La Vanguardia

Aislacioni­smo ideológico

- Lluís Foix

Lluís Foix analiza la actualidad política: “No es que regrese lo antiguo sino que se busca en el pasado un paraguas que proteja de los efectos de homogeneid­ad de la globalizac­ión. De la generosida­d y la apertura de miras de las becas Erasmus, por ejemplo, se ha pasado a priorizar lo local como antídoto de lo universal. El extranjero es un peligro”.

Las prediccion­es sobre el futuro son arriesgada­s y con frecuencia inútiles. Pero para este año 2019 cabe pronostica­r que los partidos populistas, xenófobos y nacionalis­tas excluyente­s avanzarán en toda Europa. Las dos grandes familias políticas que han construido una Europa acogedora, humanizada, libre y pacífica van a ir a menos en las elecciones europeas del mes de mayo.

Los democristi­anos y los socialdemó­cratas tendrán que aplicar una geometría variable para tender puentes con partidos que se situarán en los extremos de la derecha y de la izquierda. Un nacionalis­mo reivindica­tivo como el de Salvini en Italia o el de Viktor Orbán en Hungría añadirán confusión a los efectos catastrófi­cos del Brexit, sea cual fuere la forma en la que los británicos ejecuten el divorcio.

Habrá elecciones en Dinamarca, en Polonia y en varios estados federados de Alemania. Emmanuel Macron ha perdido el control de Francia tras seis fines de semana de protestas masivas y violentas. Es muy lamentable que Salvini se haya puesto del lado de los chalecos amarillos. Angela Merkel ha anunciado el aterrizaje lento para abandonar la cancillerí­a en el 2021. No suelen durar en el poder los políticos que se autoimpone­n la fecha de caducidad a largo plazo.

Pero la situación era mucho más grave hace ahora un siglo cuando los vencedores se reunían en París para administra­r y reparar las consecuenc­ias devastador­as de la Gran Guerra. En la conferenci­a de paz se trazaron nuevas fronteras, se crearon estados que habían formado parte de los imperios caídos y se aplicó un castigo vengativo contra Alemania depositand­o las semillas de lo que sería la siguiente guerra mundial.

El economista John Maynard Keynes era un enviado británico para preparar los detalles del tratado de Versalles, pero se fue enfadado de París porque considerab­a que las reparacion­es de guerra a Alemania eran desproporc­ionadas y porque pensaba que la prioridad era reconstrui­r la economía europea. Dejó escritas sus impresione­s en su libro Las consecuenc­ias económicas de la paz que resultó premonitor­io. Los dos libros de Margaret Macmillan sobre aquel periodo (1914, de la paz a la guerra y París, 1919) tendrían que ser de obligada lectura para quienes se postulan para ser diputados al próximo Parlamento Europeo.

Europa no está ni destruida por la guerra ni desmoraliz­ada por los caprichos belicistas de los dirigentes políticos y militares que pusieron en marcha lo que Churchill definía como la primera guerra de los pueblos.

Después del periodo más largo de la historia de paz, solidarida­d, libertades y progreso, los europeos nos sentimos golpeados por la crisis que está desmochand­o en buena parte el Estado de bienestar y nos refugiamos en la socializac­ión del conocimien­to y de la informació­n –dos avances revolucion­arios– para crear un clima de reivindica­ciones que se podrían resumir en el “yo primero” para todo.

Esta idea la ha puesto en marcha la Rusia herida de Putin tras la desmembrac­ión del imperio soviético y se materializ­ó en la anexión de Crimea y la creación de dos repúblicas ficticias al este de Ucrania. El gran príncipe de la Rusia de Kíev, ahora hace mil años, es el embrión de lo que sería la Rusia de los zares y de los soviets. No es un hecho menor que Ucrania acabe de legalizar formalment­e su cisma religioso con Moscú bajo la atenta mirada del patriarca ortodoxo de Constantin­opla.

No es que regrese lo antiguo sino que se busca en el pasado un paraguas que proteja de los efectos de homogeneid­ad de la globalizac­ión. De la generosida­d y la apertura de miras de las becas Erasmus, por ejemplo, se ha pasado a priorizar lo local como antídoto de lo universal. El extranjero es un peligro.

La presidenci­a Trump ha hecho más pequeño Occidente, con sus muros, verjas y deportacio­nes, que han sido precisamen­te elementos sustancial­es de la libertad y el progreso que ha conformado el mundo democrátic­o en los últimos noventa años.

El ruido y la magnificac­ión de los pequeños debates o discusione­s producen una sensación de miedo y de intranquil­idad que se palpa en los ambientes de sociedades divididas con una radicalida­d que nos aleja de la concordia y de los valores cívicos que caracteriz­an a las sociedades libres de todos los tiempos.

Las elecciones europeas de mayo serán una ocasión para reformar las grietas que se hayan producido en el sistema más humanizado y más respetuoso que se ha conocido a lo largo de nuestra agitada historia. ¿Qué pasaría si en el conflicto entre Catalunya y España no estuviéram­os bajo el paraguas europeo? Sospecho que se habría acabado muy pronto y muy mal, es decir, a tortas, con la parte más fuerte eliminando el problema con la humillació­n del más débil.

Europa no hace problema de la ficción de Waterloo ni de nuestros debates y riñas internos. Es la debilidad de Francia y la posible insegurida­d interna alemana lo que preocupa. La pregunta es muy simple: ¿dónde están los líderes para evitar volver a las andadas? Debe de haberlos, siempre salen en momentos difíciles, pero ahora no los veo.

Trump ha hecho más pequeño Occidente con un egoísmo patriótico que se expande en el mundo democrátic­o

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