El alma del Negresco
En la fachada belle époque del hotel Negresco, símbolo mundial de Niza, la bandera a media asta informa que, en el quinto piso, en un apartamento más vasto que la mayor de las lujosas suites del hotel, ha muerto Madame .Es decir Jeanne Augier –el 26 de marzo hubiera celebrado sus 96 años–, legendaria propietaria del hotel que junto al Sacher de Viena, el Ritz de París o el Astoria de Bruselas, fue durante buena parte del siglo XX alojamiento de celebridades y millonarios.
Pero el Negresco es más: sus fachadas belle époque y techos, dos de sus salones, su cristalera, son monumento histórico. Y el hotel, “patrimonio del siglo XX” desde el 2001, fue clasificado en el 2015 “empresa del patrimonio vivo”.
Jeanne nació y se crio en Bretaña, donde su padre, Jean-Baptiste Menage, era charcutero. Emigran a Niza, y Menage se hace rico como promotor inmobiliario. Jeanne tiene 34 años y acaba de casarse con el abogado y político Paul Augier, en 1957, cuando su padre compra el Negresco. No por el hotel: era el único edificio con gran ascensor, y su esposa estaba en silla de ruedas. Los Augier invertirán vida y fortuna en lo que será hotel de lujo y museo.
Guiada por su gusto, sin ningún a priori de estilos o firmas, Jeanne compra más de seis mil obras de arte. En el Negresco hay tapices de los Gobelinos, esculturas de Nikki de Saint Phalle, muebles de época, telas de Vasarely, un cartel de René Gruau (el hotel posee la mayor colección privada) y hasta uno de los tres retratos de Luis XIV, de pie, por Hyacinthe Rigaud (los dos otros están en el Louvre y Versalles).
Augier arrancó a un castillo de Dordoña la chimenea monumental. Y el cielo raso a otro, de Saboya. Se puso kitsch con su carrusel Pompadour (angelotes, caballos de madera), bromista con toilettes para hombres inspirados en tiendas de campaña napoleónicas. Y vistió al personal a la moda del XVIII.
Esas dotes de hotelera/interiorista/conservadora le valieron extras: consejera del Intourist soviético, a petición de Kruschev, o supervisora en 1965 del primer gran hotel de Irán, encargo del sha y del general De Gaulle.
El Negresco la inspiró, con la cúpula del Salon Royal, suelo de mármol de Carrara y araña de Baccarat con 16.800 cristales, destinada al zar, quien nunca la recibió por culpa de los soviets. Si un madrileño siente un déjà vu ,no yerra: Édouard Jean Niermans, constructor del Negresco en 1912, se había hecho los dientes dos años atrás con el Palace de Madrid y su famosa rotonda.
Henri Negrescu, rumano, cocinero y mayordomo de Rockefeller y Vanderbilt, director del casino de Niza, compró una parcela de 6.500 m2 frente al Mediterráneo y a base de préstamos inauguró el hotel a su nombre en 1913. Mal momento: al año siguiente, la guerra terminó con la belle époque y el hotel, requisado como hospital, con su dinero. Tras malvenderlo, Negrescu murió en 1920, en París, con 52 años y en la miseria.
Augier, en cambio, sola al frente del hotel desde 1995, cuando murió su marido, hasta el 2013, cuando la pusieron bajo tutela, deja una considerable fortuna. El hotel, sin contar sus obras de arte, vale más de 600 millones.
(En el 2012, Augier mostró al cronista un e-mail en el que Bill Gates le proponía poner una cifra en el cheque en blanco, firmado, que le enviara. Y “cuando el sultán de Brunéi, buen cliente, me pidió comprar el hotel, le respondí que no era suficientemente rico”.)
Ahora empieza la batalla sucesoria. Desde el 15 de marzo del 2013 el hotel está bajo administración judicial. Sobresalto a finales del 2017: el fiscal de Niza decide suspender la administración judicial para que el hotel sea vendido. El personal sospecha que se ha entendido con un comprador, y lo ratifica la justicia, que el 20 de diciembre pasado registra despacho y domicilio del fiscal.
Augier dejó todo bien atado. El 17 de abril del 2009 el Negresco y la fortuna de la señora integraron el fondo de dotación Menage-Augier-Negresco, “enfocado en la defensa de los animales (la obra de su vida, en gran parte codo con codo con su amiga Brigitte Bardot), ayuda a minusválidos y preservación cultural de Francia, incluida la salvaguarda del hotel y de sus colecciones”.
Es decir que en ese Negresco sin piscina ni spa, pero que admite animales y en el que Dalí se paseaba con su guepardo, Lili y Lilou, los fox terriers, y Carmen, la gata de Jeanne Augier, con sillón reservado en el bar, son ahora los patrones.