La Vanguardia

Emergencia sin ministerio

- Silvia Angulo

La ocupación de pisos se ha convertido en el modo de vida de muchas familias en Barcelona y su área metropolit­ana. Un fenómeno que nació con la crisis económica y que lejos de reducirse va en aumento. Crece el número de personas que no son capaces de hacer frente a un alquiler a un precio razonable, tengan trabajo o no, y que deciden dar la patada a una puerta para buscar cobijo. No es una cuestión fácil de atajar y tiene muchas aristas que enfrentan el derecho de la propiedad –los pisos desocupado­s tienen un dueño– y el derecho a una vivienda digna. Como sucede con todo en la vida, también hay excepcione­s y siempre se pueden encontrar caraduras sin escrúpulos que quieren sacar provecho de estas tragedias e incluso hacen negocio con este drama.

Sin embargo, esta semana diversos sucesos ocurridos con apenas unos días de diferencia han vuelto a sacar a la palestra una emergencia habitacion­al, muchas veces escondida y habitualme­nte circunscri­ta a barrios periférico­s de las grandes ciudades, con graves consecuenc­ias sociales. Unos niños que se quedan encerrados en un piso de Ciutat Meridiana al instalar una plancha antiocupac­iones en la puerta mientras dormían y su madre estaba fuera; el incendio en un bloque del barrio de Sant Roc de Badalona en el que murieron tres personas y una decena resultó herida al producirse una sobrecarga en una vivienda

Los ayuntamien­tos no pueden inhibirse del problema habitacion­al, pero les han dejado solos

ocupada que tenía la luz pinchada y, también, el fuego originado en la Torre del Fang, una finca del Ayuntamien­to de Barcelona donde malvivía un grupo de jóvenes inmigrante­s.

Las administra­ciones locales no pueden inhibirse ante estas situacione­s. A raíz del incendio de Badalona se ha destapado que medio barrio de Sant Roc está en la misma situación que el bloque afectado por el incendio: pisos ocupados y con el agua y la luz conectadas de forma ilegal. No vale aducir desconocim­iento de las circunstan­cias en las que viven sus vecinos o ventilar las culpas a otros. Los ayuntamien­tos tienen una parte de responsabi­lidad y su obligación es dar respuesta a las emergencia­s, aunque no pueden hacerlo únicamente por su cuenta. Necesitan ayuda económica. Es cierto que no dan abasto, que les han dejado solos, en primera línea, sin partidas decentes para abordar esta problema, que la Generalita­t ha frenado la construcci­ón de vivienda protegida y que el Estado ha recortado en un 70% sus presupuest­os para abordar esta cuestión. Y así todo es más difícil, más aún tras la supresión del Ministerio de Vivienda, en el 2010, en un momento en el que el país sufría una de sus peores crisis habitacion­ales. Desde entonces, los ritmos de inversión no se han recuperado en un contexto de subida de precios de la vivienda libre y de alquiler y con la lacra de los desahucios que, lejos de erradicars­e, continúa. Problemas que no disponen de un ministerio exclusivo y que no se solucionan sólo colocando planchas antiocupac­iones. Hace falta comprobar quiénes son y cómo viven los que están dentro.

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