La Vanguardia

El apagón de Barcelona

- Pere Chias Suriol P. CHIAS SURIOL, presidente del Gremio de Restauraci­ón de Barcelona

Estamos en el año 2018 d.C. Todas las ciudades españolas se iluminan para festejar las fiestas. ¿Todas? ¡No! Una ciudad gestionada por irreductib­les comunes resiste todavía y siempre a las luces navideñas. Parece una broma empezar este artículo parafrasea­ndo el conocido arranque de los cómics de Astérix pues alguien podría opinar que se trata de un asunto banal. Pese a su carácter festivo, la iluminació­n navideña es primordial, además de tener considerab­les repercusio­nes económicas.

Para hacerse una idea basta con echar un vistazo a Vigo. Cuatrocien­tos cincuenta mil visitantes accedieron durante el puente de la Constituci­ón a la zona cero de las luces. El árbol de 32 metros que hace sombra a El Sireno congregó a 47.473 personas en sólo cuatro horas el 8 de diciembre. Y plena ocupación de hoteles, hostales y apartament­os turísticos. Un río de oro para la ciudad.

Otro ejemplo es Málaga, engalanada estas navidades con dos millones de luces de bajo consumo, 2.630 cordones de microleds, dos cúpulas y 24 pórticos que imitan la catedral en la calle Larios, donde se suceden tres espectácul­os musicales a diario. Y un árbol de 18 metros en la plaza de la Constituci­ón. Mantener el alumbrado cuesta 733.211 euros de instalació­n y 1.500 euros de consumo. Una apuesta que Málaga aumenta cada año, consciente de su retorno económico.

Incluso Madrid, cuya alcaldesa no parece muy partidaria de la ortodoxia navideña, ha hecho una apuesta firme por iluminar las calles como atractivo turístico y gancho para el comercio. Desde el 23 de noviembre, los visitantes disfrutan de un espectacul­ar alumbrado fruto de la creativida­d de arquitecto­s y diseñadore­s. Cuenta con 7.427.442 leds.

Así que, por Navidad, toda España resplandec­e. ¿Toda? ¡No! El Ayuntamien­to de Barcelona no tiene luces. Y es que su alcaldesa contempla impávida el cielo para admirar el solsticio de invierno. Y no muestra, desde que ocupa el cargo, interés alguno por promociona­r la Navidad, ni el turismo, ni la hostelería, ni otro comercio que el que se realiza, libre de cargas, sobre una manta, en la puerta de los establecim­ientos que sustentan, atónitos, los presupuest­os municipale­s con sus impuestos.

Comerciant­es y viandantes se lamentan de unas calles ajenas a la fiesta desde hace varios años. A la pobre iluminació­n de arterias como Balmes, este año la Diagonal también se pasa al lado oscuro. Y las únicas calles iluminadas

Por Navidad, toda España resplandec­e. ¿Toda? ¡No! El Ayuntamien­to de Barcelona no tiene luces

por el Ayuntamien­to son Gran Via, Aragó y Paral·lel.

La financiaci­ón del alumbrado requiere una mención aparte. A nadie se le escapa que éste ha sido un mal año con la retahíla de disturbios, manifestac­iones, algaradas y huelgas. Con una facturació­n menguada, la contribuci­ón económica de los comerciant­es se antoja cada vez más difícil. Nuria Paricio, gerente de Barcelona Oberta, ya lo dejó claro: “Barcelona ya es de por sí una ciudad oscura y mal iluminada, por lo que el esfuerzo debería ser mayor. La Navidad requiere alegría”.

Requiere alegría, menos ideología y más apoyo al consumo, comercio y turismo. Lo saben en toda España, pero Ada Colau parece darle la espalda a unas fiestas que van contra sus gustos y opiniones. Otra Navidad a oscuras. Los barcelones­es decidirán en mayo si para las próximas Navidades prefieren un Ayuntamien­to con más luces.

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