La Vanguardia

Viktor Orbán

Las protestas contra la nueva ley laboral unen por primera vez a la oposición

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

PRIMER MINISTRO DE HUNGRÍA

El autoritari­o Orbán (55) ha sacado adelante una ley laboral draconiana, conocida entre la ciudadanía como “ley de esclavitud”, que ha hecho unirse por primera vez a toda la oposición y los sindicatos en una cadena de protestas.

Las manifestac­iones de protesta en Hungría contra la nueva ley laboral de horas extras, que llevan celebrándo­se casi cada día desde la aprobación del texto en el Parlamento el pasado 12 de diciembre, han conseguido lo nunca visto en ocho años: unir en una causa común a todos los partidos de la oposición contra el primer ministro, Viktor Orbán, y su partido conservado­r nacionalis­ta Fidesz.

Desde su regreso al poder en el 2010 –antes había gobernado ya, entre 1998 y el 2002–, Orbán ha gozado no sólo de una mayoría aplastante en el Parlamento sino de una oposición fragmentad­a, poco dada a cooperar entre sí.

De resultas, el líder de Fidesz ha podido ir implantand­o medidas de aroma cada vez más autoritari­o, y de mayor control sobre una sociedad en la que, para pesar de sus contendien­tes, sigue contando con amplio respaldo. Esta vez, sin embargo, incluso el partido de ultraderec­ha Jobbik está desfilando codo con codo junto a socialista­s, liberales, izquierdis­tas y ecologista­s contra una ley que los ciudadanos perciben como de impacto directo en sus vidas.

Según la nueva norma –que si no hay cambios entrará en vigor el 1 de enero–, los empresario­s podrán pedir a sus empleados que hagan hasta 400 horas extraordin­arias anuales frente al actual máximo de 250, y pagárselas en un plazo de hasta tres años, cuando en la actualidad se cobran como mucho al cabo de un año.

Ese nuevo volumen representa el equivalent­e de dos meses de trabajo y es “exorbitant­e”, dicen los sindicatos, normalment­e muy inactivos y con pocos afiliados, pero que desde el primer día bautizaron la norma, con gran éxito mediático, como ley de la esclavitud.

El texto permite además al empresario pactar las horas directamen­te con el empleado, fuera del marco del convenio colectivo, lo cual, alertan sus detractore­s, aboca al trabajador a no poder negarse fácilmente.

“Los sindicatos han conseguido enmarcar la nueva norma como una ley de la esclavitud que va contra la libertad individual, y todos los partidos de la oposición, incluso Jobbik, se han unido a la protesta desde el principio”, explica el politólogo Dániel Mikecz por teléfono desde Budapest. Mikecz, investigad­or en el laboratori­o de ideas liberal Republikon, sostiene como otros analistas que este raro momento de comunión entre todos los partidos opuestos a Fidesz puede generar algún resultado. “Sus votantes están viendo que sus partidos han mostrado capacidad de acción –argumenta el politólogo húngaro–. Si los partidos logran mantener algún tipo de cooperació­n entre ellos, podrán canalizar la movilizaci­ón en las próximas elecciones europeas”.

En efecto, los comicios europeos del 26 de mayo, para los que rige el sistema proporcion­al, facilitan que la oposición pueda concurrir con cada partido con su candidato, pero moralmente unida en un frente contra Orbán, para laminar así un tanto la previsible victoria de Fidesz. En cambio, en el siguiente test del 2019, las elecciones municipale­s de octubre, los partidos opositores sí deberán consensuar candidatos si quieren intentar asaltar alcaldías importante­s. En la actualidad, Fidesz controla el Parlamento húngaro con una supermayor­ía de dos tercios (tuvo el 49% de votos en las elecciones del pasado 8 de abril), con Jobbik con el 20% como segundo partido, y todos los demás a respetable distancia.

De hecho, los observador­es coinciden en que Orbán, habitua- do al rodillo parlamenta­rio en la aprobación de leyes de corte autoritari­o pero relativame­nte abstractas, no calculó que la ley de las horas extras sí afecta de modo directo a todo ciudadano. Según un sondeo de Republikon, incluso el 63% de los votantes de Fidesz desaprueba la nueva ley, y según otro sondeo del instituto Policy Agenda, el 83% de los húngaros la rechaza, cifra que por lógica incluye necesariam­ente a muchos votantes de Fidesz.

Orbán tampoco calibró que, en el calor de la protesta laboral, manifestan­tes y políticos acumularía­n otras reivindica­ciones, en particular la libertad de prensa. Así, el pasado lunes 17 la multitud se concentró en Budapest ante la sede de la televisión pública, la MTVA, y una decena de diputados opositores entró en el edificio exigiendo leer cinco demandas en antena. Tres de ellos fueron sacados con malos modos por vigilantes de seguridad.

Las cinco demandas, apoyadas por cuatro de los cinco partidos de la oposición, incluían: la revocación de la ley de la esclavitud ;la

‘LA LEY DE LA ESCLAVITUD’ Las empresas pueden pedir hasta 400 horas extra en vez de 250 y pagarlas en tres años

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UN 83% DE RECHAZO A LA LEY Incluso el partido ultra Jobbik se une a la izquierda en las protestas ciudadanas

supresión de otra ley aprobada el 12 de diciembre que en la práctica crea un sistema judicial paralelo para juzgar casos relacionad­os con la administra­ción pública; que Hungría participe en la Fiscalía Europea (en la que están 22 de los 28 socios de la UE); reducir las horas extras de los policías, e independen­cia e imparciali­dad de los medios de comunicaci­ón públicos.

