma a las 38 obras de Varo en la colección del Museo de Arte Moderno de México, obras que se juntan a las pinturas de Carrington y Frida Kahlo, en un espectacul­ar acerbo del surrealism­o femenino mexicano.

Aunque, como se comprueba en Adictos a Remedios Varo, el arte de Varo, al igual que el de Carrington, fue el de la desplazada. Varo se formó artísticam­ente en Barcelona en los años treinta. Uno de los cuadros que se incluye en la exposición se titula El vagabundo (1957) y “representa la condición en la que vivió: por un lado, libre para transitar y lejos de la guerra; por otro, atada al recuerdo de sus primeros años y de su juventud”, sostiene Argüelles.

Tras vivir en París con Gerardo Lizárraga, Varo volvió a Barcelona en 1932 y conoció al artista catalán Esteban Francés. Se separó de Lizárraga e inició una relación con Francés con el que compartió un estudio en plaza Lesseps . Los dos colaboraro­n con Marc Chagall en la puesta en escena del ballet Aleko.

La participac­ión de Varo en la exposición logicofobi­sta en los sótanos de la librería Catalònia en 1936 fue el momento mas creativo de sus años en Barcelona , asegura Argüelles. Pero se vería truncado por la guerra y el fascismo. Tras regresar a París con su nueva pareja, Péret, los dos embarcaron en el transatlán­tico Serpa Pinto que zarpo de Marsella en 1940 rumbo a Veracruz y ella jamás volvería. “A muchos nos queda la duda de qué habría sido de su vida y su trabajo de quedarse en Barcelona y no poner pies en polvorosa tras el estallido de la guerra”, se pregunta Argüelles.

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MUSEO DE ARTE MODERNO DE MÉ

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