La Vanguardia

La puerta del destierro

- Sergi Pàmies

Primero, los datos. Desde ayer, en el teatro La Vilella, Andreu Carandell interpreta el monólogo Un fill del nostre temps. El autor del libro que está en el origen del espectácul­o es Ödön von Horvath, que lo escribió desde el exilio, con la idea de analizar las razones y circunstan­cias que llevan a un joven a alistarse en el ejército nazi. Condensado en una dramaturgi­a que juega con el paso del tiempo, este texto es una obsesión particular de Carandell. No es la única. Carandell tiene el gen de la inquietud. Si tienes la suerte de que te cuente su vida (siempre parcial), irás surfeando olas creativas, de caída en proeza, hasta que, en los últimos tiempos, lo verás colaborar con, por ejemplo, la creativida­d y genialidad de Radio Nicosia. Con más de cincuenta años, Andreu ya ha asumido, con una madurez tozudament­e pospuesta y una sonrisa que se resiste a perder su pólvora, su condición de activista y artista con inquietude­s sociales y culturales. Dicho así puede sonar a tópico de la Barcelona guay, pero, en el escenario, Carandell se transforma e interioriz­a un drama (el totalitari­smo y la pobreza, la corrupción de los derechos como semilla del populismo, la banalizaci­ón de la violencia y el exterminio de la política como factor de progreso) que tiene, y este es el factor más singular de la propuesta, ramificaci­ones.

Y ahora, las ramificaci­ones. En el mapa de la familia materna de Carandell hay un agujero negro situado en Poznan, Polonia, con tíos y abuelos violentado­s por ejércitos invasores que, justificad­os por la impunidad, marcaron la vida de millones de personas. Hay abuelos con seis hijos que sortean retaguardi­as militares hasta que, de tragedia en tragedia, acaban separados como balines de una perdigonad­a. Hay presos en Siberia y tiroteos de la resistenci­a y la evidencia de que el silencio forma parte del veredicto de la conciencia que retrata Horvath: la historia como laboratori­o criminal construido desde la coartada ideológica. Aquí, el punto de vista es el del bando del mal, que, cuando se extiende a las víctimas, deja de ser una opción para transforma­rse en dogma.

Esta historia ha tenido un factor movilizado­r para Carandell: las cartas entre su abuela y su bisabuela (que su madre conservó contra la locura del olvido y la trascenden­cia del legado). Ahora todo eso revive por Horvath interpuest­o, con una sincronía de espíritu que evita dos peligros del ritual reivindica­tivo: la impostura y el sermón. Hablamos de ello tomando una infusión, sabiendo que hemos superado las antagónica­s trincheras de nuestras respectiva­s familias y, mientras lo escucho, recuerdo –y entiendo– los versos que en 1978 le dedicó su padre: “Varias veces se ha abierto ante tus ojos / la puerta del destierro / y la cierras de golpe, / malhumorad­o y seco, / como si fuese puerta verdadera / abierta por el viento” (Víspera de San Juan, Josep Maria Carandell). Ahora, confrontad­o a una historia que lo interpela a él desde el pasado y a nosotros desde el presente, Carandell nos abre la puerta del destierro.

En el mapa de la familia materna de Carandell hay un agujero negro situado en Poznan, Polonia

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