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Las dudas que despierta el acceso de Rumanía a la presidenci­a de turno de la Unión Europea, y las sombras que se ciernen sobre el futuro de Apple ante la caída en sus ventas.

EN tiempos convulsos como los que ahora vive la Unión Europea, con la inminente votación sobre el Brexit en el Parlamento británico y sus imprevisib­les consecuenc­ias, con unas elecciones al Parlamento Europeo en mayo más decisivas que nunca, con la reforma de la política de asilo y con la negociació­n del próximo periodo presupuest­ario, Europa necesita más que nunca una dirección firme, potente, con visión de futuro. En este marco, no parece que Rumanía, el país que este semestre preside por primera vez los trabajos de la Unión Europea, sea el Estado más adecuado para conseguir estos objetivos.

Bucarest tiene la responsabi­lidad de dirigir, encauzar y armonizar los debates durante su presidenci­a rotatoria y uno de sus principale­s desafíos será trabajar por la estabilida­d de la Unión en un momento decisivo como será la marcha de Gran Bretaña, con o sin acuerdo. El Gobierno rumano, tras las dudas planteadas desde Bruselas sobre sus capacidade­s para conducir esta etapa compleja, ha reivindica­do su preparació­n política y logística para asumir la tarea. La Comisión Europea no ha ocultado sus temores, lo que ha creado tensión con Rumania. Funcionari­os comunitari­os no ven en Bucarest efectivida­d técnica ni organizati­va para gestionar un mandato que supone cientos de reuniones, decenas de consejos de ministros y varias cumbres de jefes de Estado y de Gobierno.

El mandato rumano arranca lastrado por la división política interna entre el presidente del país, el conservado­r Klaus Iohannis, y el Gobierno socialista de la primera ministra Viorica Doncila. El enfrentami­ento entre ambos ha llevado incluso a que el Tribunal Constituci­onal rumano tuviera que decidir quién de los dos debía representa­r al país en las cumbres europeas. Esta tensión entre las autoridade­s rumanas no parece el mejor prólogo para un trabajo coordinado con Bruselas. Además, tanto el jefe del Estado como la jefa del Gobierno vienen flirteando con la retórica antieurope­ísta.

Rumanía está bajo la lupa de las autoridade­s comunitari­as, que la han sometido, al igual que a Bulgaria, a un sistema de vigilancia especial sobre el Estado de derecho, y varios estados de la U Ese han negado a que el paístransi­lv ano pueda acceder ala zona Schengen. El ingreso rumanoen la U E, ene laño 2007, su puso un gran avance pues el PIB se ha doblado desde entonces, pero el país sufre todavía un grave problema de corrupción, tiene un sistema judicial muy frágil y padece importante­s desequilib­rios en sus cuentas con un déficit público disparado. Rumanía vive una deriva nacional-populista parecida a la polaca y a la húngara, con puñaladas políticas entre conservado­res y socialista­s y acusacione­s cruzadas entre el presidente del país y la primera ministra. Ante este panorama la Comisión Europea ha pedido unidad y respeto al Estado de derecho, que deben estar por encima de las disputas internas nacionales.

El club comunitari­o, claramente dividido en estos momentos en dos concepcion­es muy distintas sobre qué debe ser la Unión Europea en el futuro, necesita un liderazgo firme que cohesione a todos los países miembros. Para lograr una presidenci­a ya no exitosa sino simplement­e aceptable, Rumanía debe superar sus disputas internas y respetar el Estado de derecho. Coordinare­s te semestre la política y la legislació­n de la Unión entre todos sus socios no va a ser tarea fácil. Para más inri, a Rumanía le va a tocar gestionar la enorme patata caliente que supondrá, si al fin se produce, la salida del Reino Unido de la UE en las próximas semanas. Habrá que ver si sabe estar a la altura.

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