Folletín con filigranas
La niña gorda
Autor: Santiago Rusiñol
Dirección: Xavier Albertí
Intérprete: Jordi Oriol
Lugar y fecha: TNC (19/XII/2018) En el teatro Odeon de Barcelona Jaume Piquet i Piera entretenía a finales del siglo XIX a la concurrencia con su programa de gran guiñol. Relatos truculentos y escabrosos que trasladaban al escenario el entretenimiento popular de las novelas por entregas. Crónicas tremebundas de una miseria y voluntad de supervivencia casi dickensianas, como la historia de La niña gorda de Santiago Rusiñol. Dicen los expertos que la novela es su respuesta burlona a La ben plantada de Eugeni d’Ors y el ideal de la mujer catalana. Pero también se puede leer como el ennoblecimiento del folletín gracias a su genio literario, brutal ironía y una extravagancia hiperbólica propia de Rabelais. Una trama que se mueve por antros, tabernas y barracas de feria. Con personajes caracterizados sólo por sus bajezas morales. Borrachos, timadores, asesinos, alcahuetas, dispuestos a sacar el máximo provecho de la desgracia ajena, abundando en la idea que la pobreza es el peor lugar para que prosperen los ideales humanistas.
La víctima es la niña gorda, fenómeno que atrae a todo tipo de desaprensivos y cuya triste historia de explotación Rusiñol describe con una mirada tan cruda, cruel y sardónica que podría herir la sensibilidad de lo políticamente correcto. Digamos que el autor no explota la vena poética de la monstruosidad de Tod Browning en Freaks. Lo suyo es una crítica sin piedad, también a la atrofia sentimental de una feminidad alimentada con novelitas románticas.
Con este material, Xavier Albertí y Jordi Oriol han creado un espectáculo que es una filigrana escénica. Igual que es Rusiñol el que transforma un argumento vulgar en un texto literariamente estimable, son Albertí (director) y Oriol (adaptador e intérprete) los que convierten un monólogo sólo al servicio del texto en una preciosista coreografía de palabra y gesto. Es más, si por algo destaca esta propuesta es por su puesta en escena con un actor y una pianola fantasma.
El actor sujeto a los códigos pactados que confieren a cada palabra un significado, plasmado en una posición concreta – y repetida- de las manos. Mudras (la posición de las manos en la danza kathakali) desacomplejados y abufonados pasado por el filtro iconoclasta de Albertí-Oriol. Servido además con una dicción exquisita y una actitud ambigua entre la narración cercana y popular del auca y la distancia sofisticada del artista autoconsciente. El montaje de dos creadores que trabajan con el detalle y precisión de los que se hallan en absoluta sintonía.