La Vanguardia

Villancico culé

- Sergi Pàmies

Ir al Camp Nou tiene premio: la luna llena en la tercera gradería y, en la fila de delante, unos israelíes que se pasan el partido enviando watsaps y compartien­do carcajadas. En hebreo, los watsaps parecen más trascenden­tes que las fotos que se hacen los japoneses, adictos al Seient Lliure. Habrán venido con Iniesta, que, desde el palco, recibe el cántico de afecto que a veces le faltó cuando jugaba. Es una de las particular­idades del Camp Nou: retorcemos la gratitud hasta la contorsión y somos capaces de ovacionar a Iago Aspas más de lo que aplaudíamo­s a Samuel Eto’o.

En los cambios propios somos más perversos. Aplaudimos a Arturo Vidal cuando se va y aplaudimos (un poco más) a Arthur cuando entra, de modo que ninguno de los dos pueda estar ni del todo contento ni del todo insatisfec­ho. Repetimos la operación con Dembélé y Coutinho, como si quisiéramo­s extender la competitiv­idad a la dimensión más afectuosa del fútbol. Debe ser el espíritu navideño, representa­do en una indignació­n contra el árbitro que no va más allá de constatar lo malo que es (iba a escribir “peor que la carne de perro”, que es una expresión que utilizaba Jordi Basté cuando era el rey de las canchas de baloncesto, pero ahora sería un comentario temerario).

¿El partido? Una primera parte intensa en la que Vidal sigue moviéndose como un electrodom­éstico Roomba, con una resolutiva y caótica eficacia limpiadora. Hace unos días, en una entrevista en el Tu diràs (RAC1), Vidal insistió en que el equipo está obsesionad­o con ganar la Champions. Esta es otra singularid­ad culé: convertir la obviedad en doctrina y privatizar anhelos colectivos. Desde que Messi nos excitó con su explícita referencia a la ilusión que le hacía ganar la Champions, en vez de preguntarn­os si la del año pasado les sudó las gónadas, nos hemos sumado a la consigna sin pensar en la obsesiva ilusión que les debe hacer ganarla al Liverpool, el Madrid, el City o el Ajax. Ya sé que es un placebo espiritual pensado para mantener cierta cohesión en los buenos propósitos, que en estos días se acumulan como los coches en las rondas en día de Consejo de Ministros.

Ahora que abundan los resúmenes anuales, entre los fenómenos del 2018 he detectado la aparición de un nuevo adjetivo que también se aplica al fútbol: disruptivo. Es un calco del inglés que define una ruptura brusca y que, por lo tanto, también pretende tener una dimensión revolucion­aria. En la práctica, es un recurso que tiene el aliciente de los juguetes nuevos cuando intuyes que te entretendr­án hasta que se acaben las pilas. La retórica del fútbol agradece estos fichajes lingüístic­os, sobre todo los que te otorgan la aureola de parecer más pedante de lo que eres.

La segunda parte del partido no es nada disruptiva y conecta con otros ratos mórbidos que el Barça ha exhibido los últimos meses. No pasa nada. Con el resultado, el buen juego de la primera parte, la luna llena, la alegría de los israelíes y el circunspec­to humor de Valverde me conformo. La prueba: canto como si fueran villancico­s el ska biográfico de Mr Gieco (El Gran Messi llegó) o el tango mesiánico de Javier Montes (Tango, amor y gol: “Sos orgullo de Argentina, pibe, y Gardel del Barcelona”) o la balada de Alcides Cairós (Oh, Messi: “Paso a paso vas forjando la leyenda”) y, en pleno paroxismo de culto a la personalid­ad, hago todas las voces del Leo Messi tailandés del coro The Thai Tims hasta que los culés israelíes se dan la vuelta y me sacan tarjeta roja. ¿Lo mejor que nos ha pasado como culés durante 2018? Lo mismo que en los últimos años: Leo Messi.

He detectado la aparición de un nuevo adjetivo que también se aplica al fútbol: disruptivo

 ?? ENRIC FONTCUBERT­A / EFE ?? Leo Messi, de nuevo lo mejor del año, batió así a Rubén, portero del Celta
ENRIC FONTCUBERT­A / EFE Leo Messi, de nuevo lo mejor del año, batió así a Rubén, portero del Celta
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain