La Vanguardia

Darcel Yoya Tchaptchet

Tres historias inspirador­as de jóvenes universita­rios exitosos pese a la adversidad

- CARINA FARRERAS

ESTUDIANTE DE INGENIERÍA

Este camerunés se licenciará este año en Ingeniería. Su historia encarna, como la de Júlia Suñer o Kaur Lal Devi, todo cuanto representa el ascensor social cuando funciona y concede oportunida­des reales a quienes más lo necesitan.

Dice Nietzsche que la esperanza es un estimulant­e vital muy superior a la suerte. Los tres jóvenes que presentan sus historias en estas páginas –Júlia, Darcel y Kaur– no esperaron la suerte, aunque les tocó. Pero lo que les motivaba era la esperanza de tener una vida completa y próspera. Y con ese motor se esforzaron. Por fortuna, contaron con la ayuda de becas como las de la Fundació Catalunya La Pedrera que les ha acompañado desde los cursos de secundaria. Al llegar a la universida­d, la fundación no quiso dejarlos y creó un nuevo programa. Eso les ha permitido poder estudiar. Otras entidades (La Caixa, BBVA, Fundació Pere Tarrés, Fundesplai...) ayudan también a paliar las deficienci­as de un sistema educativo poco financiado y excluyente (2 de cada 10 alumnos deja los estudios y 1 de cada 3 repite curso), que perjudica más a familias desfavorec­idas. Darcel, uno de los chicos entrevista­dos, antes de abandonar el lugar de la cita, pregunta: “¿No podría hacerse algo por los chavales que están en las calles de Salt? Sólo necesitan volver a creer en sí mismos. Si regresan a la escuela, aprenderán y darán su talento a la sociedad”.

Cuando Júlia (Salt, 1998) se desanima recuerda que sus abuelos bajaron de las montañas para ir a trabajar a la fábrica de ComaCros en Salt. “Eso sí que debió ser duro”, minimiza así sus problemas. La fábrica es ahora una biblioteca (Iu Bohigas Blanch) a la que ha acudido con frecuencia a recoger libros –Cornelia Funke, Rodoreda, poetas diversos–, la pasión que le inculcó su madre maestra de infantil. Aplicada desde niña, adolescent­e con nota 10, la tutora de 2.º de la ESO la escogió para recibir la beca dadas las circunstan­cias económicas de su familia. La ayuda cuenta con la especifici­dad de que el alumno puede destinar parte del montante a una actividad extraescol­ar. Eligió chino. “En mi pueblo había una tienda de todo a cien y una madre, sentada en un taburete, enseñando chino a su hijo pequeño. Yo veía esa escena con frecuencia y quería estar allí, aprender esa lengua extraña. Mi madre le pidió que me enseñara algunas nociones. Cuando me concediero­n la beca, me apunté en el Instituto Confucio de Girona”. Una tutora le animó a presentars­e al concurso Puente a China, organizado por la embajada del país. Júlia fue a Madrid y lo ganó. Para ella, vivir seis meses en Xiamen, frente a Taiwan, supuso un antes y un después. Partió dejando un hogar distinto al que había vivido: su abuela murió dos semanas antes y sus padres se divorciaro­n. En China forjó buenas amistades

Habla chino, baila danza japonesa y cursa Humanidade­s

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