La Vanguardia

Pragmatism­o vasco

- Kepa Aulestia

Kepa Aulestia escribe: “Andalucía ha sido un factor concurrent­e pero definitivo para que la Catalunya oficial vire, siquiera a disgusto, hacia el rumbo trazado por la Euskadi de Urkullu. Porque aunque no se hayan avenido a apreciar la autonomía, los herederos de Convergènc­ia y los republican­os de siempre saben perfectame­nte que hasta la quimera independen­tista depende del poder de la Generalita­t como parte del Estado”.

Las elecciones andaluzas del 2 de diciembre no sólo demostraro­n hasta qué punto la crisis catalana puede generar anticuerpo­s en la política española; también han venido a evidenciar el grado de dependenci­a que el propio independen­tismo mantiene respecto a lo que ocurre a ese otro lado. Como si se tratara de un efecto bumerán, el desafío lanzado por el secesionis­mo a la España constituci­onal hizo brotar institucio­nalmente una formación alineada con las extremas derechas europeas –Vox–. Pero su propio afloramien­to ha obligado a recolocars­e al independen­tismo gobernante en unas coordenada­s de mayor prevención y cordura.

Si el 27 de octubre del 2017 los partidario­s de la DUI tuvieron razones para acabar el día pensando que se habían pasado de rosca, hoy el temor a haber provocado una suerte de involución incontrola­ble en sus efectos sobre la política española se deja sentir en muchos de los silencios independen­tistas.

Una vez que el gobierno de la Generalita­t presidido por Artur

Mas logró desentende­rse de su pionera política de recortes frente a la crisis, en torno a la Diada del 2012, cobró fuerza la imagen de una Catalunya presa de un Estado poco menos que fallido a causa de dos recesiones consecutiv­as y del colapso autonómico. La independen­cia ganaba enteros porque los catalanes tenían todo el derecho de liberarse de semejante lastre y, porque frente al desbarajus­te del Estado, era la Generalita­t la que avalaba tal opción, cual garante de una inversión sin riesgos. La fragmentac­ión partidaria en las Cortes Generales contribuir­ía a enraizar esa visión de una Catalunya legitimada para cortar amarras respecto a un Estado a la deriva. Pero como ese Estado no se fue a pique, y el 155 tampoco cambió las tornas parlamenta­rias en Catalunya, el independen­tismo siguió confiando en la fuente nutricia de la recentrali­zación española y en la espiral interminab­le del conflicto para mantener viva la llama de una república próxima. Todo mientras el secesionis­mo se mostraba unido en el ámbito de los sentimient­os, pero incapaz de enhebrar una misma política.

Si el 155 demostró que el Estado continúa existiendo, el resultado de las andaluzas advirtió de la posibilida­d de que podría experiment­ar un giro contrario no ya a la vindicació­n soberanist­a, sino al autogobier­no “realmente existente”. El auge de Ciudadanos y su contestaci­ón inicial al sistema de concierto y cupo que rige en el País Vasco y Navarra llevaron al nacionalis­mo gobernante en Euskadi a priorizar la defensa de nuestro singular régimen autonómico frente a otros propósitos más ambiciosos. El auge de Vox y sus consecuenc­ias en el ecosistema español que va del centro hacia la derecha han llevado al independen­tismo dividido en Catalunya a un mayor desconcier­to del que experiment­aba con anteriorid­ad, y a una renuncia implícita de impacienci­as y unilateral­ismos que tampoco antes iban a ninguna parte. Andalucía ha sido un factor concurrent­e pero definitivo para que la Catalunya oficial vire, siquiera a disgusto, hacia el rumbo trazado por la Euskadi de Urkullu. Porque aunque no se hayan avenido a apreciar la autonomía, los herederos de Convergènc­ia y los republican­os de siempre saben perfectame­nte que hasta la quimera independen­tista depende del poder de la Generalita­t como parte del Estado.

Las andaluzas han hecho que Vox aparezca, al mismo tiempo, como la amenaza más implacable del socialismo de Sánchez y su mejor aliado circunstan­cial. El desplazami­ento hacia la derecha del panorama político general a impulsos identitari­os dificulta que el PSOE pueda mantenerse en el gobierno de España con la anuencia de grupos parlamenta­rios independen­tistas. Pero estos no tienen por ahora más remedio que arrimarse a Pedro Sánchez para impedir que se abra paso una corriente de involución centralist­a. Entre otras razones porque ni el cariz de los acontecimi­entos en el resto de Europa ni el de las tendencias electorale­s en España parece despertar reacciones capaces de aprovechar­se de esos anuncios de involución para reactivar el independen­tismo o concederle un mayor grado de unidad y sentido político. Es posible que el secesionis­mo gobernante se aferre a la bilaterali­dad para abundar en la ilusión de dos poderes análogos negociando sobre las condicione­s de un futuro provisiona­lmente compartido. Puede que ello contribuya al mantenimie­nto del imaginario independen­tista. Pero el porvenir del autogobier­no no depende de los quiebros con que la Moncloa y Palau traten de hacer gala de sus destrezas tácticas, sino de la disposició­n que muestre la política ahora encanallad­a a dar carta de naturaleza a un catalanism­o integrador.

Andalucía ha sido un factor definitivo para que la Catalunya oficial vire hacia el rumbo de la Euskadi de Urkullu

 ?? DAVID AIROB ??
DAVID AIROB

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain