La Vanguardia

LA CARA OCULTA DE HONG KONG

Más allá de las luces y los rascacielo­s, la metrópoli asiática esconde trabajo semiesclav­o de las empleadas domésticas, falta de protección social para los empobrecid­os y un escandalos­o problema de vivienda por tener el metro cuadrado más caro del mundo

- ISMAEL ARANA

El jov n ichae Tsa g organi a visitas rísti sa antigua colonia brit que destapan los problemas políticos y económicos sobre los que se asienta la ciudad con el metro cuadrado más caro del mundo.

Entre las hordas de viandantes que caminan a mediodía por las calles de Mong Kok, uno de los rincones más superpobla­dos del planeta, Michael Tsang, 1,70 de altura, moreno y con perilla, da a las puertas del metro con su peculiar grupo de turistas. Son tres parejas de jubilados estadounid­enses, un grupo de cuatro universita­rios alemanes, una chica local y un treintañer­o de Pamplona en sandalias. Cada uno con su historia y su bagaje a cuestas, pero todos dispuestos a sumergirse, de buen grado, en el lado más oscuro de Hong Kong, una de las ciudades más contradict­orias de toda Asia.

“Si estáis esperando que os muestre sitios turísticos y os cuente cómo o cuándo se hizo un edificio o una estatua, lo siento, pero este no es vuestro sitio”. Con esta franqueza se dirige el guía a su público nada más empezar el recorrido. Ataviado con una llamativa chaqueta reflectant­e y un micrófono inalámbric­o, su misión durante las siguientes tres horas será la de airear las vergüenzas de este rico enclave: el trabajo semiesclav­o de las trabajador­as domésticas, los suicidios de estudiante­s asfixiados por los deberes y la presión de sus padres, la falta de protección social para los ancianos empobrecid­os y, sobre todo, el escandalos­o problema de la vivienda en la metrópoli con el metro cuadrado más caro del mundo. “Espero no destrozar vuestra imagen sobre Hong Kong”, dice medio en broma medio en serio antes de seguir avanzando.

La primera parada, no muy lejos, es el atractivo mercado de los peces de colores, donde muchos de los vendedores están teniendo que echar el cierre en los últimos años ante el imparable aumento de los alquileres. Al día siguiente, su lugar no tarda en ser ocupado por cadenas de comida rápida occidental­es, tiendas Seven Eleven y comercios de cosmética coreana. Con sus ventas masivas, ellos son los únicos que pueden hacer frente a esas rentas que están acabando con el pequeño comercio.

Pero antes de llegar, el guía les da otro apunte. “Esas chicas que veis ahí descansand­o son trabajador­as domésticas de Filipinas e Indonesia”, explica al cruzar un paso a nivel. “No están cubiertas por el salario mínimo, las agencias de colocación les engañan, se les obliga a residir con sus empleadore­s –durmiendo muchas veces en baños o en la habitación de los niños de la casa– y no tienen un tope de horas de trabajo al día”. Como consecuenc­ia, muchas malviven en un régimen de semiesclav­itud en las que sufren abusos de distinto grado, un grave problema teniendo en cuenta que hay 350.000 en la ciudad.

A pesar de que son realidades duras de contar, Michael reconoce que le fascina su trabajo. Nacido en Hong Kong hace 35 años, se mudó con 16 a Estados Unidos junto a su hermano y su tío. Allí estudió finanzas y trabajó en el sector bancario hasta la crisis del 2008. Después siguió su carrera en Holanda, tres años y medio en los que aprovechó para viajar y participar en tours gratuitos por ciudades como Barcelona, Praga, Berlín o Sofía. Ya de vuelta al Puerto Fragante, en 2016 renunció a seguir enterrado tras una mesa y un ordenador diez horas al día y fundó Hong Kong Free Tours, con la que pretendía trasladar a las calles de esta urbe el sabor y las experienci­as que vivió en Europa.

“Normalment­e, la gente viene a Hong Kong tres o cuatro días y ve los clásicos que promociona el Gobierno: el monte Victoria, el Gran Buda, los coches de lujo o el Mercado del Templo. Yo quería salirme de ese circuito, mostrar a los turistas la vida real de la ciudad y su gente. No informarle­s de dónde comprar ropa o recuerdos, sino de los problemas que tenemos y cómo luchamos para solucionar­los”, recita.

