La Vanguardia

Tommy Orange

Tommy Orange, un nativo norteameri­cano, sorprende al mundo literario con su novela ‘Ni aquí ni allí’

- XAVI AYÉN Barcelona

ESCRITOR

Este estadounid­ense –mitad cheyene, mitad arapajó– ha causado sensación con su debut literario, Ni aquí ni allí, una novela que refleja la vida de doce nativos americanos que deciden acudir al powpow de Oakland.

El presidente de los Estados Unidos Theodore Roosevelt afirmó, como republican­o moderado que era: “No me atrevería a decir que los únicos indios buenos son los indios muertos, pero sí nueve de cada diez, y preferiría no tener que investigar muy detenidame­nte el décimo caso”. El mito nacional de Estados Unidos se construyó contra ellos, los nativos del lugar, exterminad­os, expoliados y confinados en reservas. Sin embargo, el tiempo pasa y, hoy, uno de sus descendien­tes, el california­no Tommy Orange, los ha incorporad­o con honores a la narrativa contemporá­nea en la novela Ni aquí ni allí (Alianza), saludada como “la revelación del año” por la mismísima Margaret Atwood.

Como una especie de Vidas cruzadas, Orange narra las historias actuales de doce nativos americanos que acuden, por diferentes razones, al gran powpow de Oakland, la mayor celebració­n de pueblos indígenas. Hay de todo: uno estudia un posgrado en la universida­d, otro tiene el sindro –síndrome de alcoholism­o fetal– porque su madre bebía durante el embarazo, uno es adicto a las apuestas, hay una madre bipolar... “Todos tienen algo de mí –admite, por teléfono, Orange, desde Angels Camp, el pueblecito en las montañas donde vive–, tal vez más el decano, que impulsa un proyecto para que la comunidad cuente sus historias, eso es exactament­e lo que yo intenté hacer en la universida­d durante dos años pero no lo conseguí. Tengo la sensación de que conozco a mis personajes, son gente que he visto, tienen problemas no muy diferentes de los de los blancos, con el obstáculo adicional de esa historia colectiva que no han podido compartir, van a la escuela y los profesores les enseñan un relato escrito contra ellos, pero luego también sufren según su clase social, el género...”. Él no habla, como han hecho algunos críticos, de “épica cotidiana” pero deja claro que “no soy pesimista, dejo espacio para la esperanza, es gente decidida a ir hacia delante”.

“Había una cabeza india en la carta de ajuste de todos los televisore­s del país –cuenta–, eso fue así hasta finales de los 70. Es una imagen muy literaria, el símbolo de un largo historial de exterminio y robo. Los blancos arrancaban las cabelleras a los indios y, como recuerdo, prueba para la recompensa o como signo de humillació­n, las cabezas indias se metían en botes, se ensartaban en picas, eran banderas izadas... como aquella carta de ajuste”.

El autor –medio cheyene, medio arapajó– no utiliza ningún tópico al uso. Sus personajes se mueven en un mundo tecnológic­o, con internet, parabólica­s y hasta impresoras 3-D, más lejos que cerca de las reservas. “Mi idea era reflejar la multiplici­dad de las vidas de estos personajes. Yo no crecí en una comunidad nativa, pero trabajé en ellas y me sorprendie­ron las historias que escuché, quise construir un relato coral con todas esas voces, eso fue lo que me decidió a ser escritor y a matricular­me en un posgrado de creación literaria. No tenía modelos. Hay varios ensayos sobre lo que significa ser indio en la América del siglo XXI, pero no novelas, todas se centran en episodios históricos, solo se ha novelado el pasado, no nos vemos reflejados en la literatura, el cine ni el arte”. La realidad es que “muchos somos urbanos, ya hemos nacido en ciudades, hijos y nietos del éxodo masivo que se dio en los años 50 y 60. Al principio nos llamaban indios de acera, refugiados sin cultura. Pero somos lo que nuestros antepasado­s hicieron, incluso los recuerdos que no recordamos, toda la sangre de las balas que nos dispararon. La tierra se desplazó con nosotros: conocemos las calles de Oakland mejor que el bosque, el sonido de las autovías mejor que el de los ríos y el olor a gasolina en vez del de las tuyas gigantes”. La novela es “sobre el sentido de pertenenci­a, por eso es también la historia entre un padre y su hijo”.

Influencia­do por autores como Bolaño, Marías o Baldwin, la estructura de Ni aquí ni allí es como de cuentos cortos que confluyen. “De Bolaño tomo su energía de poeta, el punto de vista oscilante entre la novela criminal y la poesía, ver los aspectos oscuros con luminosida­d”.

Orange no habla cheyene ni ninguna otra lengua nativa. Trabaja en una continuaci­ón del libro con “algunos personajes retomados”. Y se proyecta una serie para HBO.

“Somos urbanos, ya hemos nacido en ciudades, nos llamaban indios de acera, refugiados sin cultura”

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STEPHAN GLADIEU / GETTY Un matrimonio cheyene, junto al vehículo, con sus dos hijas, en la reserva de Standing Rock, en Dakota (EE.UU)
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ALIANZA Tommy Orange

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