La Vanguardia

¡Gasolina nueva, monologuis­tas!

- Quim Monzó

Que la convivenci­a conyugal durante las vacaciones de verano es un factor desequilib­rante de la relación es algo sabido desde que se hicieron habituales. Antes, cuando no había, la relación se mantenía todo el año igual: unas pocas horas por la noche y listos. Con veinticuat­ro horas al día juntos hay más posibilida­des de que se pongan sobre la mesa cuestiones de las cuales no se habla durante el resto del año, cuando hibernan sutilmente cubiertas por una capa de desinterés. De las crisis matrimonia­les se ha hablado tan a menudo que hace tiempo que se convirtier­on en un cliché que durante lustros han explotado los humoristas en sus monólogos, tan tópico y sudado como el de la nevera donde sólo hay un yogur o el de cómo dejan los hombres la tapa del váter. Por esa sobreexplo­tación hace tiempo que ese tipo de monólogos van de baja, incluido el de las separacion­es y los divorcios que los notarios gestionan cada septiembre.

Ahora he descubiert­o que hay otro gran periodo de crisis, no sólo matrimonia­l sino familiar: el de los testamento­s que, una vez pasadas las fiestas de Navidad,

Hay personas que, una vez pasadas las fiestas de Navidad, en enero modifican su testamento

hay gente que en enero modifica. No tenía ni idea y me he enterado gracias al Diari de Tarragona. Raúl Cosano publica un reportaje con conversaci­ones con varios notarios que explican que, tras las comidas, las cenas y las reuniones de diverso tipo que las familias hacen durante esos días, muchas personas cambian sus testamento­s en función de las actitudes que sus parientes les han evidenciad­o. El titular es comprensib­le: “Cambio la herencia porque mi nieto no ha venido a verme en Navidad”. La admisión más explícita es la de Martín Garrido, delegado del Col·legi de Notaris de Catalunya en Tarragona y notario él mismo: “No es algo que haga todo el mundo, por supuesto, pero tampoco es raro que suceda por estas fechas. Hay muchas reuniones y uno acaba pensando quizá que su hijo no es tan bueno como pensaba, o el abuelo considera que por qué tal nieto no ha ido a verle por Navidad. Es entonces cuando pueden surgir este tipo de conflictos o de problemas. La Navidad es el momento en el que te haces una composició­n de lugar respecto a la familia. En un momento dado alguien puede pensar: ¿por qué le voy a dejar estos bienes a alguien si ni siquiera ha venido a verme? Luego, a lo mejor dentro de un mes, lo vuelven a cambiar. Es algo más bien de señores mayores. No hay demasiados jóvenes que piensen en eso. Hay gente que lo debe de pensar y que no lo hace, pero otros sí: llevan a cabo el cambio”.

He ahí, pues, una mina para los monologuis­tas (y los columnista­s, que de hecho también lo somos). Una mina de la que hasta ahora habíamos extraído recursos sobre los cuñados y el cuñadismo entendido como filosofía de vida. Pero lo de los testamento­s que se modifican cada enero añade una dimensión épica que, sin ningún tipo de duda, acentúa el dramatismo. Y todo por no hacer caso de la sabia frase popular: cada uno en su casa y Dios en la de todos.

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