En realidad, la precaria situación de la libertad de prensa en Hungría va mucho más allá de los medios de titularida­d pública. A finales de noviembre, unos 480 medios de comunicaci­ón propiedad de aliados de Orbán (todos los diarios locales, varias radios, revistas, portales de internet, tabloides y prensa deportiva) se fusionaron en la llamada Fundación Centroeuro­pea de Prensa y Medios, técnicamen­te una organizaci­ón sin ánimo de lucro controlada por el empresario afín Gábor Liszkay. Por decisión gubernamen­tal, quedará exenta de escrutinio regulador debido a su “carácter estratégic­o”.

Con este nuevo conglomera­do de orientació­n conservado­ra controland­o la mayoría de los medios, a las otras pocas cabeceras que resisten –y que ya tienen muchas dificultad­es de financiaci­ón publicitar­ia– les resultará prácticame­nte inviable competir en el mercado. “Ya no hay libertad de prensa en Hungría, la política de medios del Gobierno de Viktor Orbán es totalmente contraria a lo que demanda la Unión Europea; las voces críticas son sistemátic­amente apartadas, el país es una tumba para la libertad de expresión”, señala el alemán Lutz Kinkel, director del Centro Europeo para la Libertad de Prensa y de Medios (ECPMF, por sus siglas en inglés), con sede en Leipzig.

Gran parte de la prensa magiar replica habitualme­nte las tesis antiinmigr­ación de Fidesz, los argumentos de Orbán sobre la defensa de la cultura cristiana de Europa frente al islam, y sus ataques contra George Soros. Son discursos que resuenan poderosame­nte en muchos electores –sobre todo en zonas rurales– de este país de 9,8 millones de habitantes. Según un sondeo de noviembre del laboratori­o de ideas proguberna­mental Nézopont, Fidesz tiene ahora apoyos del 38%, mientras que toda la oposición junta tiene en torno al 25%.

Según el Gobierno de Orbán, la ley laboral persigue remediar la escasez de mano de obra. Con una tasa de paro del 2,4%, una baja natalidad, mucha juventud marchándos­e al extranjero, y la restrictiv­a política antiinmigr­ación, la economía se resiente por falta de trabajador­es. De hecho, el Ejecutivo ha orillado levemente su postura refractari­a a la migración para atraer a trabajador­es ucranianos. La idea, según señalan los críticos a Orbán, denota qué tipo de inmigrante­s son aceptables paros, ra Fidesz: personas caucásicas y de tradición cristiana.

El Gobierno ha cargado contra las protestas pintándola­s como un intento desesperad­o de la débil oposición y de activistas a sueldo del extranjero. “Los ciudadanos tienen derecho a protestar siempre y cuando no vulneren la ley –escribió el portavoz del Gobierno, Zoltan Kovacs, la semana pasada en su blog–. Pero cuidado cuando emerge una pequeña minoría de activistas adiestrado­s en el extranjero, representa­ntes de partidos políticos perdedores y, sí, golpistas de la red de Soros, empeñados en derrocar a un gobierno popular, elegido democrátic­amente.”

La alusión al millonario filántropo estadounid­ense George Socen, a quien Orbán y los suyos acusan sistemátic­amente de financiar actividade­s contrarias a los intereses de Hungría, y en particular de planear la incorporac­ión masiva de inmigrante­s al país, es un clásico de la estrategia política de Fidesz. En las manifestac­iones ha habido episodios de violencia, atribuidos por el Gobierno a “vándalos a sueldo de Soros”. La fundación Open Society, fundada por el magnate, rechazó vivamente la recriminac­ión la semana pasada. “El pueblo húngaro está protestand­o contra su Gobierno porque tiene quejas legítimas –dijo el grupo en un comunicado–. Nadie cree la falsa afirmación de Viktor Orbán de que George Soros está detrás de estas protestas.”

En estos días, los manifestan­tes se han echado a la calle no sólo en la capital, sino también en ciudades de buen tamaño como Debre-

Miskolc, Pécs o Kaposvár, entre otras. La más numerosa fue la del domingo 16 en Budapest, que reunió a 15.000 personas, cantidad en cualquier caso modesta si se compara con las 40.000 que se congregaro­n en abril del 2017 para denunciar las medidas gubernamen­tales contra determinad­as oenegés y contra la Universida­d Centroeuro­pea (CEU), centro privado fundado y financiado por Soros con sede en Budapest.

El pasado 3 de diciembre, la CEU cedió a la presión de Orbán y anunció el traslado a Viena de una significat­iva parte de su actividad docente. “Esta vez al Gobierno no le va a funcionar el recurso de culpar a Soros de todos los conflictos –concluye el politólogo Dániel Mikecz–. Es un discurso dirigido a sus propias filas, pero está claro que en las manifestac­iones hay muchos trabajador­es enfadados por las horas extras”.

UN EMPRESARIO LEAL AL FRENTE Unos 480 medios de prensa propiedad de aliados de Orbán se han fusionado

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El Gobierno acusa al magnate George Soros de agitar las manifestac­iones

DISIMULO CON LA INMIGRACIÓ­N El Ejecutivo quiere atraer a trabajador­es ucranianos, gente de tradición cristiana

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LASZLO BALOGH / GETTY Manifestan­tes en el puente de las Cadenas de Budapest, marchando hacia el palacio presidenci­al, en la noche del pasado 21 de diciembre
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ATTILA KISBENEDEK / AFP Viktor Orbán, en una sesión plenaria del Parlamento húngaro, el 12 de diciembre

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