La Vanguardia

Resurrecci­ón en Belén

El Bethlehem Steel FC ganó cinco ligas y dominó el fútbol de EE.UU. hasta su desaparici­ón en 1930. Ahora es el filial del Filadelfia

- Rafael Ramos

Si Donald Trump ganó las elecciones norteameri­canas hace dos años con un penalti polémico (al fin y al cabo más gente votó a Hillary Clinton), bien podría decirse que el árbitro fue Belén (Pennsylvan­ia) y otras ciudades postindust­riales semejantes del medio oeste norteameri­cano, de cuyos altos hornos sólo quedan las chimeneas góticas y los icónicos cascarones, pero donde ya no se produce ni una gota de acero.

Bethlehem (Belén), nombrada en honor a la localidad de Cisjordani­a donde según la religión católica nació Jesús en un pesebre por los misioneros moravos del siglo XVIII, sabe de fútbol y de penaltis, justos e injustos. Hace cien años su equipo de soccer, el Bethlehem Steel FC –integrado en buena parte por inmigrante­s irlandeses, escoceses y galeses– era el mejor de los Estados Unidos y fue el ganador de cinco ligas.

Un ejecutivo británico de la fábrica de acero, Horace Grant, dio a un pequeño equipo local que ya existía en Bethlehem el nombre de la empresa, los recursos necesarios para prosperar, y fichajes como el del escocés Archie Stark, que entre 1924 y 1929 marcó más de doscientos goles, y rechazó la oportunida­d de ser internacio­nal con los Estados Unidos porque quiso regresar a su país natal para montar un taller mecánico. En cualquier caso, el club desapareci­ó en 1930.

Bethlehem Steel aguantó seis décadas y media más que su equipo de fútbol, pero también cerró en 1995, y con ella desapareci­eron treinta mil puestos de trabajo en una ciudad de 75.000 habitantes que hasta entonces había vivido por y para el acero. Es la misma historia de Allentown, Scranton y tantas otras localidade­s del Le- high Valley, en el este de Pennsylvan­ia y en New Jersey, a orillas de los ríos Ohio, Delaware y Monongahel­a, de donde salió el acero con que se construyer­on los rascacielo­s de Manhattan. los acorazados de la U.S Navy y más de mil barcos de guerra. Hasta que la competenci­a internacio­nal, el aumento de los costes laborales, los avances tecnológic­os en las manufactur­as y la disminució­n de la demanda dejaron a los trabajador­es sin sus sueldos de clase media (y en muchos casos sin sus pensiones, porque quebraron los fondos), y les obligaron a reciclarse en conductore­s de autobús o lo que pudieron. Dos veces votaron los habitantes de Belén a Obama. Pero en el 2016 ayudaron a llevar a Donald Trump a la Casa Blanca.

Pero si en algún lugar es posible la resurrecci­ón, tanto de la ciudad como del equipo, es en Belén. Los viejos altos hornos se han reciclado como un casino y un espacio cultural y artístico, al estilo del Matadero de Madrid. Se habla de que podría volver el acero, pero en una versión mini (que sólo crearía unos cuentos cientos de empleos), no los gigantes integrados y contaminan­tes de antaño, de los que sólo quedan diez en toda Pennsylvan­ia. Para atraer el turismo, la urbe, sacando partido de su nombre, se vende como la “Christmas capital” de los Estados Unidos.Y para justificar­lo, el Ayuntamien­to coloca en estas fechas un árbol en cada poste del alumbrado eléctrico (en total más de cuatrocien­tos), organiza dos mercadillo­s navideños y despliega una gigantesca estrella de aluminio (la original era de madera), iluminada por 250 bombillas, en la ladera de la montaña que se ve desde todas partes, incluida la tribuna del Goodman Stadium.

Bethlehem fue nombrada así el día de Navidad de 1741 por el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf, que era el mecenas de los misioneros moravos (procedente­s de Bohemia y Moravia, en la actual Chequia, la denominaci­ón protestant­e más antigua que existe, seguidores del sacerdote John Hus, quemado en la hoguera a mediados del siglo XV por intentar reformar la iglesia católica) que evangeliza­ron a los indios de la región. La fábrica de acero, que llegó a ser la segunda mayor de todos los Estados Unidos, tomó el nombre de la ciudad (Bethlehem Steel). Y el equipo tomó el nombre de los altos hornos.

La resurrecci­ón es relativa. Dentro de las ciudades posindustr­iales norteameri­canas se encuentra en la primera división, tiene un espíritu innovador que ha atraído empresas del sector financiero, de seguros, educación y sanidad, y en el centro hay tiendas y boutiques en vez de comercios cerrados con puertas y ventanas recubierta­s de cartón. Pero casi nadie se gana la vida como en los tiempos del acero, y la añoranza y el resentimie­nto a lo extranjero hicieron que Bethlehem y todo el valle del Lehigh fueran decisivos a la hora de dar la presidenci­a a Trump, aunque fuese en fuera de juego. El VAR habría anulado el gol, pero en las elecciones de Estados Unidos no lo hay.

Inmigrante­s británicos que trabajaban en los altos hornos dieron vida al equipo a principios del XX

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LISA LAKE / GETTY Aficionado­s al fútbol de Bethlehem siguiendo el Mundial de Brasil a través de una pantalla gigante
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