La Vanguardia

El retorno de la moqueta

- Quim Monzó

En las ciudades donde en esta época del año las temperatur­as son muy bajas y hiela con facilidad no hace falta instalar pistas de hielo como hacemos por ejemplo en Barcelona. Últimament­e –en la de L’Illa Diagonal, por ejemplo– veo que lo hacen ayudándose con unas figuras de pingüino que permiten agarrarse y mantener la estabilida­d. Cuando en los años 1974 y 1975 un servidor iba a la pista de hielo del FC Barcelona, este tipo de artilugios no existían y, si eras inexperto y no querías darte un trompazo, la única sujeción posible era la de la barandilla que delimitaba la pista, cosa que los que realmente sabían patinar agradecían porque, así, podían disfrutar del centro de la pista sin el fastidio de los tarugos.

En las ciudades donde hiela con facilidad, la gente no aprecia la posibilida­d de resbalar gratis y caer. Este diciembre, por tercer año consecutiv­o el Ayuntamien­to de Ripoll ha instalado, por toda la ciudad, ocho contenedor­es de potasa de 500 kilos de capacidad cada uno, para que los ciudadanos que necesiten cojan. No es que la brigada municipal no esparza sal por las vías públicas. Lo hace, pero algunos vecinos necesitan para ponerla

En las ciudades donde hiela con facilidad, la gente no aprecia la posibilida­d de resbalar gratis y caer

allí donde la brigada no llega: frente a la puerta de casa, por ejemplo.

En Olot intentaron solucionar­lo de otra forma. En la plaza del Mig, donde es habitual que la gente resbale cuando hiela, pusieron un “suelo homologado” que evita los patinazos. Pero el resultado no ha sido el que esperaban. En el Diari de Girona, el alcalde, Josep Maria Corominas, explica que, a pesar del suelo homologado, hay gente que resbala: “Lo que no tenía que pasar ha pasado. Cuando tuvo lugar el primer resbalón, avisamos al arquitecto y a la empresa instalador­a, que se lo miraran”. La empresa insiste en asegurar que se trata de un suelo antidesliz­ante, adecuado para la pendiente que hay. Pero la gente resbala y se cae. De momento han puesto una moqueta, grande como todo el centro de la plaza. El alcalde dice que se trata de una solución de emergencia mientras encuentran como acabar definitiva­mente con el problema. Ahora contratará­n a una empresa especializ­ada en auditorías para que analice el suelo, a ver qué se puede hacer. No sé si puede servirles de algo, pero sepan que, en los años setenta, en las calles de Estocolmo pusieron tubos de calefacció­n bajo el asfalto, de manera que la nieve se deshacía enseguida y no se formaban placas de hielo.

Ya no esperaba yo ver el retorno de la moqueta, esa cubierta de tela gruesa que se pega sobre el suelo y que estuvo muy de moda durante los años setenta y ochenta. No había casa u oficina a la que fueras y no tuviese moqueta, a menudo tapando un bellísimo pavimento hidráulico. Ahora la moqueta ha casi desapareci­do, sustituida por el atroz parquet flotante que parece casi obligatori­o. Pero las moquetas eran mucho mejores para los revolcones. Sobre todo en las oficinas, a falta de un colchón. Durante la efusión lúbrica la moqueta ofrecía un cierto grosor esponjoso, aunque si te pasabas muchas horas dale que te pego acababas con el coxis y las rodillas hechas añicos.

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