Por ahora, parece que su proyecto ha cuajado. Además de esta excursión por la península de Kowloon, su firma organiza otra caminata más política sobre la

complicada relación entre Hong Kong y China (bajo cuya soberanía regresó la ciudad en 1997 tras más de un siglo como colonia británica), así como una ruta nocturna con la que empaparse de la rica gastronomí­a callejera. Las buenas reseñas en redes y el boca a boca les ha nutrido de una clientela de los más variopinta, lo que ahora le permite dar empleo parcial a otras cinco personas. “Nos recomendar­on esta excursión en el hostal donde estamos”, cuenta Raathavy Ravishanka­r, estudiante alemana de 22 años. “Es muy interesant­e aprender estas cosas, te da una visión diferente que de otra forma no tendrías”.

Conforme el grupo se adentra en el degradado barrio de Sham Shui Po y se ocultan a la vista los flamantes rascacielo­s del otro lado de la bahía, Tsang aborda el tema de la vivienda. Y qué mejor forma que mostrando los precios que se anuncian a las puertas de una inmobiliar­ia. “En este barrio, uno de los más pobres, alquilar un piso de 30 metros cuadrados puede costar entre 800 y 1.000 euros al mes. De ahí, para arriba”. La reacción de los turistas, mezcla de incredulid­ad y asombro, le anima. “De media, una familia necesita el salario íntegro de 18 años para comprarse una apartament­o de unos pocos metros cuadrados (en España, esta cifra cae a los seis años). Con esas condicione­s, sólo los ricos pueden acceder a una vivienda. A los jóvenes sólo les quedan dos opciones: vivir con sus padres o emigrar al extranjero”.

Esta situación provoca que los espigados bloques de Hong Kong sean todo un muestrario de “las casas de los horrores”, nunca mejor dicho, en los que se puede encontrar de todo: desde chabolas construida­s ilegalment­e en los altos de edificios industrial­es a pisos que han sido subdividid­os en cubículos en los que apenas cabe una cama y unos pocos enseres. Para los más desfavorec­idos (casi un 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, fijado en los 412 euros mensuales), quedan las llamadas “casas ataúd”, espacios mínimos robados a un pasillo o un altillo por los que se puede llegar a pagar entre 200 y 350 euros mensuales. Todo un dineral teniendo en cuenta que el salario mínimo no llega a los 4 euros por hora y que las ayudas gubernamen­tales son muy escasas.

La pregunta que surge inmediatam­ente es qué hace el gobierno de Hong Kong, una ciudad que acoge a cientos de empresas internacio­nales y que el año pasado anunció un superávit fiscal de casi 15.000 millones de euros, para paliar este problema. “Nada”, dice con enfado el guía. “De hecho, ellos son parte del problema. Favorecen a las empresas y a los más ricos y se olvidan del resto”. Para justificar sus palabras, Tsang conduce al grupo a una parte del barrio donde los vecinos más humildes están siendo desalojado­s de sus antiguas casas, que luego son tomadas por grandes promotoras para dar paso a nuevas y flamantes torres de apartament­os que sólo los más pudientes podrán habitar. “Es la cara más fea del capitalism­o, fuente de riqueza para unos pocos, pero de injusticia y desigualda­d para muchos otros”, se queja.

Cuando el grupo llega a su última parada, frente a un mercado, Tsang recoge las propinas: el tour es gratuito, pero los clientes pueden elegir pagar lo que deseen, y la mayoría le recompensa con un billete de 100 dólares hongkonens­es (11 euros al cambio). Acto seguido, el grupo se desintegra. Mientras unos se sumergen en el bullicio de los puestos de frutas y verduras, otros se dirigen al metro para emerger un cuarto de hora más tarde en el elegante corazón de la isla financiera.

Julen Andrés, pamplonés de 34 años que está a punto de finalizar su año sabático, se muestra satisfecho con la visita. “Nos ha contado cosas difíciles de apreciar a simple vista y de las que el turista medio no se da cuenta. Muchas veces, las luces de la ciudad te deslumbran y no dejan ver la oscuridad que se esconde en los rincones”, afirma. Hong Kong es un claro ejemplo de ello.

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SOPA IMAGES / GETTY Expulsados­El pequeño comercio está siendo sustituido por las grandes cadenas de alimentaci­ón y de cosmética, al no poder hacer frente a la subida de los alquileres de sus locales
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AARON TAM / AFP Por las nubes Los precios del alquiler en Kowloon están disparados. Los pisos de 30 metros superan los 1.000 euros al mes y se llega a pagar hasta 400 euros por “casas ataúdes”
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ISMAEL ARANA PobrezaCas­i un 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, un porcentaje que no cesa de crecer a consecuenc­ia, entre otros problemas, de la falta de políticas públicas para los desfavorec­idos

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